Un político carismático
Es lo mejor que tienen las redes: la inmediatez. Transcurrieron apenas unos instantes desde que se hizo público el fallecimiento del que fuese y siempre será alcalde de Badajoz, Miguel Celdrán, y ya estaban inundadas de loas a su figura, a su trayectoria y, sobre todo, a su personalidad abrumadora. Cuando alguien se va su ausencia solo trae a la memoria recuerdos buenos. Pero es que Celdrán dejó muchos de los mejores a tantísima gente, que lo conoció, que lo apreció y que él conocía y apreciaba. Desde ayer por la mañana muy temprano se han sucedido multitud de calificativos y semblanzas cariñosas que lo describen como un maestro político, persona cercana, sencilla, campechana, comprometida, divertida, de firmes convicciones y sólidos principios, defensor siempre de su partido y de su ciudad, un amigo, un referente, un gran alcalde que forma parte de la historia de Badajoz.
Pero si hay un adjetivo que realmente lo define es carismático. Miguel Celdrán centraba la atención allá donde iba. Los medios de comunicación saben que nunca ha habido plenos tan entretenidos como los que él presidía. Le sobraban chascarrillos, chistes, anécdotas divertidas que recordaba al detalle y sabía contar como nadie. Describía con tal gracia los acontecimientos que solo él era capaz de dotar de tal carga de humor simples sucesos. A su manera y con su propio estilo, fue un gran comunicador, porque con un solo comentario resumía lo que sucedía a su alrededor. Algunas frases permanecerán siempre en la memoria de quienes compartieron con él su actividad pública: «Es que hacen hablar a las momias de Llerena», «Mejor que zozobre que zofalte», «Los milagros, a Fátima», «A quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga», o «No es lo mismo parar que chutar», que bien recordará la oposición, que también lo echará de menos.
En un Carnaval, disfrazado junto a la cantante extremeña Soraya.
Siendo alcalde, Miguel Celdrán acostumbraba cada mañana a pasear desde su domicilio hasta el ayuntamiento. Un trayecto que podía hacerse interminable, por la cantidad de vecinos que se acercaban a él. A veces a pedirle, pero casi siempre a saludarlo. Con todos se detenía, a todos saludaba, aunque no recordase sus nombres. Pero él salvaba la situación con su conocido saludo, «buenos días familia» si eran varios o «madre» o «padre», si se acercaba solo uno.
Fue el artífice de Los Palomos, la fiesta que ha puesto a Badajoz en el calendario de las celebraciones de la diversidad sexual. Su ideario conservador jamás le habría dado pie a esta iniciativa que la ciudad hizo suya de inmediato, con permiso del Gran Wyoming, si no es por su exceso verbal, que luego supo revertir. Celdrán hablaba guiado por su sentido común y lo que su lógica le indicaba. Siempre sin filtros. Pocas veces su espontaneidad le trajo problemas, porque su impronta justificaba sus palabras. Celdrán era Celdrán. Sus controvertidas declaraciones en la Cope, empujadas por Luis del Val, que le preguntó por su afición a la colombicultura, desataron en el alcalde su famosa frase: «Aquí echamos a los palomos cojos» . Le faltó tiempo al presentador de `El Intermedio' para organizar una caravana que se plantó en Badajoz y que desde entonces se ha convertido en una re