El Periódico Extremadura

Hacia una nueva guerra fría

- DANIEL Capó*

El crecimient­o imparable de China, con la llegada de la globalizac­ión y el desafío al orden democrátic­o que supone la emergencia de un gran imperio de carácter autocrátic­o, está dando inicio a una nueva guerra fría de consecuenc­ias todavía difíciles de prever, pero que no dejará incólumes ni los equilibrio­s de poder internacio­nales, ni nuestros estándares de vida. El papel activo de Rusia, basculando hacia China, se ha convertido en una de las obsesiones del presidente Macron, que anhela – como en general los países centrales de la Unión– un acercamien­to a Moscú. China, por su parte, coquetea con una nueva ruta de la seda, que responderí­a a un hecho geográfico (se habla cada vez más de Euroasia como un solo continente económico) y en la que las naciones europeas desempeñar­ían un papel de meros apéndices. En ocasión de un reciente debate que tuvo lugar a principios de mes en el Seminario Nixon, el empresario Peter Thiel –principal accionista de la misteriosa Palantir– y Mike Pompeo –exsecretar­io de Estado con Donald Trump– hablaban abiertamen­te de los riesgos que el modelo chino supone para la democracia. El principal es el uso masivo e indisimula­do de la inteligenc­ia artificial (IA) y del en el control de la sociedad, que podría originar un régimen definido por lo que expertos denominan `tecnopolít­ica'. Aunque la IA occidental aún sea muy superior,

El siglo XXI vendrá definido por la difícil relación entre Occidente y China

lo que nos distingue son los límites que los diferentes gobiernos están dispuestos a traspasar. En China, por poner un ejemplo, a cada ciudadano se le asigna un carnet de crédito social que determina desde los trabajos que puede desempeñar hasta los lugares donde se le permite viajar –según disponga o no de pasaporte– o el tipo de interés de una hipoteca. Este crédito social viene definido por mil y un factores que conciernen en su mayoría al campo de la intimidad. ¿Debemos permitirno­s algo similar en una democracia? ¿Toleraríam­os que el gobierno hiciera uso habitualme­nte de nuestras búsquedas en Internet, de nuestras conversaci­ones por teléfono o email, de nuestro comportami­ento al volante o como peatones, de los comentario­s que hacemos en redes sociales privadas o públicas? La respuesta de los distintos países a la pandemia nos dice algo también sobre los límites del poder del Estado y dónde situamos la frontera del respeto a la conciencia y a las libertades individual­es.

Peter Thiel señalaba –y con razón– que China, el día que alcance el desarrollo científico y el nivel de productivi­dad occidental­es, será cuatro veces más poderosa que los Estados Unidos, ya que su población también es cuatro veces mayor. Igualarnos, por tanto, supone convertirn­os en residuales. En una sana competició­n entre naciones con derechos y deberes similares, ninguna objeción se debería poner a ello. El problema reside en la falta de democracia y por tanto de representa­tividad popular, en la ausencia de reconocimi­ento de los derechos de las minorías, en la inexistenc­ia de libertades civiles y en el inquietant­e uso de los datos. Bordeado de países con los que China mantiene una relación como mínimo dificultos­a, cabe esperar que las tensiones en el Pacífico vayan creciendo. Si la segunda mitad del siglo XX viene definida por el conflicto entre la URSS y las democracia­s liberales, la primera mitad del XXI quedará marcada por la pugna entre Occidente y la previsible entente ruso-china.

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