El Periódico Extremadura

Larkin, el biblioteca­rio ermitaño

- Por Olga Merino

Paz, silencio, no pasar frío: las necesidade­s simples de Philip Larkin (1922 – 1985), nuestro huésped de esta quincena, un tipo tan suyo, tan amante de la soledad, que ha preferido sentarse en el pub Red Lion, justo enfrente, sin traspasar siquiera el umbral del hotel Cadogan, por su barullo de gentes. Mientras da cuenta de un plato de bangers and mash (salchichas con puré de patatas), ve pasar la vida a través de las ventanas altas, con esa expresión en el rostro de haber llegado siempre tarde a todas partes. Calvo, con jirones de una tartamudez adolescent­e y gafas de culo de vaso por una miopía que lo salvó de ir a la guerra; ahí está Larkin, uno de los mejores poetas de la segunda mitad del siglo XX, el más radicalmen­te británico y uno de los más citados en lengua inglesa. Hete aquí algunos de sus versos más trasegados: «Lo que sobrevivir­á de nosotros es el amor»; «nunca tanta inocencia/ nunca antes ni después»; y, atención, redoble de tambores, «They fuck you up, your mum and dad» («Bien que te joden tus papis./ Aunque no adrede, lo hacen»).

Lo llamaban el ermitaño de Hull, una ciudad en la costa norteña inglesa, a mitad de camino de Escocia, un lugar a trasmano en cuya biblioteca universita­ria trabajó prácticame­nte durante toda la madurez, un «oficio de sapo» que le permitió encerrarse en su mundo, lejos del boato. Bastante huraño, más por coraza que por vocación, con una misoginia a lo Alfred Hitchcock, conservado­r, despiadado a veces, incluso consigo mismo, y amante del jazz, sobre todo de Sidney Bechet, escribió versos exactos, entroncado­s en la poesía de la experienci­a, en la cotidianid­ad estrecha de la posguerra: «La penuria es para mí lo que los narcisos para Wordsworth».

Pero hoy nos visita –distante, a resguardo en el pub– en calidad de prosista, porque coinciden en librerías la primera de sus dos narracione­s, Jill (Impediment­a), una obra encuadrada en el subgénero de novelas de Oxford –igual que Lucky Jim, de su buen amigo Kingsley Amis–, y Cartas a Monica, publicadas por la editorial La Umbría y la Solana. Una selección de las más de 1.421 misivas que escribió a Monica Jones, la mujer más importante de su vida; se quisieron como gatos, sin juntarse, porque el poeta tenía fobia a la vida en pareja.

En el Cadogan nos gusta mucho Larkin. Nadie como él supo viajar en tren por la vieja Inglaterra: «Pasamos por amplias granjas, ganado de sombra corta,/ y canales con islas de espuma industrial».

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