El Periódico Extremadura

Amor bestial

Permítanse el lujo de amar a un animal –no humano– alguna vez. Y de dejarse amar por él

- SUSANA Martín Gijón*

Unos lo celebran, lo magnifican, lo aman con el mismo entusiasmo (o incluso más) que al ser querido. Otros lo detestan, lo rechazan, le afean haberse convertido, como tantos otros, en un estímulo para seguir en la rueda del comprar sin parar.

Porque es cierto que la primera campaña de San Valentín en España la orquestó Galerías Preciados, que nos gastamos sesenta euros de media por persona en este día y que el sistema está montado de forma que un evento se enlaza con el siguiente: llega enero y empezamos con los Reyes, para seguir con las Rebajas (y sí, le adjudico la mayúscula porque es otro de los nuevos dioses de nuestra cultura contemporá­nea occidental). Las Rebajas enganchan con San Valentín que se encadena con los Carnavales, que enlaza con el Día del Padre, que se engarza con la Semana Santa, que se entreteje con el Día del Libro, que da paso al Día de la Madre y en cuanto te descuidas comienzan las Rebajas de Verano, y luego claro, las Vacaciones, y luego a comprar los libros de texto y el material escolar, y la ropa de nueva temporada, y de esa pasamos a la que nos ponemos en Halloween, ojo que llega el Black Friday (blackweek o incluso month) junto al CiberMonda­y, Navidades, Nochevieja, y así hemos llegado a enero otra vez. Esto sin hablar de los nuevos Días, como uno que me fascina, el del Orgullo Friki. Que hay que ver qué caro sale ser friki, porque para adquirir merchandis­ing de StarWars, Harry Potter o El Señor de los Anillos te dejas medio sueldo. Comprar reproducci­ones en los chinos no vale, está tipificado como delito grave en el Código Penal del Friki.

Pero volvamos a ese Cupido con sus flechas y los extremismo­s que le acompañan. Está el de los fervientes defensores, y está el de los que lo tachan de ñoño, de fomentar el mito de la media naranja y la dependenci­a en lugar de cuidarse y quererse a uno mismo, como la de la película que se casa con ella porque quién mejor para entregarle su corazón. Y es que en este nuevo boom de los negacionis­mos, también están los negacionis­tas del amor. Yo, miren, seré una cursi, pero lo reivindico. Y no solo hacia la pareja. El amor a cada una de las personas queridas, sea amiga, madre o prima. Y el amor a cada una de las no-personas queridas, que es quizá uno de los más leales y menos comprendid­os. A tu perro, a tu gato, o, como mi inspectora Camino, a tus hormigas. Que una de las ventajas del amor es que es libre, carajo. Y si amas a las hormigas, pues como si amas a los tulipanes.

En el proceso de documentac­ión de mi última novela quise sumergirme en ese amor generoso y altruista –no puede ser de otra forma si es amor verdadero– que algunas personas profesan, no solo hacia el prójimo entendido como el resto de humanos, sino el resto de animales. Los animales no humanos, como ellos dicen. Pasé unos días en un santuario, un lugar donde se proporcion­a un hogar a galgos rescatados del ahorcamien­to en lo alto de algún olivo, burros abandonado­s porque ya no sirven para cargar, terneros liberados de granjas intensivas, cerdos que lograron escapar de un terrorífic­o final en el matadero, gallinas que se pasaron la vida encerradas en una jaula del tamaño de un folio. Allí el cariño se reparte entre animales humanos y no humanos. Parten de la premisa de que estos últimos también tienen derecho a vivir sin ser explotados en base a un beneficio económico, y a que no se les descarte si no son rentables, arrojándol­os a contenedor­es de basura o dejándolos morir en la mayor de las soledades. De modo que crean vínculos con ellos, y les regalan unos meses, con suerte algunos años, en los que conocen lo que es en verdad la vida, incluso algún destello de felicidad. Yo lo he visto en sus ojos al saludar a su familia humana. En los del cerdito Dexter, en los de la cabritilla Enara, en los de la yegua Kaleeshi.

Así que celebro esas otras formas de querer, ese amor bestial en todas sus acepciones. Permítanse el lujo de amar a un animal –no humano– alguna vez. Y de dejarse amar por él. Les cambiará por dentro. Lo dice una enamorada de un humano hasta las trancas. Pero eso es lo bueno del amor, uno tiene más cuanto más genera. Regalen amor a diestro y siniestro, que es lo mejor que tenemos para ofrecer. Feliz Día de San Valentín.

H- ¿Tiene algo en contra de las moscas? -preguntó.

-Al contrario -dije-, soy un gran admirador de ellas. En algún sitio he escrito que son los ángeles de los pobres. En mi casa, cuando era pequeño, había muchas y convivíamo­s en armonía.

-Ya -dice la terapeuta. Conozco ese «ya». Suele utilizarlo como un punto de articulaci­ón entre un tema y otro. Pero yo no quiero cambiar de tema.

-¿Qué cree que significa el sueño? -pregunto.

-¿Qué cree usted?

-Creo que usted era, en el sueño,

Eso es lo bueno del amor, uno tiene más cuanto más genera. Regalen amor a diestro y siniestro

Soñé con una mosca cuyas patas tenían la longitud de las de un flamenco

un trasunto de mi madre en la que siempre quise ver la elegancia estilizada de un flamenco sin necesidad de que dejara de ser ella misma.

- ¿Sin que dejara de ser una mosca? ¿La identifica­ba, pues, con ese animal?

-No de forma consciente, pero, pensando en el sueño, quizá sí.

En esto, una mosca sale de algún lugar de la consulta y comienza a revolotear cerca de mi rostro.

-Creo que he convocado a mi madre -digo medio en broma, medio en serio.

La terapeuta calla. Aunque no le veo la cara, porque se encuentra detrás de mí, percibo que se ha puesto tensa con la aparición del insecto, que se acaba de posar en mi frente y la recorre de un lado otro dándole besos, me parece a mí.

-Me besa -digo. Entonces, ella se levanta, la ahuyenta con la mano y coge de una estantería un espray con el que rocía al bicho en pleno vuelo. El insecto cae, abatido por el ataque químico, en el suelo de la consulta.

Durante el resto de la sesión lloro y lloro.

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