El Periódico - Castellano

La heroicidad perdida

- JOAN DOMÈNECH

Ni con dos goles de ventaja (el 2-3 de la ida en París y el 1-0 en Montjuïc) pudo aguantar el Barça una hora con 10 jugadores en un encomiable esfuerzo carente de serenidad. Pero el equipo azulgrana no está para gestas; bastante tiene con ganar partidos en igualdad numérica.

Siempre hay una primera vez para todo, y el Barça conoció una primera vez después de 75 años jugando en Europa (la Copa Latina de 1959) y más 600 partidos internacio­nales: nunca le habían expulsado a un jugador en la primera mitad. Un rumano, István Kóvacs, entra en la historia azulgrana de la mano de Ronald Araujo. Con una hora de partido y ante un adversario como el Paris Saint Germain, la eliminator­ia cobraba categoría de gesta. Y el Barça no está para heroicidad­es; bastante tiene con ganar partidos en igualdad numérica.

Cinco años se cumplieron de la última semifinal y diez se cumplirán desde el último título europeo cuando el equipo ya estará en el Camp Nou, si no acontece otra desgracia que acentúe las debilidade­s del club. Cinco años. Parece una eternidad. Tan lejos queda y tan rápido devora el Barça a sus ídolos y a sus malditos (suena feo escribir traidores) que solo perviven tres futbolista­s de la plantilla para contarlo: Ter Stegen, Sergi Roberto e Iñaki Peña.

Mbappé ejerció de marcador de Pau Cubarsí, y no al revés, para frenar la salida de balón

Cegado por la ira de las tarjetas

Ni con dos goles de ventaja (el 23 de la ida y el 1-0) pudo aguantar una hora con 10, en un encomiable esfuerzo carente de serenidad. Empezó a gestionar esa inferiorid­ad cuando ya perdía por 1-3 y había dejado de mirar a Kovacs. Cegado de la ira por las tarjetas y las rojas (Xavi y De la Fuente volvieron a ser expulsados), al Barça se le escurrió la proeza.

La última imagen que conservaba­n los culés de Mbappé era la de un delantero imparable, fielmente representa­da con la fotografía de 2019 en la que Piqué le agarraba de la camiseta tratando de frenar a un bisonte enfurecido. Mbappé conserva toda su potencia y cada escapada de las suyas causa pavor, aunque quien hizo daño de verdad fue Barcola.

Mbappé se presentó de blanco y su estratégic­o papel tuvo una doble vertiente. En una orden táctica de Luis Enrique, comprensib­le y justificad­a, el astro fue relegado a ser el marcador de Pau Cubarsí. No al revés. Una señal de respeto hacia el juvenil azulgrana y de reconocimi­ento a su calidad para sacar el balón desde atrás. El PSG dejó libre a Araujo, origen del 1-0 con su pase a Lamine Yamal, que hizo lo importante: desbordar a Nuno Mendes y asistir a Raphinha.

El bueno es Cubarsí, dijo Luis Enrique a los suyos. Y Mbappé, el delantero centro, tapó la vía de Ter Stegen al central para dificultar la salida azulgrana. Cuando Cubarsí pasó al costado derecho,

Mbappé le siguió. Y cuando el balón pasaba a pies del PSG, se encontraba­n los dos. Cara a cara en sus facetas naturales, Mbappé se llevó un doblete (un triplete la vez anterior) para sellar la sentencia, sin nada que reprochar a Cubarsí. Un tipo en quien confiar cuando se reencuentr­en si algún dichoso día Mbappé viste con el blanco madridista.

Menos discretame­nte pasó Dembélé, silbado, ofendido –gritos de «tonto, tonto» cuando pisó el balón y se cayó al suelo– pero aligerado frente a un Cancelo poco riguroso. Marcó en París, y no se lo perdonaron, y marcó en Barcelona, y eso ya fue imperdonab­le.

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Jordi Cotrina Mbappé bate a Ter Stegen desde el punto de penalti para establecer el 1-3.
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