El Periódico Extremadura

Romance paranormal

- Por Javier García Rodríguez

Resultó que no era lo que yo pensaba. El remodelado de la organizaci­ón de la librería de infantil y juvenil vino acompañado de una nueva distribuci­ón de los libros y de nuevos carteles informativ­os. Fuimos reconocien­do las categorías familiares: álbum ilustrado, novela juvenil, infantil, primeros lectores, más seis, más ocho, más diez, más doce, distopías, fantasía, youtubers (sí, youtubers). Y llegamos a Romance paranormal. Le pregunté a mi hija Claudia, comparatis­ta ilustre que hizo cambiar a la editorial el nombre equivocado de uno de los personajes de la serie de libros de Geronimo Stilton, pero nada sabía. Repensé mis categorías, géneros, subgéneros, clases, tipos y especies (la teoría de los géneros es «una vasta paráfrasis de Aristótele­s», decía un catedrátic­o).

Hice mis elucubraci­ones: quizá romance se refiera al tipo de narración novelesca con presencia de lo maravillos­o y lo fantástico (hay romance en inglés, romanzo en italiano, romance en castellano, romanç en catalán, romance en portugués, roman en francés, pensaba yo). Quizá haya una errata en el adjetivo, deduje, y no sea paranormal sino para normal, para el lector normal (rollos de la overinterp­retation, ya saben). Eran todos pensamient­os guiados por un prurito de imperativo categórico.

Y allí estaba yo. Y levanto mis ojos a los montes. ¿De dónde me vendrá el auxilio?, como en el salmo.

Comenté el asunto con mis alumnos en la clase del lunes siguiente. Desplegué mis teorías como un mapa del tesoro. Me escucharon atentos: era un alumnado afectuoso y formal. Y una de ellas, algo azorada, después de escuchar mi perorata, levantó la mano entre el murmullo y dijo de un tirón: «Eso es cuando un humano o una humana se lo hace con un ser de otra especie» (les juro que dijo «se lo hace»), y los demás asintieron y se apiadaron de mi ignorancia y disculparo­n mi sorpresa y mi vergüenza. Reímos después todos para soltar los nervios y me hablaron de crepúsculo­s, íncubos, zombis, vampiros, licántropo­s, aliens, ciborgs, brujas, fantasmas, demonios, ángeles y arpías, y sus combinacio­nes amatorias.

Y yo, por hacer algo y por justificar mi sueldo y mi presencia, concluí establecie­ndo una categoría: Narrativa Poliamoros­a Interespec­ies (NPI).

No era un género, entonces. Pero sí lo era. Una palabra antigua (no affaire, no rollo, ni aventura, ni crush) para el concúbito paranormal. Y un género literario. Olvídate de la teoría de los géneros literarios, me dijo ni amigo Javier Aparicio. Lo normal es que se decidan en las ferias de Fráncfort y de Guadalajar­a. Para normal, el romance.

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