Tras su experiencia en el Senado dijo que no quería seguir porque era una cámara muerta
ferencia para el colectivo LGTBI.
Dio muchísimos titulares a lo largo de sus 18 años como alcalde. La prensa sabía que de sus comparecencias siempre sacaría algo, porque hablaba sin tapujos. Lo siguió haciendo después, cuando abandonó la alcaldía. En la ultima entrevista concedida a este diario, coincidiendo con la toma de posesión de su delfín y sucesor, Francisco Javier Fragoso, soltó: “Si yo estuviera en el lugar de Fran, me iría del ayuntamiento”. Para él era difícil entender que el PP aceptase repartirse la alcaldía con Ciudadanos.
Animal político
Cierto es que Celdrán nunca tuvo que tirar de negociación, porque siempre gobernó con mayoría absoluta o absolutísima. Lo hizo en la ciudad mayor de Extremadura, lo que le valió el respeto de su partido y también del Gobierno regional. No dudó en cuestionar a menudo a otro animal político, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, con el que mantuvo algunas polémicas. Como cuando se negó a acudir a la inauguración del Palacio de Congresos de Badajoz porque no se había tenido en cuenta al ayuntamiento a la hora de decidir su nombre y dedicárselo al alcalde socialista Manuel Rojas. Polémica mantuvo por los PIR (Proyectos de Interés Regional), pues consideró que el Gobierno autonómico se estaba inmiscuyendo en competencias municipales. De aquellos barros procede todo el lodo de Cerro Gordo. Celdrán se enorgullecía de que su equipo, con él a la cabeza, hacía «política con mayúsculas» y de que eran capaces de mantener la compostura con sus rivales. Llegó incluso a proponer una calle para Ibarra, pero erró el tiro cuando sugirió sustituir la avenida Sinforiano Madroñero. Demasiada carga política.
Sin duda, el peor momento de su trayectoria fue la tragedia de la riada, ocurrida en noviembre de 1997. Tantísimos muertos. Badajoz fue portada de toda la prensa nacional. Pero las administraciones supieron estar a la altura y ponerse de acuerdo para la recomposición de la ciudad y de las víctimas. Lástima que su alcalde tuviese que seguir muchos años más reclamando a la Junta que tenía que seguir apoquinando, porque la herida seguía abierta. Aún sigue. No será porque Celdrán no protestó por activa y por pasiva.
Hablaba sin artificios. Tal como lo pensaba, lo soltaba y pecaba de sincero. A quienes alguna vez le preguntaron si se presentaría de candidato a la Junta, les respondía que no se lo planteaba porque «no me encuentro capacitado». Y tras su experiencia en el Senado, reconoció que no quería seguir porque «no me gustan las funciones que tiene, es una cámara muerta».
Amigo de los amigos
Nunca habló mal en público de sus compañeros de partido y seguro que en algún momento tuvo sus razones. Ya no era alcalde cuando se mostró comprensivo con el tan criticado proceder de Alberto Astorga. Nicasio Monterde lo acompañó durante cuatro legislaturas (uno en la oposición y tres en el gobierno) y con su arduo empeño evitó que el ayuntamiento entrasen en bancarrota tras el gobierno socialista. Celdrán siempre le reconoció el mérito y cuando su amigo se marchó en el 2007 para encabezar otro partido local, no le dirigió ni un reproche, en público: “Esto terminará como tiene que terminar, como hermanos”.
Hermanos como los que tuvo que despedir y que siempre conservó en sus recordatorios: Emilio Mateos, José Miguel Sánchez Hueso, Josete de la Fuente, José Luis Fernández Pirfano y Alejandro Ramírez del Molino. Seguro que cuando la pasada madrugada se hayan reencontrado con él le habrán pedido que encabece su candidatura, porque a carisma no hay quien lo gane.
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