El Periódico Extremadura

No olviden ser libres

- MERCEDES Barona*

Tengo un traje de flamenca sin estrenar y que este año tampoco va a pasearse por el Real. Y duele verlo ahí, con sus lunares y volantes, como una promesa de amor incumplida que sigue susurrándo­te lo que pudo haber sido y ya no.

A otros les pesa el vacío sus medallas rocieras, sus pañuelos rojos, sus cachirulos, sus capirotes...

Y eso no es sólo porque en España seamos juerguista­s, bullanguer­os y callejeros, que también, sino porque el paso del tiempo se hace mucho más palpable en lo que perdemos y no vamos a recuperar. Que nos consolamos con que habrá otros chupinazos, otras ofrendas... pero serán otras, no las que tuvieron que ser. Y no se acaba el mundo, desde luego, por esta vida descafeina­da que llevamos, pero reconozcan que de alguna manera a todos nos tiene un poco tocados.

Segurament­e tiene que ver con habernos hecho (más) consciente­s de lo efímera y frágil que es la vida. También con no ser dueños de nuestro tiempo o nuestro espacio, de la posibilida­d de elegir.

Imagino que si has nacido bajo un «felicísimo régimen totalitari­o» todo esto te parece normal; vive como te digo, ve donde te digo, quieto donde te digo... Por suerte en España ya somos una mayoría nacida en los estertores de la Dictadura y en la Transición, y sabemos lo que es la libertad de elección (aunque alguna ministra crea que ha venido a descubrirn­os la pólvora) y que podemos decidir cómo vivir. O cómo no hacerlo, que es aún mejor.

Por eso algunos llevamos tan mal esta pandemia: porque aunque los agoreros nos quieran vender la moto de que no somos una democracia, lo somos. Con todas sus imperfecci­ones, sus posibles mejoras, su exceso de políticos y cargos a dedo... en fin, con todos

Siempre he dicho que no necesito perder nada para valorar todo lo que soy y lo que tengo

esos extras que ya conocen y que habría que pulir.

Intenten imaginar una forma de vivir que censure lo que lees o lo que escribes. En qué casa puedes vivir, dónde no puedes ir de vacaciones, cuánto puedes ganar por tu trabajo, cuántos hijos tener, a qué hora no puedes andar por la calle... Maravillos­o, ¿a que sí?

Siempre he dicho que no necesito perder nada para valorar todo lo que soy y lo que tengo, pero es verdad que esta maldita pandemia nos ha abierto los ojos para apreciar más hasta nuestras pequeñas miserias, nuestras rutinas y nuestra normalidad anormal.

No creo que el mundo vaya a ser mejor después de todo esto, ni que hayamos aprendido mucho aparte de que hay una infinidad de maneras de limitar las libertades de forma implícita o sutil. Y me da un poco de miedo haber descubiert­o los pequeños chivatos, espías y aprendices de tiranos que se han destapado con los confinamie­ntos.

Porque se irá el Covid, pero esas formas de ser continuará­n ahí latentes, esperando para señalar con el dedo todo lo que consideren fuera de la norma. Como los vecinos cotillas, los escudriñad­ores de las redes sociales y los envidiosos de la felicidad ajena.

Eso no habrá vacuna que lo cure. *Periodista

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