El Periódico Extremadura

En la calle bajo cero

Las onegés atienden a un centenar de personas sin hogar en Extremadur­a. La ola de frío les lleva más al límite

- R. CANTERO region@extremadur­a.elperiodic­o.com DESDE NOVIEMBRE/

Miroslav suele buscar resguardo cada noche en el cajero de alguna de las sucursales bancarias que hay en el entorno del Paseo de Cánovas de Cáceres. Hace una década que este checo de 37 años recaló en España con la idea de buscar trabajo tras perder el suyo en el ejército de su país por su relación con las drogas. «Todo pasa factura en la vida y todo lo que me ha pasado a mí es mi responsabi­lidad», cuenta con aplomo. No ha vuelto a consumir desde el 2013, trabaja esporádica­mente y hace 4 meses llegó a Extremadur­a con la idea de hacer algunas peonadas en las campañas agrícolas, aunque no ha habido suerte. En las últimas semanas deambula por Cáceres : «vine a la vendimia, pero ni la vendimia, ni la aceituna, ni nada. Está todo muy mal», cuenta sentado en la avenida de España, donde suele pasar el día. Su mochila le sirve de asiento y en un par de bolsas lleva el resto de sus pertenenci­as y algo de comida. En los albergues no se siente cómodo y los comedores sociales tampoco son su opción preferente. Prefiere la calle, aunque cuando enlaza varios meses de trabajo, busca una casa.

«Nunca voy a los comedores sociales porque las comidas son demasiado fuertes para mí. No lo tolero bien. Tengo dañado el páncreas de cuando consumí heroína. Así que, si no gano dinero pido para comprar comida», cuenta. A sus pies tiene un vaso con algunas monedas y en ocasiones un hermano le manda dinero («no me gusta pedirle porque él tiene su vida», dice) y eso le da para pasar algún que otro día en una pensión, aunque son los menos.

MEJOR EL CAJERO QUE NADA / «He llegado a dormir en la calle a -10°, así que por mucho frío que haga en el cajero siempre es mejor. En algunos dejan la calefacció­n», explica. La madrugada del viernes había acomodado el saco de dormir sobre unos cartones en un extremo del cajero del Liberbank de la avenida Clara Campoamor. En el otro extremo se disponía a dormir otro compañero de la calle con el que ha trabado amistad.

La ola de frío de las dos últimas semanas tiende a aflojar, pero las temperatur­as aún se mantienen bajo cero en la madrugada en muchos puntos de la región. Organizaci­ones como Cáritas o Cruz Roja, en coordinaci­ón con la Junta y los ayuntamien­tos, ponen albergues a disposició­n de las personas sin hogar, pero en unas ocasiones no se puede cubrir toda la demanda y algunas personas tampoco quieren hacer uso de ellos. En ese escenario, soportales y cajeros se convierten en el principal recurso para buscar refugio.

«Hay personas con situacione­s muy complejas y otras que nos trasladan que quieren estar en la calle. Cuesta mucho entenderlo en esta situación de frío, pero siempre hay que respetarlo», responde Olga Salado, responsabl­e de comunicaci­ón de Cáritas en Cáceres.

La organizaci­ón gestiona siete centros para personas sin hogar en Badajoz, Mérida y Cáceres. Tres de ellos son centros de emergencia social activados durante los meses más fríos para ofrecer un techo a los que no lo tienen. Cuentan con medio centenar de plazas que en estas fechas suelen estar cubiertas a diario. «En estos días, hay algunos que no salen del centro por temor a perder su plaza», dice Vicente González del área de inclusión de Cáritas Mérida- Badajoz. Precisamen­te desde aquí acaban de hacer un llamamient­o para que donen ropa de abrigo de hombre (chándal, camisetas, sudaderas) para atender a los usuarios. La inmensa mayoría son hombres.

«Yo no le deseo a nadie estar en la calle», dice Enrique Vasco, pacense de 44 años. Lleva dos semanas durmiendo en el centro de emergencia social Bravo Murillo de Badajoz y por las tardes saca algo de dinero vendiendo castañas asadas. Se quedó en la calle hace poco más de un mes, tras una disputa familiar por la que tuvo que abandonar la casa de sus padres. No tenía nada y empezó a frecuentar el comedor social, donde le proporcion­aron un saco de dormir y una manta para sus primeras noches a la intemperie. «Empecé a dormir en una casa abandonada. Junto al frío, recuerdo el miedo. No duermes», afirma.

«Cuesta entenderlo,

pero hay personas que nos dicen que prefieren estar en la calle», dicen en Cáritas

Desde que se activó el protocolo del frío, en el mes de noviembre, Cruz Roja ha atendido a un centenar de personas: son 39 usuarios en Badajoz, 34 en Mérida, 19 en Cáceres y 2 en Herrera del Duque, donde ellos tienen un centro propio. Hay otros casos puntuales que en muchas ocasiones atienden directamen­te los servicios de localidade­s más pequeñas y no siempre llegan a registrase. Esta semana, por ejemplo, asistieron en Jarandilla de la Vera a un hombre de 84 años que estaba en un cajero en una de las noches más frías. Fue un vecino el que alertó. No era de las personas habituales de la población así que se le buscó alojamient­o en una pensión y se activó al equipo médico para que se le hiciera un chequeo por su avanzada edad. En esta ocasión accedió a ser atendido. «Pero hay muchas veces que lo rechazan», recuerda José Aurelio González, coordinado­r de Cruz Roja en Extremadur­a. En esos casos, se les ofrecen mantas, ropa de abrigo y algo de comida caliente «para ayudarles al menos a sobrelleva­r la situación».

Uno de esos casos es el de Antonio, un gallego que roza los 60 años y lleva dos décadas en la calle, la mitad de ese tiempo en Cáceres. «Quiero dos ColaCao y una mascarilla», dice cuando ve al equipo de la ola de frío de Cruz Roja aproximars­e a su rincón para ofrecerle ayuda y charla. Les está esperando, como cada noche.

Durante el día suele pedir dinero en la puerta de algún supermerca­do y por la noche duerme en el recoveco de un parque de la barriada de Moctezuma en el que se ha ido creando su espacio con cosas que va encontrand­o. «Recojo todo lo que veo que me puede ser útil», dice. Habla pausado, reniega de dormir en albergues «porque no me gusta estar encerrado» y huye del drama mientras recuerda que en su juventud pasó por buena parte de los seminarios y que su vida iba orientada al sacerdocio, hasta que se cruzó el alcohol y le echaron. «Tampoco era buen estudiante, quizás por la esquizofre­nia», apostilla. Se enorgullec­e, eso sí, de que ha vivido como trotamundo­s y enumera la retahíla de países que ha recorrido, trabajando unas temporadas y sobrevivie­ndo otras. De nuevo espanta el drama. «He conocido a mucha gente y ha habido gente que me ha ayudado. Quizás porque siempre he ido con educación por la vida», cuenta mientras apura el primer ColaCao.

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Antonio, esta semana en Cáceres. Lleva 20 años en la calle. SILVIA SÁNCHEZ FERNÁNDEZ
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SILVIA S.F. Antonio, esta semana en Cáceres. Lleva 20 años en la calle.
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SILVIA S. F./ SANTI GARCÍA Miroslav, sentado sobre su mochila en la avenida de España de Caceres, donde suele pasar el día.
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Enrique Vasco, en la puerta del centro de Cáritas en Bravo Murillo (Badajoz) en el que lleva dos semanas viviendo.

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