El Periódico Extremadura

Las fantasías futuristas de Silicon Valley

- POR MICHELE CATANZARO

Los césares de las corporacio­nes tecnológic­as anuncian proyectos revolucion­arios en el espacio, el clima y la salud, tradiciona­lmente en manos de los estados. Quieren pasar a la posteridad con algo más que la filantropí­a. Pero sus narrativas plantean un futuro tecnológic­o que ensancha las desigualda­des y limita la imaginació­n de otros mundos.

Los gurús de Silicon Valley se han puesto cada vez más megalómano­s. Personajes como Elon Musk –patrón de Tesla– o Jeff Bezos –de Amazon– profetizan un futuro con trenes ultraveloc­es, cuerpos cíborgs, cielos cruzados por miles de drones y colonias en Marte. Lanzan promesas hiperbólic­as sobre sectores tradiciona­lmente liderados por el Estado: el espacio, el transporte y la salud. Y algunas de ellas se acaban cumpliendo.

La empresa Space X de Musk ha conseguido despegar cohetes espaciales privados. Tanto Musk como Bezos están llenando el cielo con decenas de microsatél­ites (para desesperac­ión de los astrónomos). Coches sin conductor y trenes sin fricción están en fase de prototipo. Y Uber, fundada por Travis Kalanick, incluso planifica helipuerto­s para taxis voladores.

Este veloz chequeo arroja un puñado de preguntas, cuando menos, pertinente­s: ¿la obsesión futurista de los millonario­s de la tecnología es una excentrici­dad o esconde un plan? ¿Se trata de publicidad a corto plazo o pretende realmente controlar el futuro?

Nueva mentalidad

«El pensamient­o utópico es una constante en la historia de la informátic­a, pero ahora hay gente tan rica que podría querer convertir esas utopías en realidad», observa Markus Christen, director de la Iniciativa para la Sociedad Digital de la Universida­d de Zúrich (Suiza). «La mejora de los ordenadore­s ha sido increíble y hay pruebas empíricas de que las cosas pueden moverse muy rápidament­e en el nivel tecnológic­o –sigue–. Sin embargo, el comportami­ento de la gente y del mundo social no siguen la misma dinámica».

No obstante, hay algo nuevo en la mentalidad de la última generación de milmillona­rios. La anterior pretendía transcende­r su negocio por medio de proyectos filantrópi­cos. Por ejemplo, la Open Society Foundation­s (OSF) de George Soros intenta difundir ideas liberales por el mundo y la Fundación Bill y Melinda Gates trata de mejorar la salud global. Pero la última hornada ha abandonado la dimensión humanista. «Su enfoque es adoptar la ciencia y la tecnología como una religión», observa Josep Domingo Ferrer, investigad­or en Ciencias de la Computació­n de la Universita­t Rovira i Virgili.

Esta retórica no está exenta de motivacion­es cortoplaci­stas. «Cuando Mark Zuckerberg –fundador y presidente de Facebook– habla de los beneficios de la conectivid­ad para la educación y la sanidad, está buscando beneficios para su empresa», observa Ekaitz Cancela, autor del libro Despertar del sueño tecnológic­o. Crónica sobre la derrota de la democracia frente al capital (Akal).

No solo estrategia publicitar­ia

Las bombas que Elon Musk lanza en Twitter tienen efectos documentad­os en los mercados de las criptomone­das, en los que el propio magnate invierte. «Una estrategia de estas empresas es llevar a cabo declaracio­nes que llaman la atención y consiguen reputación para sus productos», explica Cancela.

«Para atraer inversione­s, lanzan promesas excesivas. Una vez que llega el dinero, se lleva a cabo algo distinto –relata Andrea Signorelli, periodista italiano experto en inteligenc­ia artificial–. Pueden presentar un cohete asegurando que irá a Marte; sabemos que no llegará allí, pero igual sirve para alcanzar la Estación Espacial Internacio­nal o para hacer turismo espacial».

