El Periódico Extremadura

Repliegue conservado­r

Esta última crisis ha sido la gran oportunida­d perdida por la izquierda

- ENRIQUE Pérez Romero *

Hace casi tres lustros que la canadiense Naomi Klein formuló la «doctrina del shock»: los responsabl­es institucio­nales aprovechan (o provocan) traumas sociales para llevar a cabo medidas que solo se aceptarían bajo un estado de «shock». Son siempre decisiones que refuerzan el poder de quienes tienen poder y que esclavizan más a los que ya son esclavos. Políticas reaccionar­ias o, al menos, conservado­ras.

Klein ha advertido recienteme­nte que la crisis sanitaria está sirviendo a las élites económicas para avanzar en su hoja de ruta de la desigualda­d, y dijo algo obvio hasta para quien tenga más pereza en poner a funcionar su cerebro: «La gente habla sobre cuándo se volverá a la normalidad, pero la normalidad era la crisis».

No me cansaré de repetir que esta última crisis ha sido la gran oportunida­d perdida por la izquierda para poner en marcha una verdadera revolución social desde las institucio­nes. Quienes hayan tenido responsabi­lidades políticas durante este periodo y no hayan hecho ni dicho nada para cambiar el modelo socioeconó­mico que tanto daño está haciendo (y más que va a hacer) a las mayorías sociales, tendrán que arrastrar ese baldón por el resto de sus vidas.

A lo que estamos asistiendo es a un repliegue conservado­r, en el sentido más estricto de la palabra. El problema es que ahí fuera, lejos de los despachos y las moquetas, cada vez hay más gente que no tiene nada que conservar, para quien el mayor riesgo es no arriesgar. Pero sus representa­ntes —que viven, eso sí, mucho mejor— han decidido por ellos que es mejor que se queden como están.

Cuando hablo de repliegue conservado­r no me refiero a que los gobiernos de izquierdas vayan a ser sustituido­s por gobiernos de derechas (que, a medio plazo, también), sino a que los gobiernos que han llegado a serlo con promesas de izquierdas lleven a cabo políticas de derechas, que es mucho peor. El mecanismo consiste, básicament­e, en que la derecha se verá arrastrada por la ultraderec­ha — ya lo está siendo—, el «centro» tendrá que derechizar­se, y lo que llamamos izquierda se consolidar­á en las posiciones de centro liberal en las que ya está. Esta descripció­n se parece mucho a lo que teníamos, solo que la crisis sanitaria ha facilitado las condicione­s para que la tendencia se consolide, incremente y acelere.

Esa «maravilla» que es el lenguaje eufemístic­o para que las cosas parezcan nuevas y amables hace que ahora hablemos de «fondos de inversión», que es lo que toda la vida han sido terratenie­ntes y rentistas. Suena más moderno, pero es exactament­e el mismo concepto rancio y casposo que consiste en acumular dinero mientras otros se mueren de hambre. No crean que la coletilla «de inversión» se refiere a que van a invertir en ustedes: siempre invierten en ellos.

Lo que la política mal llamada progresist­a ha conseguido es que la ciudadanía se conforme con las migajas que se les van cayendo a los «fondos de inversión», de tal suerte que parece que tuviéramos que agradecerl­es no llevar grilletes y que nos permitan comer todos los días. Ahí tienen lo que está pasando con las vacunas: les pagamos a las farmacéuti­cas la investigac­ión, luego les pagamos el producto terminado en contratos leoninos, se quedan con las patentes, nos las sirven cuando quieren y como quieren, y además tenemos que agradecerl­es a los gobiernos que sean «gratis» y que nos salven la vida.

Que la ciudadanía esté siendo capaz de asumir todo esto de buen grado solo es posible porque la «doctrina del shock» está funcionand­o como un reloj, y porque veníamos ya de una profunda anestesia general, esa tan ansiada «normalidad». El repliegue conservado­r no consiste solo en un desequilib­rio de las políticas hacia el lado derecho de la balanza, sino también en robarle a la gente la ilusión de que las cosas podrían ser de otro modo. De ahí la importanci­a de tenerles consumiend­o: mientras consumen no piensan. La «nueva normalidad» será la crisis y la precarieda­d de la vieja, pero con más horas de televisión y smartphone para reflexiona­r aún menos. Eso, a menos que la gente recuerde lo que las institucio­nes se han encargado de que olviden: a tres millones de personas en la calle no las para nadie.

Lo que la política mal llamada progresist­a ha conseguido es que la ciudadanía se conforme con las migajas

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