Clamor contra la Superliga
La CE y varios gobiernos rechazan el plan de la nueva competición
El mundo está a punto de presenciar un partido de fútbol sin pelota. No se sabe cuánto durará, tal vez sean 90 días o 900, así que se anuncia un evento engorroso y feo, puramente político, con el deporte por excusa. El anuncio de la creación de la Superliga ha provocado una convulsión por lo que supone de ruptura de lo que es el marco mental del deporte en cuanto al valor que tienen las victorias y las consecuencias que desencadenan las derrotas.
El invento de la Superliga consiste en la creación de una competición que impulsan 12 clubs europeos que disputarán junto con tres equipos con los que han hablado y parece que se echen atrás -solo parecey otros cinco invitados. De invento nada. En Estados Unidos, donde han levantado la ceja al escuchar el ruido, funcionan con ligas cerradas, sin ascensos ni descensos. Deporte profesional que es puro entretenimiento.
DISIDENTES Y SEPARATISTAS Entre esos 12 clubs de fútbol a los que ya llaman disidentes, separatistas, sediciosos -¿les suena?- están el FC Barcelona, Real Madrid y Atlético de Madrid), seis ingleses y tres italianos. Los tres que no han firmado el documento son los alemanes Bayern Múnich y Borussia Dortmund y el francés París Saint Germain. Los 20 participantes jugarían una liguilla y unas eliminatorias hasta concluir en una final para coronar al campeón.
Nada nuevo. Nada original. ¿Cuál es el problema? Que funcionarán al margen de las instituciones (ligas profesionales y federaciones, agrupadas a su vez en la UEFA y en la FIFA) agrupados como empresa. El dinero que ganarán, que es el verdadero motor de la ruptura --anuncio de ruptura-- procede de EEUU (la financiera JP Morgan Chase) y de los espónsors que vislumbran un gran negocio. Como todos. Incluso los organismos oficiales, que temen perder la principal fuente de beneficios que controlan y deciden como repartir.
Políticos como Macron y Boris Johnson censuran la novedosa iniciativa de los grandes clubs
AMENAZA DE EXPUSIÓN El partido, por el ruido que se escucha, ha empezado. En el fondo, es un duelo entre multimillonarios y supermillonarios luchando por centenares de millones. A un lado están los mejores (los clubs, estrellas como Messi, Cristiano Ronaldo, De Bruyne, Ibrahimovic…) y en el otro están los demás. Un equipo lo preside Florentino Peréz, presidente del Real Madrid y cabecilla de la disidencia, y el otro es Aleksander Ceferin, el de la UEFA, que ayer presentaba la reforma del Champions League a partir del 2024 para dar más dinero a los ricos, y se encontró con que los ricos anunciaban que pasaban de él. «Es un escupitajo en la cara de todos los amantes del fútbol, clamó el dirigente esloveno. El danés Jesper Moller, miembro del Comité Ejecutivo, dijo a una radio danesa: «Los 12 clubs deben irse, y espero que eso suceda el viernes. Habrá una reunión extraordinaria del comité. Allí tengo la expectativa de que los 12 clubs sean eliminados».
Al estadio, abierto, inmenso, asistirán seres que no distinguen un balón de un melón y políticos que saben más de pelotas de goma que de cuero. La demagogia campa ya por las infinitas gradas, fomentando el vocerío de cualquier campo real. Por ejemplo: Emmanuel Macron, el presidente de Francia, estaba feliz por la renuncia de sus clubs y Boris Johnson, el primer ministro británico, tras lamentar el domingo que se había producido «un golpe al corazón» del fútbol inglés, ayer garantizó:
«Haré todo lo que sea posible para bloquear la participación» de los seis equipos ingleses.
Y como si se tratara de un partido con futbolistas de verdad se verán jugadas de todo tipo. Ninguna propia de Messi, ninguna que firmaría Cristiano, ninguna con el sello de De Bruyne. Habrá juego subterráneo, presiones, negociaciones secretas, concesiones inconfesables.
Ellos no participarán. La inmensa mayoría se escudará en lo que diga el jefe. Y alguno que se posicionó escuchó más vítores que pitos por el mensaje lanzado a la grada. Ander Herrera, futbolista del PSG, ex del Manchester United, quiso hablar de su amor «por el fútbol popular, del fútbol de los aficionados, del sueño de ver al equipo de mi corazón competir contra los más grandes» y alertar de que «los ricos roben lo que el pueblo creó», como si Nasser al Khelaifi, el presidente del PSG, fuera un benefactor social o que los propietarios del United, estadounidenses, tuvieran una vocación puramente solidaria.
El partido acabará en empate. Habrá un acuerdo en el que todos se darán por vencedores, nunca por vencidos.