El libro, ayer y hoy
La oferta ocio-cultural es tan amplia hoy día, que la dificultad no está en encontrar un buen producto que nos entretenga, sino en disponerde tiempo libre para disfrutarlo.
Nunca tuvimos tantas radios, tantos canales de televisiones, tantos periódicos online, plataformas de videostreaming o de música, blogs o podcasts. Así las cosas, no sabe uno si dedicar los momentos de relax a escuchar información sobre las próximas elecciones en Cataluña, ver un capítulo de The Crown en Netflix o el último partido de Liga, campeonato que ya tiene nombre y apellidos, pese a que Simeone siga abusando del aburrido eslogan del «partido a partido».
Vídeos, podcasts, juegos online, series televisivas, programas de telebasura, periódicos, redes sociales… Y a todo esto, ¿dónde queda el libro? ¿Somos capaces, entre tanta vorágine informativa y cultural, de hacer un hueco silencioso, sereno, libre de estridencias, al que ha sido siempre por excelencia el mejor canal de acceso a la cultura?En gran medida,
Conviene aclarar que los rivales culturales no son responsables de que el libro no levante el vuelo
no. El libro sigue siendo plato de segunda mesa para gran parte de la ciudadanía que opta por buscar la diversión cultural en otras fuentes de placer que le exijan menos esfuerzo.
Dicho esto, conviene aclarar que los rivales culturales no son responsables de que el libro no levante el vuelo como merece. (Siempre son malos tiempos para la lírica). No tuvieron antes la radio o la televisión, ni ahora las nuevas tecnologías, la culpa de que se lea poco y mal. Los grandes enemigos del libro son, digámoslo ya, los no lectores, esas personas que ven en él un artefacto arduo y antipático, lleno de páginas y palabras, y no un bien cultural y de ocio.
Pero no hagamos drama. Siempre quedará un grupo de irreductibles y valerosos amantes del libro dispuestos a mantener viva la llama que Gutenberg encendió hace casi seis siglos.
Todo libro, ay, es en sí mismo un manual de resistencia.