Buscar la identidad perdida
La moldava Tatiana Tibuleac vuelve a tratar la falta de amor en la infancia y el recorrido para encontrarse en `El jardín de vidrio' tal como hizo en `El verano que mi madre tuvo los ojos verdes'
con un repertorio más dentro de esos estilos. Había razones para ello, pues estábamos los dos en Lisboa en esa altura, y no solamente por formación académica sino también por gusto, nos dejamos llevar por esas latitudes. ¡Fue una época interesante! Toda la música de raíz nos encanta, por su riqueza, por el legado que expresa. Estos estilos en particular son muy ricos bajo el punto de vista social, poético y musical. Es toda una escuela, y es fascinante. Se suele decir que al adquirir nuevos lenguajes es como si se abriesen patrias dentro de nosotros.
– Mili Vizcaíno ¿Canta sobre todo jazz por qué es el mejor estilo que se acopla con su voz, o simplemente porque le gusta?
-Mi relación con el jazz viene ya de muy lejos, primero en los bares y después en los festivales y en las universidades. Siempre sentí una fuerte atracción por la improvisación y anduve (y ando) trás de ella jugando, estudiando, viajando, compartiendo, aprendiendo y desaprendiendo… pero nunca me dediqué a cantar jazz exclusivamente, y es que yo amo la música más que a las etiquetas que se le puedan poner y que a veces supoflauta nen una frontera más.
– ¿Cómo se conocieron? ¿En qué momento se cruzaron sus caminos?
-Podría haber sido perfectamente en vidas pasadas jajaja. ¿Quién sabe? Hace 4 años nos propusieron hacer un proyecto para un evento en el que querían juntar a artistas españoles y portugueses. En realidad, ya habíamos coincidido en uno o dos encuentros de amigos, pero fue con ese proyecto con el que nos dimos a conocer el uno al otro musicalmente y la conexión fue inmediata, magnética.
– ¿La música es la mejor forma de expresión?
¡La palabra musicalizada tiene mucho poder! El ritual del canto colectivo siempre fue una forma de crear unidad y tranquilizarnos cuando estamos más inquietos, también cuando se canta una nana a un bebé o el cumpleaños feliz a un ser querido. También hay otro lado de ese poder, el de la manipulación… o del marketing. ¿Qué sería de las películas sin banda sonora? ¿Estaríamos cuatro horas asistiendo a una ópera sin música? ¡Y qué bien sienta bailar! La y el tambor son nuestros compañeros desde hace miles de años, y fueron fundamentales para ayudar en las diferentes labores y en muchas de las formas de expresión más relevantes.
– Los temas son todos originales, pero ¿quién o quiénes los han compuesto?
El trabajo de composición es colectivo entre nosotros dos, yo hago más la parte musical y Mili trabaja más en las letras, pero hay mucha ósmosis entre las dos áreas y las participaciones son siempre activas y generadoras de cambios. También contamos con la ayuda de nuestro productor Johnny Galvão, con las letras.
– -¿Cuándo se sabe que un tema está listo (letra y música), cuándo se sabe que uno está preparado para publicar y lanzarse a la promoción de un trabajo y enfrentarse al público?
-¡Es difícil ser exacto en la respuesta! ¡Entre la duda y el entusiasmo hay que dar tiempo! A veces erramos mejor y otras acertamos peor… Por muy exigentes que seamos, sabemos que hay un momento en que tenemos que soltar amarras y entregar nuestro trabajo. Hasta ahí, hay que apurar lo máximo posible y percibir la dirección de lo que se está haciendo. Cuando el mensajero entiende el mensaje y lo interioriza, está preparado para anunciarlo.
«La música tiene capacidad de unir, no de desunir. No conoce fronteras»
– ¿La música lo es todo?
-La música es una parte importante, pero la vida lo es todo, el amor lo es todo, y de eso se alimenta la música. El artista se alimenta del retorno de su esfuerzo, el cual, no siéndolo todo, es vital.
– ¿Con `Materia mestiza' han conseguido su objetivo, se sienten satisfechos? ¿Les queda mucho camino por recorrer?
-Por un lado esperamos que sí, que nos queden muchos más caminos por recorrer, eso anima. Por otro, esperamos haber iniciado con esta `Materia mestiza' el camino que cumpla con nuestras expectativas. Terminar y editar el disco después de tres años de trabajo ya es conseguir un objetivo, juntar todas las piezas creativas en este propósito tan deseado. Un conjunto de otros objetivos son consecuencia del primero, que paso a paso podrán hacer crecer nuestra satisfacción.
– ¿Por qué no hay temas en portugués?
