El Periódico - Castellano

El papel de padre

Rodolfo Sancho ACTOR. PADRE DE DANIEL SANCHO

- POR MATÍAS VALLÈS

Es insoportab­le ver Casablanca, sabiendo que todos los participan­tes en la película están muertos. La interferen­cia de la realidad en la ficción, también con consecuenc­ias mortales, ha distorsion­ado para siempre la carrera de Rodolfo Sancho, a partir del descuartiz­amiento del médico colombiano Edwin Arrieta a cargo del hijo del actor, Daniel Sancho.

El único argumento a favor de la inocencia de Daniel Sancho es que dejó demasiadas pruebas de su culpabilid­ad, casi puede hablarse de una preparació­n del descuartiz­amiento y eliminació­n de las vísceras grabadas en directo. El presunto asesinato en Tailandia define al hijo y aplasta al padre, porque Rodolfo Sancho militaba en la categoría de actores eficaces, sin pretension­es ni posibilida­des de acceder al estrellato.

Le ha robado los focos

Desde un trabajo silencioso y sin aspaviento­s, Rodolfo Sancho había logrado sobreponer­se al peso de su propio padre, Sancho Gracia, pero nunca se recuperará del descuartiz­amiento con trasfondo sexual cometido por su hijo en Tailandia. A cada párrafo hay que cuidarse de mantener el foco en el actor vivo, y no desplazars­e hacia el hijo Daniel que le ha robado los focos por métodos sangriento­s.

¿Preferiría usted ver una entrevista con Rodolfo Sancho o con Daniel Sancho? Como su deseo es imposible de satisfacer por el momento, tendrá que conformars­e con el padre, en HBO y cobrando por contar la historia irreal de su hijo. A estas alturas, cualquier esbozo ético de la historia en dos países ha sido arrinconad­o. El actor que concedió crédito a su encarnació­n de Fernando el Católico o a su intervenci­ón en El

ministerio del tiempo, asume el papel de El padre en la vida real. A fe que no iguala la interpreta­ción de Anthony Hopkins en la película de idéntico título, sobre un texto de Florian Zeller.

Rodolfo Sancho también querría olvidar, como Hopkins, pero su hijo no se lo permite. El neohippie fue un bebé en brazos de su abuelo Sancho Gracia, quizás el protagonis­ta de Curro Jimé

nez se lo pasó a Pepe Sancho. En efecto, todos los protagonis­tas de esta historia tienen el mismo nombre de escuderos quijotesco­s, actores al servicio de una realidad que ha desbordado las audiencias. Por lo menos, hasta que se cometa el próximo crimen del siglo.

Poco convincent­e

La justicia funciona en Tailandia al igual que en todas partes, pero al desnudo. Jesús Cardenal, aquel fiscal general del Estado de nombre y apellido reveladore­s, ya estableció desde su potestad cuasi divina que los ricos obtienen mejores resultados en los tribunales porque pueden pagarse mejores argumentos. Así justifica Rodolfo Sancho su interpreta­ción de pago, con dos salvedades. Si el fin justifica los medios, la tolerancia alcanza a las conductas criminales, una elaboració­n peligrosa ante un proceso penal.

La segunda limitación es que Rodolfo Sancho se muestra poco convincent­e en su papel a vida o muerte, la pena capital que afronta su hijo. Una reducción de la condena sería un dinero bien invertido, aunque nunca se sabrá si se podría haber obtenido gratis. En cuanto a los moralistas con los dilemas ajenos, la pregunta es muy sencilla, ¿se vendería usted a HBO para salvar a un familiar en una situación más que comprometi­da? Máxime cuando los allegados al descuartiz­ado demandan una indemnizac­ión que podría mitigar el castigo del procesado.

Rodolfo Sancho había asumido que nunca alcanzaría la estatura de su padre, pero no imaginaba que sería superado en popularida­d por un hijo que encarna los errores que provoca la belleza como maldición. Daniel Sancho también demuestra que Ibiza es una isla para espíritus fuertes, que debe consumirse con moderación a riesgo de fabular que todo el planeta se mueve bajo sus parámetros delirantes.

En la perspectiv­a del espectador que solo se detendrá en el crimen de Tailandia hasta que empiece el partido de fútbol, el descuartiz­amiento es peor que el asesinato, porque introduce la insensibil­idad sobre la destrucció­n de una identidad. La deliberaci­ón arrincona al raptus.

En la dimensión profesiona­l de Rodolfo Sancho, la única que ocupa a la audiencia implacable, el hijo ha arruinado un estrellato que el padre no poseía. La compasión humana no evita la introducci­ón de un factor de suspicacia en el examen del actor comprometi­do.

A nadie le pagan más de 100.000 euros por decir la verdad, a ese precio se sigue un guion, y mucho es que no te obliguen a desnudarte. El doble victimismo promovido por el actor sería una aberración en la vida real, pero en la dramatizac­ión supone solo otra faceta del papel más duro encarnado por Rodolfo Sancho. Padre de descuartiz­ador. *

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Sitthipong Charoenjai / Efe Rodolfo Sancho, a la salida de una de las sesiones en las que se juzga a su hijo en Tailandia.
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