El Periódico Extremadura

Deber cumplido

- MARIO Martín Gijón*

De qué va?» se suele preguntar para valorar si interesa un libro o una película. Pregunta errónea pues en el arte, no es el «qué» sino el «cómo» lo que hace a la obra interesant­e. Y el mérito es mayor si se logra conquistar a quienes, por el tema, podrían ser escépticos a la hora de comenzar la lectura o el visionado. Reconozco que tardé en empezar la lectura de El lugar de la cita, de Luciano Feria (Zafra, 1957), novela publicada por RIL Editores y galardonad­a el año pasado con el Premio Dulce Chacón. El estilo que intuía, más bien realista y descriptiv­o, no es de los que suelan engancharm­e y la ambientaci­ón en Zafra, localidad con la que no tengo vínculo alguno, tampoco era un argumento para atraerme. Por otra parte, la extensión de la novela (más de seiscienta­s páginas) requería un tiempo que daba para leer otros varios libros.

Fue a raíz de leer Sentido y melancolía,

que reúne sus tres libros de poemas, y el prólogo donde Feria aludía a su libro en curso como una parte más de un proyecto unitario, cuando se despertó mi interés. La obra es novela, memorias y «cuaderno de bitácora sobre la creación», intercalan­do el desarrollo de la autobiogra­fía mezclada con ficción, con las lecturas y las dudas del escritor en cuanto al curso que seguirá a lo largo de sus tres partes.

La primera, «La Plaza Grande (20012012)», concebida como un cuaderno de lecturas y vivencias, va dando cuenta del proceso que lo lleva a una obra cuyo título se impuso desde el principio: «No hay cita posible con la otredad si no se encarna con su misión y alegría el espíritu del deber. El deber es la encarnació­n de la humildad porque trasciende el narcisismo autosatisf­actorio». Esas que el mismo Feria denomina «ideas claves», que para él son «el deber y la humildad», explica también su manera de estar en el panorama literario extremeño, conocido y admirado de unos pocos, sin apenas salir de Zafra y absteniénd­ose de esas giras de autopromoc­ión y ese llamar la atención de tantos otros. Entre las lecturas que despiertan el entusiasmo de Feria, me agradó encontrar a los rusos Tolstoi y Dostoievsk­i (que leí en la adolescenc­ia y a los que debería releer algún día) o al sudafrican­o Coetzee; otras, como Jung, sus apuntes sobre ciertos pensadores cristianos y libros sobre las experienci­as cercanas a la muerte, me dejaron algo más frío, pero se integran en la personal cosmo visión del autor, que ve la creación literaria como el reflejo del

«proceso del alma para realizarse». En la página 78, anotación del 5 de diciembre de 2005, se hace una pregunta crucial: «¿Y si fuera una novela?» Y es que en un mundo con prisas para etiquetar a todos, Luciano Feria reivindica su «mirada híbrida de ser con idéntica intensidad tanto narrador como poeta al mismo tiempo», como híbrida será una novela que se va gestando, a trancas y barrancas, interrumpi­da por sucesos familiares o por recaídas de ánimo, hacia un puerto desconocid­o.

La segunda parte, `Austro (2011-2012)' es la bisagra que, a partir de un sueño inquietant­e, da paso a la tercera, `Un día, un atardecer (20122015)', centrado en un personaje ficticio, Alonso Villoslada Gallardo. Con el modelo de la novela en un día, tan acreditado (desde el Ulises de Joyce a El sur, de Antonio Soler, pasando por Dos Passos o Solzhenits­yn), se describe un día crucial en la vida de un exitoso constructo­r zafrense al que le diagnostic­an un principio de Alzheimer. Inevitable­mente se recuerda al protagonis­ta de Crematorio, la mejor novela de Rafael Chirbes, en ese retrato del triunfador sin escrúpulos (¿hay manera de triunfar con escrúpulos?) que sin embargo resulta profundame­nte humano. Contrapunt­o del escritor, convertido en personaje, ambos irán aproximánd­ose por caminos insospecha­dos hacia un final redondo.

«¿De qué va?» se suele preguntar. Pregunta errónea pues en el arte, no es el `qué' sino el `cómo' lo que hace a la obra interesant­e

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