-En el disco hay solamente dos versos en portugués, en el tema `Mestiza'.. Como Mili es española, creímos que era más natural que cantase en su lengua materna, y, además, la propia energía de las canciones nos acabó guiando en esa dirección. El discurso del disco está dirigido a una audiencia hispanohablante. Pero tal vez en concierto podamos traer algunas sorpresas…
HLa moldava Tatiana Tibuleac exploró las relaciones maternofiliales en su cruda novela El verano que mi madre tuvo los ojos verdes (premio Cálamo al libro del año 2019) y vuelve a tratar la falta de amor en la infancia y la búsqueda de la identidad en su nuevo libro, El jardín de vidrio, dos obras que, asegura, «son muy populares entre los psiquiatras».
En 2019, Tîbuleac llegó a las librerías en español con su primera novela, que cosechó numerosos premios, con la historia de un adolescente problemático que se enfrentaba a la muerte de su madre por cáncer, un libro que, sostiene ha sido utilizado en muchas ocasiones por psiquiatras en sus terapias, según explica en una entrevista con Efe. La autora regresa ahora con El jardín de vidrio, editada como la anterior en Impedimenta, una novela en la que narra la historia de Lastochka, una niña que, durante los años más grises del comunismo en Moldavia, es rescatada de un terrible orfanato por una anciana rusa.
Sin embargo, ese acto de aparente piedad esconde una realidad terrorífica: la pequeña será obligada a trabajar recogiendo botellas por las calles de la ciudad de Chisináu durante casi una década en la que se le prohíbe hablar su lengua materna y tiene que adoptar el ruso como modo de expresión. La protagonista se convierte así en el símbolo de la pérdida de su identidad cultural de todo un pueblo al que se le arrebató su lengua y su cultura, como le ocurrió a su autora, nacida en 1978 en Moldavia, un país de cultura rumana que fue durante medio siglo parte de la URSS.
La división de Rusia
Y es que en 1939 se dividió Rumanía en esferas de influencia para Alemania y la URSS y tras la Segunda Guerra Mundial, Besarabia, ocupada por las tropas soviéticas, se convirtió en la República Socialista Soviética de Moldavia, parte de la URSS hasta su independencia en 1991. Y se impuso el moldavo, una lengua neolatina similar al rumano pero escrita en caracteres cirílicos, como idioma oficial. «Las discusiones sobre la lengua moldava, la lengua que se nos impuso en
Tatiana Tibuleac en una imagen promocional.
Moldavia durante muchos años, una lengua inventada y humillante, no son nunca sencillas. En primer lugar, porque no se conoce este detalle en todo el mundo y es difícil explicarle a un extranjero por qué vienes de Moldavia pero tu lengua no se llama moldavo, sino rumano o ruso», explica Tibuleac.
«A alguien le puede parecer algo maravilloso que un país, una zona, tenga una lengua solo suya. Y muchas veces así es; pero la moldava no fue algo que nosotros quisiéramos conservar a cualquier precio, sino algo impuesto a cambio de nuestra verdadera identidad. El paso a la caligrafía cirílica se realizó para separar a la población natural de Besarabia y acercarla a Rusia», prosigue. Y el resultado, sostiene, «fue digno de Frankenstein: olvidados en una parte y no aceptados en la otra».
Cuando era niña, recuerda, no pensaban demasiado en lo que sucedía a su alrededor: el ruso era el medio de comunicación más rápido, la lengua de las élites. Y en la escuela, en primaria, aprendían la lengua moldava y nadie se planteaba si era correcto o no. Pero con la independencia «nos dijeron que nuestra lengua era otra, no esa con la que habíamos crecido. Nos dijeron que la lengua rusa no era mejor, al contrario, que se trataba de la lengua de los ocupantes y que debíamos olvidarla. Te sientes
humillado, burlado incluso, al descubrir que todo lo que te han contado hasta entonces ha sido una mentira».
Tibuleac ha vivido siempre, asegura, con el sentimiento de que todo lo que hace está «entre» dos culturas completamente diferentes, la eslava y la latina. Y a veces ha sentido que no pertenece a nadie: ¿Cuánto tarda un pueblo en recuperar su identidad cultural?. «A veces toda una vida, a veces generaciones enteras», responde la escritora.
Para Tibuleac, una infancia sin amor y una niñez de maltratos son las dos caras de la misma moneda. Sobre la falta del primero escribió El verano que mi madre tuvo los ojos verdes y sobre lo segundo El jardín de vidrio. Sin embargo, en el caso de una infancia sin amor, hay muchos más matices: «Algunos padres no manifiestan su amor por motivos diversos, disciplinarios, religiosos, porque simplemente no saben cómo hacerlo, no les ha enseñado nadie, pero esto no quiere decir que no amen a sus hijo, mientras que una paliza es una paliza, un abuso es un abuso, aquí no caben ya la explicaciones». Una vulnerabilidad de los menores que suele ser aún mayor cuando se trata de una niña: «Allí de donde vengo yo, siempre», sentencia.
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