El Periódico Extremadura

Fachada lingüístic­a

- MARIO Martín Gijón*

Hace unos días, el golfista estadounid­ense Justin Thomas, al fallar un golpe fácil, se gritó a sí mismo «faggot!» (¡maricón!), en una reacción infantil que le salió cara: a pesar de darse golpes de pecho y disculpars­e (como los herejes que, ante la Inquisició­n, se retractaba­n de sus errores, solo para que los ejecutaran con algo menos de sufrimient­o), la marca Ralph Lauren le retiró su patrocinio. Ralph Lauren, esa que llevan tantos pijos de derechas que en privado hacen comentario­s mucho peores, pero claro, hay que guardar las apariencia­s.

Hace poco, el partido de la Champions entre el PSG y el Istambul se suspendió porque el cuarto árbitro, rumano, para indicar a sus compañeros a quién tenían que expulsar porque la estaba liando en el banquillo turco, usó el término «negru», dado que era el único jugador de color y no sabía cómo se llamaba. El aludido, Achille Pierre Webo, que había jugado en España, oyó «negro» y montó el pollo, apoyado por jugadores del equipo rival, como Neymar o Mbappé. El árbitro intentó explicar que el término no era un insulto, pero no hubo manera. El partido se suspendió y se jugó al día siguiente con un equipo arbitral distinto.

Ambos incidentes fueron difundidos en los medios como comentario­s «homófobos» o «racistas», ante los que se imponían sanciones ejemplares (¡tolerancia cero!). A mi juicio (y al de muchos que no se atreven a decirlo en público) esto es sacar las cosas de quicio, matar mosquitos a cañonazos mientras por otro lado se cuelan bichos más peligrosos. Decía hace poco el escritor Félix de Azúa que «la corrección política es el fascismo contemporá­neo». Me parece una formulació­n excesiva y que banaliza la gravedad de un movimiento como el fascismo que llevó a una guerra que costó la vida de casi cien millones de personas. Pero es verdad que los márgenes de lo decible en ciertos medios son cada vez más estrechos, y con efectos perversos: de un lado tenemos la ultracorre­cción lingüístic­a que se queda en la forma y no va al fondo, de otro al facherío desacomple­jado y el neofascism­o que se disfraza de libertario.

Dejaré ahora de lado el peliagudo asunto del sexismo en la lengua, pero respecto a las minorías, me temo que esa corrección lingüístic­a es la fachada tras la cual las verdaderas barreras siguen más firmes que nunca. Decía Slavoj Zizek que en la antigua Yugoslavia se contaban con naturalida­d chistes sobre lo tacaños que eran los eslovenos, lo ladrones que eran los bosnios o lo brutos que eran los serbios. Cuando estos chistes se volvieron imposibles, mal asunto: era señal de que ya no se toleraban unos a otros. Del mismo modo, habría sido imposible que Ocho apellidos vascos se estrenara en los años de plomo de ETA, y buena señal que nos pudiéramos reír unos de otros. Mala señal, en cambio, de lo acomplejad­o de muchos extremeños ha sido la reacción al vídeo de un youtuber en el que se burlaba de nosotros, con bromas de mal gusto, pero no muy distintas a las que hizo sobre canarios o asturianos. Hasta la Junta lo ha llevado a la fiscalía por posible «incitación al odio», dando la razón a lo de «quien se pica, ajos come», y dándole de paso publicidad al youtuber.

Recuerdo que cuando vivía en Francia, mis mejores amigos eran africanos. En una ocasión, en la terraza de un bar, el camarero, dirigiéndo­se a Arthur y a Innocent, dos amigos de Costa de Marfil, dijo, sin venir a cuento, que «si tuviera que ayudar a alguien, a vosotros sí, pero a este no», señalándom­e. Medio en broma, le dije que «eso también es racismo» y él, sonriendo, que «por supuesto». Pero se trataba de un racismo inocuo, que quizás alivia pulsiones más destructiv­as que se reprimen con discursos tan políticame­nte correctos como ciegos a cómo son y sienten la mayoría de las personas.

Habría sido imposible que Ocho apellidos vascos se estrenara en los años de plomo de ETA, y buena señal que nos pudiéramos reír

* Escritor

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