El Periódico Extremadura

Patente de corso

- FRANCISCO Rodríguez Criado* *Escritor

Según una norma no escrita, los partidos políticos pueden hacer cuantas maniobras deseen, con la premisa de que sus fieles siempre les bailarán el agua. Los dirigentes disfrutan una y otra vez esta patente de corso, y no solo no se avergüenza­n ni justifican sus bandazos, sino que además se crecen ante la permisivid­ad de los votantes que han depositado su confianza en ellos.

En una democracia adulta los políticos deberían trabajar por el bien de los ciudadanos, y no al contrario, que es lo que ocurre con frecuencia. Pero tanto es el beneplácit­o que concede la militancia a sus líderes, que al final estos piensan que son dioses que no han de rendir cuentas. Y es cierto… hasta que cruzan ciertas líneas.

Es lo que ha ocurrido con Ciudadanos, que se ha sumado a una moción de censura doble en Murcia aliado con PSOE y Podemos, algo incomprens­ible para los votantes de un partido que hasta ahora se vendía como de centro-derecha.

Pero si alguien se ha saltado todas las normas del decoro hasta límites

En una democracia adulta los políticos deberían trabajar por el bien de los ciudadanos, y no al contrario

insospecha­dos, ese es Pablo Iglesias. Tanto se ha creído su papel de mesías, tanto ha menospreci­ado la capacidad crítica de sus propios votantes, que va camino de quedarse sin ellos.

Iglesias ha vuelto años después a Vallecas, disfrazado con una sudadera de Fariñas, enviando un chusco mensaje de lo que él considera es esa zona humilde que dijo nunca abandonarí­a. Regresa para hacer campaña, directamen­te desde su mansión de Galapagar, para pedirle el voto a quienes abandonó mientras se afanaba en amasar una fortuna personal, perderse en líos de faldas y convertir su partido en un chiringuit­o de pareja.

Arrimadas abandonó Cataluña por Madrid, donde se está más calentito, e Iglesias abandonó Vallecas por Galapagar, que tiene piscina, jardín, parcela de 2.000 m2 y suscripció­n a Netflix.

Ambos han cruzado todas las líneas, ambos han firmado su propia sentencia de muerte (política).

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