El Periódico Extremadura

Concurso hermético

- JUAN JOSÉ Millás*

Recuerdan ustedes esa viñeta clásica en la que se ve a un tipo en el rincón de una habitación que ha comenzado a enlosar desde la puerta hacia dentro? Ahí está atrapado, el pobre, pues no puede pisar el suelo sin estropear el trabajo recién hecho, aunque tampoco le es posible solar el espacio que queda bajo sus pies. Pienso a veces que esa situación constituye una metáfora bastante aproximada de la vida. Construimo­s la vida desde la puerta de entrada a la existencia, desde la niñez, y sin darnos cuenta vamos caminando hacia el recoveco de la vejez en el que no queda otra salida que la muerte.

Exit.

No me impresiona la palabra «Salida», impresa en la señalizaci­ónde nuestros aeropuerto­s, estaciones o grandes almacenes. Me resulta liberadora incluso, pues no es raro que me pierda en las entrañas de estos establecim­ientos. Pero cuando la veo en inglés, «Exit», me parece una invitación a pasar al otro lado del espejo. En español me sobrecoge un poco, en cambio, el término «Entrada». No digo que me dé miedo, sino que me estremece. Al nacer se sale de un sitio y se entra en otro, todo a la vez. Entrar y salir, quizá no hagamos otra cosa a lo largo de los años. Pienso en ello cada vez que entro o salgo del cuarto de baño de mi casa, porque el cuarto de baño es un espacio íntimo. En cierto modo, meterse en él es como ingresar en uno mismo y abandonarl­o es como abandonars­e. Uno no es igual en el salón, ni siquiera en la cocina, que en el cuarto de baño, ese raro espacio en el que la desnudez resulta natural.

En cierta ocasión escribí un cuento en el cuarto de baño de mi casa. Sentado sobre el inodoro, con el ordenador apoyado en los muslos, miré a mi alrededor y me pareció que me encontraba en Marte. ¡Qué invento, el de los sanitarios, el del alicatado hasta el techo, el de la grifería, el del soporte del rollo del papel higiénico, el de la alcachofa de la ducha…! Me salió un cuento claustrofó­bico con el que gané un concurso hermético. Pienso ahora en todo lo que he escrito y me reconozco en el personaje de la viñeta citada al principio de estas líneas: la escritura me ha ido arrinconan­do también en un espacio en el que ya no hay salida. Pero tampoco entrada.

HHace unos días veíamos a un reportero de un noticiario de televisión delante de una concurrida terraza en Madrid constatand­o que la única persona que llamaba la atención era el camarero por ser el único que portaba mascarilla. El pasado fin de semana

llevaba en su portada un restaurant­e madrileño en el que se veían todas las mesas ocupadas, sin distancia y todos los comensales sin protección alguna. Más allá que la particular­idad de los responsabl­es de la Comunidad hayan convertido esta también, aunque sea de manera inconscien­te, en destino para nuestros vecinos europeos de fiestas de todo tipo, estamos ante un fenómeno que va en aumento en todas nuestras ciudades.

Ese culto al individual­ismo que ha devengado la sociedad actual en detrimento de conceptos como solidarida­d y bien común, puede ser la mejor justificac­ión de tal modo de proceder por encima incluso de lo que se ha dado en llamar «fatiga pandémica», como descargo en buena parte a semejante fiasco. El mismo que hace cambiar de canal cuando vemos como unos socorrista­s se afanan por salvar la vida de una niña maliense en un muelle o encoge los hombros ante una nueva tragedia en el mar. Y ello tiene un coste que en parte estamos viendo ya pero del que parece a ciencia cierta queda mucho por llegar.

Construimo­s la vida desde la puerta de entrada a la existencia

J. Felipe Pozueco

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