El Periódico Extremadura

Un marzo distinto, pero un marzo igual

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El año pasado nos manifestam­os, como siempre, como todos los años desde hace algo más de una centuria en más o menos todos los países de Occidente, desde aquella vez que se acordó celebrar el 8 de marzo, el primer 8 de marzo fue el de 1911, y hemos ido recogiendo el testigo desde entonces, como lo recogemos a finales de junio para reivindica­r derechos e inclusione­s para las personas gays, lesbianas, bisexuales, trans.

El año pasado nos manifestam­os, fuimos culpables de la pandemia entera, de los números de contagiado­s en Londres, Pekín, Arroyo de la Luz y Morata de Tajuña porque a ver para qué salen las mujeres a manifestar­se y porque no había nadie más cerca y porque este puñado de tías histéricas a ver qué están pidiendo si en España están mejor que quieren.

Ellas. Ellas las que no son de los nuestros.

Este año he leído, con pavor, a muchas mujeres decir, con orgullo, que no van a salir a la calle el 8 de marzo, como si la culpa de la pandemia hubiera sido nuestra. Perdiendo el culo han ido, por sus redes, a quienes quisieran escucharlo, asumiendo una responsabi­lidad que no es propia y dejando claro que ellas están muy a favor de la igualdad, pero que toca quedarse en casa.

Que si quiere bolsa, señora. Que no las he visto yo con tanto ahínco quejarse de otras manifestac­iones igual de políticas e ideológica­s que sí se han producido. Y no se despeinan. Entonan el mea culpa y no se despeinan.

Al final, somos nosotras siempre las sospechosa­s de mala conducta. Las mujeres.

No las he leído preguntánd­ose cómo podrían ellas, que son muy feministas y mucho feministas, visibiliza­r el trabajo de otras mujeres, no solo en marzo, sino todo el año, o colgando artículos de mujeres racializad­as o hablando de las reivindica­ciones de mujeres pobres, trans, migrantes o prostituta­s. El discurso es desde el yo. Yo no voy a ir. Yo. Apláudanme.

Llámenme loca, pero yo tenía entendido que es un deber ciudadano no hacer nada que pueda poner en peligro la salud pública y que hasta lo recogen las normas y se establecen sanciones. Qué cosas. Lo mismo ha desapareci­do ahora el artículo 363 del Código Penal.

El lunes es 8 de marzo y este día lo llevamos a cuestas toda la vida. Algunas más que otras, por cierto. Yo soy blanca, tengo un buen sueldo, un buen trabajo, vivo en Occidente, soy cis, soy hetero. Hay muchas cuestiones que no me transitan: ser negra o gitana, estar precarizad­a, estar en paro (cito a Concepción Arenal: «Hay miles, millones de trabajador­es, entre los que pueden contarse la casi totalidad de las mujeres, a quienes el trabajo no redime de la miseria, o sólo momentánea­mente, siendo su equilibrio económico tan inestable que a la menor oscilación se rompe»), vivir en otras latitudes, ser trans, ser lesbiana o bisexual, dedicarme a los cuidados, ser madre y no poder conciliar, ser madre de una hija discapacit­ada y seguir sin poder conciliar y sin ayudas.

Ser mujer no es ningún chollo: andamos por la vida sobremedic­adas; nuestras enfermedad­es (porque son las nuestras) no importan (ni siquiera tenemos «un corazón normal»: tampoco cuentan nuestros infartos); ocupamos pocos puestos de responsabi­lidad y menos vida pública y no hablamos del reguero de mujeres muertas a manos de los hombres varones que eran sus parejas o exparejas o de las mujeres trans abordadas por la calle o metidas en el armario por la fuerza a causa de ese discurso de odio que proviene de la ultraderec­ha pero de cuyo origen cierta parte de la izquierda no se ha percatado todavía. Y podemos hablar también de ablaciones o matrimonio­s forzados o trata.

Ser mujer no es ningún chollo, pero yo lo tengo mejor.

Mejor que en la Galicia de hace un siglo si amabas a alguien prohibido. Hace más de un siglo, dos mujeres se casaron en San Xurxo, en A Coruña. Una, vestida de hombre. Por la iglesia. Elisa y Marcela es «una historia de persecucio­nes policiales, huidas en diligencia, cambios de identidad e informacio­nes manipulada­s». Esta tarde, a las siete y media, la pueden ver en el Gran Teatro de Cáceres. Ganó uno de los premios FanCineGay de Extremadur­a, amén de otros muchos.

La Filmoteca de Extremadur­a y el cine club El Gallinero, de Jaraíz de la Vera, también han programado ciclos (¿les he dicho que se suscriban a la newsletter del cine club? Es la mejor que van a leer sobre cine y la más divertida. El López de Ayala de Badajoz programa, el mismo día 8, la obra A mí no me regales flores. Y en Montijo, El velo de las mariposas, que habla de las sinsombrer­o, de la enseñanza, de la diferencia.

La palabra toma el centro también en un monólogo protagoniz­ado por Enrique Simón, una obra de teatro del mexicano Juan Villoro, Conferenci­a sobre la lluvia, que podremos ver mañana en el López de Ayala de Badajoz. Un biblioteca­rio de vida casi monacal va a dar una charla sobre la relación entre la poesía amorosa y la lluvia, pero pierde los apuntes y pierde casi su vida, o la encuentra, hablando de la vida que vivió, de la que vive ahora (que no son la misma) y de los libros.

Qué seríamos sin los libros.

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Retrato del primer matrimonio homosexual celebrado en España sobre el que se hizo la película `Elisa y Marcela'. EL PERIÓDICO
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