Hay muchas cosas que
generacional tiene mucho que ver con el actual estado de las cosas.
La austeridad disminuye el consumo superfluo y fomenta el ahorro, desecha productos y servicios innecesarios que no nos hacen más felices pero sí más pobres, fomenta valores éticos y sociales que se están perdiendo si no están ya perdidos y, lo que es más importante: nos conecta con nosotros mismos. Piensen en el abuso de los medios tecnológicos, que no solo provoca un gasto incesante en software, hardware, tiempo y también energía —con el consiguiente impacto medioambiental— sino que, además, nos desconecta permanentemente del «aquí y ahora», del entorno vital que nos da soporte.
Lo que quiero decir con todo esto es que hay muchas cosas que hemos dejado de hacer y que hay que volver a hacer, y otras muchas que hacemos ya sin darnos cuenta, y que hay que dejar de hacer. En realidad, es sencillo. Basta preguntar a nuestros padres y abuelos cómo hacían ellos para salir adelante. Regresando por unos instantes al pasado, descubriremos todo un mundo de posibilidades para nuestro futuro. Y es que la nueva política no admite hacer tabla rasa de la vieja.
Por supuesto, este planteamiento tiene sentido si queremos cambiar algo. Si preferimos esperar a que las costuras que ya han empezado a saltar por todos lados acaben por imposibilitar los remiendos, podemos seguir así. No sé si ya lo he escrito, pero por si acaso: las revoluciones del futuro pasarán por comportamientos individuales responsables que, por agregación, rompan la inercia de este sistema económico absurdo, injusto, irracional, insolidario, ineficiente e irresponsable.