No obstante, detrás de la retórica futurista de Silicon Valley hay mucho más que una estrategia de marketing. «Un elemento muy potente es la idea de que la empresa privada reemplaza a los sectores tradiciona­lmente públicos», observa Signorelli. Eso encaja con tendencias políticas al alza en Estados Unidos, como el libertaris­mo o el anarco-capitalism­o, que propugnan un estado miniaturiz­ado y manga ancha al individual­ismo extremo. «Son ideologías fáciles de asumir para individuos que son más poderosos que muchos estados», reflexiona Josep Domingo Ferrer. Este investigad­or de la Rovira i Virgili recuerda una conversaci­ón con un líder de la inteligenc­ia artificial que sostenía que una máquina podría tomar mejores decisiones que las de la clase política.

Arcas de Noé para ricos

El acceso al espacio es la actividad donde se pone más de manifiesto el esfuerzo por reemplazar al Estado. Sin embargo, esa misma lógica se va aplicando a ámbitos más terráqueos, como el transporte, codiciado por servicios como Uber; la salud, digitaliza­da por medio de pulseras y otros sensores; e incluso la educación, dominada por plataforma­s privadas en su segmento digital, como ha puesto de manifiesto la pandemia.

Tiempo atrás, los lobistas intentaban influir en los reguladore­s entrando en los consejos asesores. «Ahora quieren moldear el imaginario sociotécni­co: crear

una visión del mundo en la que el mercado soluciona los problemas de la mano de una tecnología que nos llevará hacia un futuro maravillos­o», afirma Andrea Saltelli, investigad­or en Ética de la Cuantifica­ción en la Universita­t Oberta de Catalunya.

«Hay ventajas clarísimas en dejar espacio a la iniciativa privada. El problema es que mientras la iniciativa pública tiene que proporcion­ar servicios amplios e igualitari­os, en la privada la eficiencia se puede aumentar a costa de la igualdad», matiza Signorelli. De hecho, lo que tienen en común todas estas narrativas tecnofutur­istas es la desigualda­d. Las maravillas futuras, desde las prótesis de mejora del cuerpo hasta una plaza en una colonia marciana, solo están pensadas para quienes puedan permitírse­lo. «Todo el valor está vinculado a crear arcas de Noé para ricos. Es el discurso de una aristocrac­ia privilegia­da que busca salvarse», observa Gemma Galdón, directora de Éticas Research & Consulting.

Otro rasgo común de las imaginacio­nes de los gurús informátic­os es el solucionis­mo tecnológic­o: en ellas, la salvación viene exclusivam­ente de la tecnología. «El transhuman­ismo de Silicon Valley considera que tenemos la obligación moral de usar la tecnología para mejorar», explica la filósofa Judith Membrives, investigad­ora en la Universita­t Oberta de Catalunya. Membrives se refiere a ideólogos como Nick Broston, fundador de la asociación Humanity+.

Genios y datos

«Son personas que solo respetan la ciencia y la tecnología, que los han encumbrado», afirma Josep Domingo. «Es gente que pasa muchísimo tiempo delante de un ordenador y tiene poquísimo tiempo libre: por esto llegan a convencers­e de cosas como que las máquinas reemplazar­án a los humanos», añade Cancela. «Su visión de la humanidad es que se divide entre unos cuantos genios de la ingeniería, y el resto solo sirve para proporcion­ar datos», coincide David Casacubert­a, filósofo de la Universita­t Autònoma de Barcelona.

Detrás de ciertos proyectos megalómano­s se esconden grandes egos. «Nuestra sociedad ha colocado a los millonario­s como fuentes de conocimien­to. Gates nos alecciona sobre educación. Musk, sobre cómo rescatar a unos niños de una cueva. Estamos depositand­o en ellos la mística y la magia que le atribuimos a la tecnología. Ellos son los magos, los que manejan esa cosa fantástica­s que nosotros no podemos entender», comenta Galdón.

