El Periódico - Castellano

La alquimia entre Proust y su joven ama de llaves

- ANNA ABELLA

La dibujante francesa Chloé Cruchaudet, autora de ‘Degenerado’, rescata de las sombras en su nuevo cómic la importanci­a de Céleste Albaret en la vida del autor de ‘En busca del tiempo perdido’. «Ella se ocupó de su cuerpo enfermo, su corazón y su mente», destaca.

En Degenerado, la francesa Chloé Cruchaudet cautivó a 100.000 lectores con la historia real de un desertor de la Primera Guerra Mundial que se travistió para esquivar la muerte. Ahora, en Céleste y Proust (Lumen / Finestres; Premio RTL al mejor cómic del año), rescata «de la sombra» otra vida olvidada, la de Céleste Albaret (1891-1984), una joven campesina recién casada de 21 años que se convirtió en entregada asistente, ama de llaves, sirvienta, secretaria, confidente y amiga del autor de En busca del tiempo perdido, que además le arropó en su lecho de muerte.

«Ella estaba fascinada por aquel hombre» y recordaba como los más maravillos­os de su vida, los nueve años que trabajó en la casa de Marcel Proust (18711922), de 1913 hasta que el escritor murió de neumonía, explica Cruchaudet (Lyon, 1976), de visita en Barcelona. El objetivo de este cómic es, señala, «honrar su memoria y dar un reconocimi­ento a una mujer invisible que en el ámbito doméstico era capaz de hacer un plato delicioso y que tuvo el don de aportar felicidad y luz y de cuidar a un hombre que sí ha sido recordado por su enorme talento literario».

«Ella se ocupó de su cuerpo enfermo, de su corazón, su mente... Es complicado definir su relación, que fue muy bella. Creo que hubo una pasión, aunque no física, porque él era homosexual. Él volvió a ser un niño y ella se convirtió en la madre», especula la dibujante, que narra la historia en acuarela y tonos pastel.

Clases sociales diferentes

«Aunque eran de clases sociales muy diferentes y eran personajes opuestos, entre ellos había alquimia –opina–. Pero nunca fue una relación de iguales, había una línea invisible que no cruzaron nunca. Ella tenía ciertas ilusiones de elevarse por encima de la clase baja de la que venía y él le dejó ver algunas cosas de su mundo de ricos. Durante su vida, Céleste pasó por problemas económicos».

«Él la admiraba y le atribuía cierto talento literario y por eso le resultó interesant­e contratarl­a como trabajador­a doméstica. Ella estuvo en la cocina literaria con él y lo alimentó intelectua­lmente. Tengo la sensación de que Céleste le transmitía cierta seguridad. Y reían mucho juntos. Creo que no se valora lo suficiente el humor en la obra de Proust», reivindica Cruchaudet.

«Céleste se aseguraba de que el trabajo del escritor fluyera, le facilitaba la vida cotidiana y le daba bienestar. La muerte puso punto final a la obra de Proust, quien, si hubiera vivido 20 años más, habría seguido corrigiend­o sus textos continuame­nte. Era un maníaco del lenguaje, maravillos­o, que revolucion­ó la literatura. Volvía locos a los impresores de la época porque cambiaba párrafos continuame­nte de lo escrito; sus editores de Gallimard debían detestarle. De hecho Céleste hacía de enlace. Era el filtro que decía quién podía entrar en el sancta santorum del genio», explica Cruchaudet. El escritor le brindó un homenaje. Solo identificó a dos personajes con sus nombres reales en En busca del tiempo perdido: a Céleste y a su hermana Marie Gineste, en Sodoma y Gomorra, el cuarto libro del ciclo literario.

La historieti­sta, que en junio verá la reedición de Degenerado en Lumen, se basó en las memorias de Albaret y en entrevista­s que esta dio al final de su vida «ante las barbaridad­es que oía sobre su relación con el escritor».

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Adrián Quiroga La dibujante francesa Chloé Cruchaudet, en la librería Finestres.

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