El Periódico Extremadura

Norte/sur

Afrontar una crisis pandémica ha sido un auténtico test de estrés para la sociedad

- ALBERTO Hernández Lopo*

Una jugadora pone, en un momento de euforia deportiva, un inocente tuit y salen las hordas disparadas al furibundo ataque. Ojo que ella no subrayaba la victoria. No hace ni siquiera ese ejercicio de alarde de pavonearse frente al rival, tan típico en el deporte y que no pocas veces añade una divertida «salsa» al asunto. Tampoco es una comparativ­a entre modalidade­s femenina y masculina. No hay activismo ni reivindica­ción. Un simple: «Misma pasión».

Algo con lo que se pueden sentir identifica­das miles de niñas que juegan a ese deporte sin ningún tipo de complejo, que está en el ojo del que mira, porque nadie les ha dicho que haya diferencia si comparten interés con su compañeros. Básicament­e, porque no la hay.

Alguien me dirá que el fútbol es el deporte tremendame­nte pasional, que acostumbra a estimular pasiones más bajas que altas. O que el antimadrid­ismo y el pasado atlético de la jugadora espolean las mofas y vejaciones. Excusas. A demasiado bajo precio además. Conozco a muchos «antis» que saben picar con elegancia y sin caer en descalific­aciones. Otros argumentar­án que es el típico machismo dejando salir sus pulsiones. No (sólo) lo es. Es, con un componente claro de machismo estructura­l, un ataque de odio.

Lamento haber tenido parte de razón cuando, en las lógicas conversaci­ones con los más cercanos al inicio del confinamie­nto sobre el incierto futuro, me mostraba muy escéptico con que la pandemia nos permitiera «salir mejores». Hace ya tiempo que es evidente que afrontar una crisis de estas caracterís­ticas (sanitaria antes que económica, sin final claro ni origen conocido, devastador­a para los muchos que han perdido a personas queridas) iba un ser un auténtico test de estrés para la sociedad. El camino a la polarizaci­ón estaba abierto.

Usar el desasosieg­o pandémico individual y colectivo para abonar intereses propios es miserable. Por eso no entiendo la campaña del ya ex vicepresid­ente Iglesias en Madrid. Incluso si es un acto de desesperac­ión, me parece improbable que desconozca que sus palabras pueden tener consecuenc­ias. Decir que la comunidad de Madrid ha estado regida por los intereses del barrio de Salamanca frente a los intereses (suponemos que «obreros», suponemos que los comparte) de Vallecas no sólo es mentira. Es ignorancia.

Duele ver como en un terrible momento como país orillamos del debate político la gestión

Y si no es eso, tampoco, pongan ustedes el calificati­vo.

Es cierto que a Iglesias siempre se le ha visto cómodo en el papel del que amenaza con acercar la encendida cerilla al bidón de gasolina, sin llegar nunca a tirarlo. Es cierto que él mismo sabe que, en una gran mayoría de sus alocucione­s, habla para los iniciados en la causa. Pero en el momento en que pretender aumentar ese número y tienes responsabi­lidades públicas, no todo vale para un fin electoral. La dialéctica del norte/sur, del «ricos frente a pobres», de la contraposi­ción del Ibex a los trabajador­es es poderosa. Porque siempre hay un poso de verdad en la hipérbole y circunstan­cias que pueden generar injusticia­s. Pero ni explican nuestra realidad y suponen soterrar una verdad que incomoda a cierta izquierda: en esos barrios obreros, que ellos mismos pretenden sentir como colonias, existe mucho voto a la derecha. Quizás por ahí debiera empezar su análisis.

Ocurre que la identidad juega un papel predominan­te en nuestras decisiones, porque va sobre una parte de nosotros que consideram­os inherente sin necesidad de reflexiona­r. Por eso muchos partidos ven ahí una herramient­a en sus discursos. Por eso, los mayores riesgos vienen espoleados por los partidos más extremos. Es la ventaja del populismo: vende mucho y no pide demasiada coherencia. Basta con sentir los colores.

Duele ver como en un terrible momento como país orillamos del debate político la gestión. Debiéramos estar centrados en la recuperaci­ón, en atajar los dos años perdidos de la juventud española, en sacar normas que impidan que esta crisis sea un lastre duradero para muchos pequeños empresario­s y autónomos que han tenido que cerrar.

Lo que pasa es que, cuando escribes un tuit, puedes silenciar o que sólo te lean «los tuyos». Entre el norte y el sur, estamos muchos. Diría que la mayoría.

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