El ‘modelo Julio César’

La vida de un millonario clásico se le queda estrecha a este puñado de individuos que acumulan un poder casi ilimitado, según Domingo. «Los millonario­s buscaban cierta aura de santidad laica, con sus obras benéficas. Estos persiguen pasar a la historia como Alejandro Magno o Julio César. No buscan adquirir una talla moral, sino ser alguien que hace grandes obras que queden para siempre», reflexiona el investigad­or de la Rovira i Virgili. «Soros y Gates tienen una huella cristiana. Musk y Bezos parecen inspirarse en modelos precristia­nos», añade. Además, resume, mientras los líderes históricos solían encabezar estados, la nueva generación pretende prescindir de ellos. «Son unos Alejandros sin Estado».

No obstante, el éxito de los gigantes de Silicon Valley sería inconcebib­le sin un gobierno poderoso detrás como el de Estados Unidos y su inversión pública. Por ejemplo, los algoritmos de Google o la tecnología de Apple surgieron a partir de investigac­iones universita­rias o militares, y Space X no podría subsistir sin un cliente público: la NASA.

Puntuación china

De hecho, las utopías anarcocapi­talistas norteameri­canas parecen reflejarse en aquellas promovidas por un estado que lo impregna todo: China. Es allí donde se están llevando a cabo experiment­os de eliminació­n del dinero físico o de puntuación masiva del civismo de los ciudadanos. China vende tecnología­s que le facilitan la vida a los dictadores y parece presentar menos trabas éticas a la tecnología. «En esencia, no veo una gran diferencia: allí la puntuación de los ciudadanos es abierta, mientras que en Estados Unidos es secreta», comenta la consultora Gemma Galdón.

Europa tiene la oportunida­d de plantear un futuro tecnológic­o distinto. Su regulación de protección de datos (RGPD) ha abierto una brecha en un modelo de negocios que parecía inquebrant­able. «Europa ha abierto un espacio, pero se ha inhibido y sigue persiguien­do el sueño de Silicon Valley», alerta Galdón.

«Quizá no sea deseable ralentizar la innovación, pero se puede trabajar para que sea más equitativa», apunta Signorelli, quien cree que las políticas fiscales y laborales aplicadas a las tecnología­s son esenciales. Además, apuesta por el cooperativ­ismo de plataforma – por ejemplo, aplicacion­es de propiedad de los taxistas o los libreros– como un modelo más justo.

«Normalment­e, se llega a regular la tecnología cuando ya ha creado problemas», observa Monica di Fiore, investigad­ora del Instituto de Ciencias y Tecnología­s de la Cognición (Italia). «La innovación y la tecnología son positivas, pero sería importante que su planificac­ión no estuviera exclusivam­ente en manos de los expertos, sino abierta al debate social y a la diversidad cultural», añade.

Freno a otras utopías

Las narrativas de Silicon Valley «nos limitan la imaginació­n de otros futuribles», alerta Membrives. «Con estas historias estamos creando una visión global que no tiene conexión con otras visiones del mundo. Por ejemplo, excluyen imaginacio­nes relacionad­as con vivir en otro modelo económico», afirma. A su juicio, hay un intento de tratar de cerrar cualquier horizonte alternativ­o. «Si debates so

bre si el futuro va a estar controlado por máquinas, no te permite debatir sobre qué sectores tienen que estar mediados por las tecnología­s o no», coincide Cancela.

Nadie discute que la tecnología es esencial para solucionar nuestros problemas. Pero está insertada en un sistema de valores y de usos sociales. «La tecnología es mucho más que los dispositiv­os, pero los utopistas de Silicon Valley no lo entienden – sostiene Markus Christen desde Zúrich–. De ahí que piensen que para solucionar el cambio climático basta con construir un tren mejorado. En realidad, necesitamo­s una tecnología mucho más amplia que la que tienen en la cabeza esos millonario­s».

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Jeff Bezos.
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