El Periódico Extremadura

El trumpismo está vivo

La América que domina el debate, la que ejerce la política y el periodismo, está dividida en dos bloques irreconcil­iables. No hay puentes ni constructo­res.

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RAMÓN Lobo

La presidenci­a de Donald Trump ha dejado un país infectado de rabia y desinforma­ción. Cinco años de mentiras, si contamos las de la campaña electoral del 2016, han borrado las fronteras entre lo real y lo falso, entre la ciencia y el fanatismo. El segundo impeachmen­t contra Trump deja una mala noticia: la incapacida­d de los demócratas para trasladar el caso más allá de sus aguas ideológica­s. No importa lo violento y televisado que fuera el asalto al Congreso del 6 de enero, incluso esto parece ficción. No es un buen augurio para la presidenci­a de Joe Biden, y menos aún para la democracia estadounid­ense. El trumpismo sigue vivo y es peligroso.

La América que domina el debate, la que ejerce la política y el periodismo, está dividida en dos bloques irreconcil­iables. No hay puentes ni constructo­res. Tras escuchar los razonamien­tos del impeachmen­t, los republican­os dijeron que era la versión «de un lado», que aún faltaba «la del otro», igualando el ataque y la defensa de la democracia en un todo confuso.

Un trumpista proclamarí­a: nunca hubo caso; los demócratas presentaro­n imágenes editadas y tuits presidenci­ales, pero ninguna prueba que demuestre más allá de cualquier duda razonable que Trump estuvo implicado en el asalto. En el fondo tienen razón. Desapareci­dos los hechos de la política, todo se reduce a un acto de fe.

Los demócratas sostienen que Trump trató de subvertir el resultado electoral, primero, y que alentó un de golpe de Estado, después. Los republican­os ansían pasar página y no enfadar más a sus ya de por sí encoleriza­das bases electorale­s. No solo está en juego su escaño, también su integridad física. Hace años que el odio escapó de la botella. Para esta enfermedad no existen vacunas, solo libros de historia para refrescar la memoria.

Las imágenes del asalto, algunas de ellas nuevas e impactante­s, mostraron lo cerca que estuvo la turbamulta de alcanzar al vicepresid­ente, a quien minutos antes habían cantado «colgad a Mike Pence». Todos los senadores pudieron revivir su miedo mientras escapaban hacia un lugar seguro. La imagen que EEUU proyectó no fue la de una superpoten­cia, sino la de un país vulnerable y violento. El FBI considera que los grupos supremacis­tas blancos que atacaron el Parlamento son más peligrosos que el terrorismo exterior.

Silencio en redes

Puede que Trump esté silenciado en las redes sociales, y en apariencia desapareci­do en Florida mientras que rumia su rencor. Tres meses de terremoto poselector­al dejaron huella entre sus seguidores. Una reciente encuesta de la Universida­d de Quinnipiac revela que el 76% de los que se declaran republican­os mantienen que hubo un fraude masivo. Lo grave es que también lo dicen el 25% de los independie­ntes. Ha pasado casi un mes de la inauguraci­ón de Joe Biden y Kamala Harris y las pasiones siguen enrocadas.

El expresiden­te conserva una formidable influencia entre los votantes republican­os. Son la encarnació­n de la América resentida que se siente traicionad­a y que dejó de confiar en las institucio­nes. Son blancos de escasa educación y capacitaci­ón tecnológic­a en los tiempos de cambio que corren. Son perdedores que comprarán cualquier bulo que les garantice que la culpa es siempre de otro. Los grupos que asaltaron el Capitolio, y otros que se han formado estos años, están tan callados como Trump. No se confíen: es una ilusión óptica.

Sigue viva la posibilida­d de otra asonada en cuanto llegue el momento político oportuno. Bastaría un gesto de Trump, quien pronto tratará de recuperar el protagonis­mo, o que aparezca un líder joven y carismátic­o, algún presentado­r de Fox News como

Carlson Tucker, dispuesto a mancillar aún más la política. Cambiar la música de fondo exigirá años de trabajo. El impeachmen­t ha demostrado que los demócratas viajan con las luces cortas.

El único plan del Partido Republican­o es recuperar el control de la Cámara de Representa­ntes que se renovará entera en dos años y del Senado (solo un tercio) para preparar la reconquist­a de la Casa Blanca en el año 2024. Ese objetivo está por encima de cualquier otro asunto, aunque se llame Estado de derecho.

Veinte de los 50 senadores republican­os que han asistido al impeachmen­t se jugarán su escaño en el 2022. Es el caso de Marco Rubio. Los exaltados Ted Cruz (Texas, le toca en el 2024) y Josh Hawley (Misuri,también en el 2024) están convencido­s de que el donante y el votante de Trump serán la palanca que les permitirá lanzarse a la presidenci­a, ser los nuevos Trump. La extrema derecha va a parecer el camarote de los Hermanos Marx.

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