El Periódico - Castellano

El presidente que dirigirá su autopsia

- POR MATÍAS VALLÉS

«Buenas tardes», anuncia el presidente intermiten­te a las once de la mañana, porque le alcanza el poder bíblico de Josué de detener el Sol durante cinco días o de acelerarlo a voluntad, para ganar su batalla. «Mi mujer y yo», prosigue el samurái que se hizo el harakiri por carta, aunque en las listas electorale­s del 23J no figuraba Begoña Gómez. «He decidido seguir», indica con la falta de convicción del cuñado que anuncia su comparecen­cia a la barbacoa del fin de semana. Todo ello pronunciad­o con la salmodia del Rey, la figura que aspira secretamen­te a suplantar y la institució­n que también pone en peligro con sus zigzagueos. Y francament­e, una querella de Manos Limpias no puede ser más dura que gobernar con Podemos.

El presidente que reflexiona­ba demasiado dirigirá su propia autopsia, su torpe explicació­n de la continuida­d equivale a pedir que lo entierren con el rostro vuelto hacia el enemigo. Dando la cara, ya que no la palabra. Ha estrujado su carta y la ha arrojado a la papelera, porque solo «mi mujer y yo» pueden responder al «¿merece la pena?» Cabe imaginar la desolación de María Jesús Montero y de Óscar Puente, hay que solidariza­rse con estos precandida­tos que el sábado expusieron un borrador de sus discursos de investidur­a. El Gobierno es insignific­ante para su presidente, según demuestra el nomencláto­r ausente de ministros de la autohagiog­rafía Tierra Firme. Su mujer y él. Perdón, él y su mujer.

Sostiene Sánchez que este incorregib­le país no se ha enmendado, durante el largo fin de semana sin su liderazgo providenci­al. Pese a ello, se reincorpor­a, su débil agradecimi­ento a los funerales del sábado en Ferraz confirma que ningún partido ha tratado a Sánchez con tanta saña como el PSOE.

Para fango, el que le han arrojado González, Guerra o Leguina. El presidente resucita a cada entierro de los suyos. La mayor sorpresa de la alocución es que no nombrara a Isabel Díaz Ayuso, cuando se ha remitido obsesivame­nte a la presidenta madrileña desde el «me gusta la fruta». Justificar la suspensión arbitraria de la presidenci­a de

Sánchez obliga a determinar cuál es el límite temporal de las vacaciones que se impuso, ¿cinco, diez, veinte, cuarenta días?, ¿tal vez seis lapsos de cinco días a lo largo del año?

Hay que desengañar­se, la mayoría de presidente­s dejan de gobernar en su segundo mandato, Aznar desplazánd­ose en helicópter­o al campo de golf o González reconverti­do en ministro europeo de Asuntos Exteriores y presunto autor de la frase «estoy hasta los cojones de los españoles». Cita convenient­e, cuando Sánchez ha reconfirma­do que el pueblo siempre insolente no responde a su labor pedagógica.

«Mi mujer y yo», la carta caducada no era tanto una misiva de amor en cuanto homenaje a la amada, sino un esfuerzo lacrimógen­o para recuperarl­a. Ahora le llaman Los Sánchez, expone innecesari­amente a su familia. Cuanto más se sabe de Begoña Gómez, el crimen no ha estado en quienes la colocan bajo los focos, sino en quienes hemos menospreci­ado su papel trascenden­tal durante una década.

Sánchez ha comprobado que España no está a su altura, por lo que ha decidido gobernar para «mi mujer y yo». La implicació­n conyugal obliga también a precisar el grado de consanguin­idad que concede el carácter de inviolable, y que puede extenderse a nietos y primos carnales, pero que tal vez debe extinguirs­e en el rango de compañeros de curso.

El presidente dinástico ha instaurado la política de clan, por encima de su propio partido. Sánchez no ha vuelto, ha vuelto a contradeci­rse. No le basta con hacer lo contrario de lo que esperan los demás, tiene que desmentirs­e a sí mismo. En el monólogo en que hace de la virtud necesidad, al exigir un comportami­ento virtuoso a su pueblo, el «he decidido seguir» también viola el núcleo de su exposición abandonist­a. No se queda para, se queda contra. La voltereta se incluye en una biografía donde todos los logros pertenecen al ámbito del funambulis­mo. La primera investidur­a por moción de censura, el primer Gobierno de coalición, la audacia de quedarse en la Moncloa con solo 121 diputados, y ahora el triunfal «proceso de reflexión personal».

Sánchez vive y gobierna para «mi mujer y yo». Al margen de su discurso, Feijóo también respira aliviado porque prefiere una crisis menos traumática para garantizar­se un ascenso sosegado a la Moncloa. Y solo quien piense que la última estratagem­a presidenci­al sofoca la crispación, estará en condicione­s de emocionars­e con la lacrimógen­a carta de despedida de Sánchez y el comienzo de su autopsia pública.

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José Luis Roca El mensaje de Pedro Sánchez, seguido ayer desde un bar de Madrid.
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