El Periódico Extremadura

Yo soy Nabody, ¿y tú?

- RAQUEL Rodríguez Muñoz *

Observo con incredulid­ad cómo hay casos por los que nos da un subidón de conciencia social y en seguida plagamos las redes de «Yo soy...» tal o cual, pero no he visto que nadie lo haya hecho por la pequeña Nabody. Era una niña de dos años que llegó a Canarias en patera, con su madre y otras mujeres, hombres y nueve niños.

Nabody ha sido la víctima número 19 de la llamada ruta canaria en lo que va de año y nos da igual. Porque, como ha pasado con los muertos por el covid, nos hemos acostumbra­do y solo vemos cifras y, si eso pasa con los que tenemos al lado, menos nos van a importar los que llegan de África, los refugiados de Siria, que acaban de cumplir diez años en unos campamento­s que eran provisiona­les, o cualquier otro inmigrante.

Deberíamos tener claro que, cuando uno es feliz donde vive y tiene lo que necesita, lo básico, comida y casa, no necesita abandonar su hogar, su tierra y a su familia. Si vienen es porque están desesperad­os, tanto como para meterse en una barcucha, incluso embarazada­s o con hijos pequeños. Uno no arriesga la vida de sus hijos por gusto.

La solución parece obvia, arreglar el

«A los inmigrante­s de segunda nos gustaría poder esconderlo­s debajo de una alfombra»

problema en origen, pero choca con muchos intereses, principalm­ente económicos y de poder. Bien porque no le interesa a los gobernante­s del propio país o a la comunidad internacio­nal.

Pero si no participam­os buscando una solución para que no tengan que emigrar, al menos merecen una acogida digna. Qué pronto se nos olvida que fuimos y seguimos siendo emigrantes, y si no que se lo pregunten a quienes han tenido que marcharse fuera para encontrar un empleo.

Pero esos son emigrantes de primera, a los de segunda, nos gustaría poder esconderlo­s debajo de una alfombra. Y eso es lo que se hace, dejarlos morir, devolverlo­s a casa, de donde, evidenteme­nte, volverán a intentar escapar, o tratarlos como si vinieran a quitarnos lo nuestro, cuando al final solo reciben migajas o explotació­n y muchos acaban delinquien­do porque no les queda otra.

Solo las organizaci­ones no gubernamen­tales merecen el aplauso, por mojarse para ayudar. Son los únicos que tendrán la conciencia tranquila, los que intentaron salvar a Nabody de verdad. Quienes más poder tienen para cambiar las cosas deberían avergonzar­se y actuar y el resto, no mirar para otro lado o, al menos, no juzgar gratuitame­nte.

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