Pan y vino
Si no nos prohíben, con límites bien claritos, negro sobre blanco, no somos capaces de autocontrolarnos
Decía el consejero de Sanidad en Extremadura, José María Vergeles, que no solo de pan vive el hombre y que con esto de la `fatiga pandémica' es hora ya de que nos demos una alegría. El debate estaba abierto desde que el martes se empezó a saber que la Junta de Extremadura iba a flexibilizar las medidas de control de los contagios, que en las últimas semanas habían causado un incremento muy preocupante de la presión hospitalaria y, lo que es peor, un trágico aumento de las muertes. No nos confinaron pero como si lo hubiesen hecho, porque las persianas estaban echadas, las calles vacías y los municipios cerrados perimetralmente. Se acabó la movilidad y se redujeron los contagios. Ese es el quid de la cuestión, por muy poco que sepamos aún de cómo actúa este bicho y de cómo se burla de nosotros, para encontrar una y otra vez la forma de esquivar las barreras que se le ponen.
Ha reabierto la hostería. Lo reclamaba el sector, hundido por esta crisis sanitaria y económica, en defensa de que no son sus locales donde se producen los contagios. Tampoco los del comercio. Volvemos al principio. La reapertura provoca movilidad. No hay más que ver las largas colas formadas a la entrada de algunas tiendas en la calle Menacho en cuanto anunciaron que abrían en horario reducido, para demostrar que nos da igual, que lo primero es lo primero, y lo primero ahora es devolver lo que los carcas de los Reyes Magos nos dejaron en los zapatos y renovar el armario con los colores de la próxima temporada. Avanzamos un paso más y ahora nos permiten ir a los bares. Me muero por una cerveza helada, o dos, o tres, en una terraza, aunque sea con el abrigo puesto y la Thermolactyl. La carne es débil y me tengo que reprimir mucho para no hacerlo. Me temo que sucumbiré a la tentación y, como yo, muchos, porque esto de la fatiga nos afecta a todos.
Nos ocurrió en verano, porque no aguantamos quedarnos sin vacaciones en la playa, que el mar tira bastante. Lo hicimos en Navidad, cuando tuvimos que llenar las tiendas y los centros comerciales porque no hay cotillones, pero el vestido de lentejuelas me lo pongo de la cocina al salón y ceno con mi familia, de diez en diez. Ahora reabren los bares precisamente el fin de semana de Carnaval. Nadie puede dudar de la crisis que atraviesa la hostelería y del sufrimiento de estos empresarios. Pero cinco días no los van a levantar de la ruina y nos conocemos. Podían haber esperado al próximo miércoles. A estas alturas del fin de semana, no sé si ya habrá fotos de carnavaleros de bar en bar por Badajoz, que aquí la fiesta tira mucho, aunque sea de siete de la mañana a seis de la tarde. Precisamente el horario del Entierro de la Sardina en San Roque, como si lo estuviese viendo. Dice Vergeles que en Extremadura no hay Carnaval. Ya imagino a un policía multando a mi amiga Rita la estrafalaria. A ver quién se atreve a decirle que estos días tiene que cambiar su indumentaria porque siempre parece que va disfrazada.
Pan y vino, que no hay quien pueda con esta fatiga y necesitamos salir a celebrar aunque no haya nada que festejar y sí mucho que perder. Vergeles insiste en llamar a la responsabilidad, después de felicitar y agradecer, de corazón, a los extremeños su esfuerzo. Un tremendo esfuerzo que nos ha convertido en el orgullo del país.
Ya veremos cuando echemos cuentas el próximo miércoles. El esfuerzo y la responsabilidad son proporcionales a las restricciones. Si no nos prohíben, con límites bien claritos, negro sobre blanco, no somos capaces de autocontrolarnos. Vergeles ya lo dijo en otra ocasión: en lugar de que los ciudadanos se preguntasen hasta dónde pueden llegar, deberían cuestionarse en qué se pueden esforzar para contribuir a mejorar la situación. Listos vamos si creemos que se puede dejar en nuestras manos el devenir de la pandemia. Brindemos con vino a nuestra salud.