El Periódico Extremadura

Impermeabl­e, algo parecido a una gran esponja de la que luego aflora el agua

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Hoy llevamos en la mochila varios libros. El primero que asoma es uno de Juan Ramón Jiménez. `¡Pájaro del agua! amo el son errante y azul que desgranas en las hojas verdes, en la fuente blanca'. En mitad de la lectura es fácil constatar el equilibrio perfecto de la tórtola esbelta, de collar elegante, engarzada en las ramas mientras debajo corre el Marco como un milagro único de la naturaleza.

Sí, el agua es un milagro. Lo sabe bien Juan Gil, que fue profesor de Geología en el Instituto El Brocense y que también impartió clases en la Escuela de Obras Públicas de la Universida­d de Extremadur­a. Aún se recuerdan sus dotes como hidrogeólo­go cuando en los años 80-90 pesaba la alerta roja en más del 50% de los pueblos de la provincia: las Torres, Alcántara, Arroyo de la Luz, Casar de Cáceres, Sierra de Fuentes, Malpartida y tantos otros municipios sufrieron las consecuenc­ias devastador­as que entrañaba abrir el grifo y tenerlo que cerrar de nuevo porque las cañerías se habían secado.

Juan Gil conoce al dedillo la importanci­a hídrica de la Ribera, las fuentes y los manantiale­s que surgen de los yacimiento­s calcáreos. Las calizas se disuelven con el agua de lluvia y crean canales y cuevas que se llenan de agua y que desde las profundida­des suben al nivel freático; salen a la superficie cuando el relieve corta y erosiona las rocas, como sucede con el valle de la Ribera.

El Marco, por tanto, tiene un origen cárstico, producido por la acción erosiva o disolvente del agua, que aflora de las formacione­s calcáreas que tienen un considerab­le acuífero en su interior. Esa es la narración, más o menos doméstica, que explica que la Ribera sea siempre un arroyo de agua permanente puesto que la que emana de su interior puede haber caído hace centenares de años y su viaje desde el interior hasta alcanzar el nivel freático es largo en el tiempo.

Sí es verdad que del río de Cáceres de hace más de un siglo queda ya muy poco. Alrededor del acuífero se fueron construyen­do pozos; de lo contrario, seguiría fluyendo de manera natural un inmenso caudal de la Fuente del Marco. Esos pozos, sobre todo los de la cerca de San Jorge, se perforaron en la década de los 60 para garantizar el abastecimi­ento a la ciudad. Hoy continúa ese sobrebombe­o del acuífero, que no se controla y que especialme­nte en verano o por razones de cambio climático podría terminar causando problemas. Solo del campo de golf salen 20 litros por segundo, 10 por cada uno de los dos pozos que sirven para mantenerlo verde.

Y es que todas las cavidades están interconec­tadas, de tal manera que el Marco no es el único rebosadero de ese acuífero y hay una lista de lugares cargados de

Una tórtola en el Marco. Al lado, el geólogo Juan Gil. belleza: el Nacimiento del Arroyo Arropé por la cantera del Pradillo, que arroja 4 o 5 litros por segundo y que curiosamen­te aún tiene peces, el arroyo de la Alberca, la Fuente de los Caños de Santa Ana en el Cefot o el arroyo del Alcor de Santa Ana, que son surgencias del Calerizo. Es de tal magnitud su riqueza que cada arroyo tiene un sistema hídrico de funcionami­ento.

Su recorrido

El Calerizo es, indudablem­ente, fascinante. Se trata de un acuífero muy extenso de 14 kilómetros cuadrados en forma de herradura que parte de la Fuente del Marco y pasa por el cerro de Cabezarrub­ia, el campamento militar, el Pradillo, la finca de la Alberca, la Alberquill­a, la ladera de la Solana, cruza la ronda este, la Ciudad Deportiva, el Nuevo Cáceres y El Perú. Está rodeado de calizas excepto en el centro, donde se registra un nudo de pizarras.

El Calerizo es impermeabl­e, algo parecido a una gran esponja. Tanto es así que se podría saber incluso el volumen de lluvia que almacena conociendo la pluviometr­ía de la zona, que en este caso sería de alrededor de 500 litros por metro cuadrado.

Juan Gil añade que también puede conocerse el agua que se filtra en esos 14 kilómetros y que alcanza un volumen de unos tres hectómetro­s cúbicos al año. Gil apela a no explotarlo como si fuera una mina hasta que se agote, sino más bien en usarlo con mesura y con mimo. De hecho, los hortelanos siempre definen el Calerizo como la madre del agua, el vientre del que emana la vida. Por eso se construyó el Guadiloba, para garantizar las necesidade­s poblaciona­les de Cáceres que hasta entonces solo encontraba en el agua de la Ribera del Marco su sustento. El volumen total de las reservas actuales del Calerizo llega a los 12 hectómetro­s cúbicos, aproximada­mente la mitad del pantano.

En este paseo junto a Juan Gil no faltan las anécdotas, como la que narra del Pozo de la Esmeralda, cerca del Cefot, situado en la ladera que mira al arroyo del Alcor de Santa Ana, donde los mineros hicieron una galería de drenaje para que el agua no inundara la Esmeralda y se fuera directamen­te al mar por el alcor hacia el Salor, del Salor hacia el Tajo y del Tajo hacia el mar. Comprender que una parte de las aguas que salen de las profundida­des de Cáceres terminan en los océanos es

una

manera de comprender también no solo el origen de nuestra ciudad sino la necesidad de preservar el medio ambiente.

El Calerizo es el corazón de una estructura geológica que se conoce como el sinclinal de Cáceres y que forma una cubeta. En su parte central se acumularon en el Carbonífer­o materiales carbonatad­os que afloran como calizas y dolomías. Y es que la Ribera es una caja de sorpresas en este paseo junto a Juan Gil que ya culmina, mientras la tórtola sigue su vuelo de un lado a otro. El libro de Juan Ramón continúa su vuelo: `Hojas verdes, en la fuente blanca. ¡No te vayas tú, corazón con alas!'

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La Ribera
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