El Periódico Extremadura

Mierda de filosofía

- VÍCTOR Bermúdez*

Así se llama la canción más emblemátic­a del nuevo disco de Robe Iniesta (el fundador de Extremodur­o), un disco con nombre, por cierto, no menos filosófico: Mayeútica. Y aunque el rock ya no me llega como antes, reconozco que la cosa me ha molado, que los músicos hacen un trabajo prodigioso y que la letra, que es a lo que iba, tiene un artículo.

Si la escuchan comprobará­n que, pese a que diga lo que otras tropecient­as mil (a saber: que el mundo es una porquería, que uno está de vuelta de todo y que lo que hay que hacer es gozarla – y no rayarse tanto –), la canción tiene esa fuerza y frescura de lo repetido-pero-siempre-nuevo que comparten la primavera, los versos adolescent­es, los deseos inefables y las preguntas filosófica­s.

Lo que más me ha gustado es el título: `Mierda de filosofía'. ¿Cuántas veces no me lo habrán dicho sin decírmelo (con gestos, suspiros, silencios, enfados) alumnos, amigos y colegas? Porque es cierto: la filosofía puede parecer, en muchos sentidos,

una mierda. Y perdón por lo escatológi­co (término que nombra a los excremento­s y a ese asunto tan filosófico del más allá), pero es lo que hay.

La filosofía parece una mierda porque, como dice la canción de Robe Iniesta, no te deja «volver a lo primario», esto es, a ese estado de vitalidad (presuntame­nte) superior que asociamos a la experienci­a inmediata, sensitiva o emotiva del mundo. El

retorno a este estado de «inocencia original» (¿o de «estupidez congénita»?) es la postal de bienaventu­ranzas que venden la mayoría de las sectas, el ecologismo más místico, los aficionado­s a las drogas, el anti-intelectua­lismo moderno y (paradójica­mente) no pocas filosofías que –como la de Nietzsche– hacen pasar por atea la más cruda y pagana de las religiones (¡suprema astucia de la fe el hacernos sospechar así de la razón!).

Porque esta es otra. Es otra sustancios­a mierda (lo decía ya –con otras palabras– Aristótele­s) que para acabar con la filosofía tengamos que hacer filosofía; señal esta de que, desde el corte de mangas aquel a Dios Padre (y a Madre Naturaleza), ya saben, por aquello del fruto del árbol del conocimien­to, estemos más que «perdidos», y de que no nos quede otra que seguir filosofand­o. O eso o lampar (y repetimos el estribillo) por «volver a lo primario», esto es, por correr como lobos o bacantes, bailar como posesos, o rezar como locos para olvidar y hacernos perdonar nuestros devaneos con esa «puta del diablo» que – el Lutero más heavy dixit– es la razón. A ver si así, y a fuerza de no pensar, se nos abren las puertas del paraíso, de la percepción, de los chacras o, yo qué se, de las comunidade­s autogestio­narias.

Aunque fíjense que la propia filosofía, aunque acabe con esa inocencia del no saber que no se sabe, nos la devuelve casi íntegra (¡y sin tener que meditar, practicar mindfulnes­s o tirarte

Es otra sustancios­a mierda (lo decía ya con otras palabras Aristótele­s) que para acabar con la filosofía tengamos que hacer filosofía

desnudo al océano –como en un anuncio de perfume–) cada vez que nos vuelve a descubrir lo tontos que somos. Esta modalidad de «vuelta a lo primario» es mucho más interesant­e que la «sensación de vivir» de la Cocacola, aunque es también una faena, pues te obliga a volver sobre ti mismo y reinventar­te. Así que ustedes verán: tal vez sea mejor seguir rezando o bailando con esa dulce o enervante inconscien­cia que procuran, en ambos casos, la repetición y el ritmo...

Y ojo que la filosofía no solo te roba (pero te devuelve una y otra vez a) la inocencia, sino que también te arruina (pero te reconstruy­e) a cada rato toda esa esforzada urdimbre de ideas que tejemos como (imaginaria) hamaca sobre el abismo, dejándonos periódicam­ente en el aire y en pelotas.

La filosofía es un incordio para los que creen a muerte en lo que les salva de la vida y, no menos, para los que sostienen su insignific­ancia sobre la tramoya del poder. No hay creencia, orden social o entramado cultural que soporte las preguntas filosófica­s. De ahí su impertinen­cia y extravagan­cia, su naturaleza apátrida y vagabunda, su siempre polémico encaje educativo. Todo lo germina, lo discute y lo desfonda, y solo sirve para no servir a nada ni a nadie que no sea el examen insomne y continuo de conciencia.

La filosofía tal vez sea, en fin, una suerte de enfermedad, como decía (claro) algún filósofo. Pero si lo es, es incurable: nadie puede vivir sin una

filosofía del mundo, de sí mismo, de la verdad o la justicia. Y si no es la filosofía la que inspira esa filosofía, lo será el partido, la secta, la tribu, el libro de autoayuda, la canción de moda o la santa madre de uno.

Es la filosofía, por tanto, la que nos hace bailar como locos allí donde más y mejor resuena la música: en la cabeza. Quién quiera volver a lo primario, que la duerma y se deje llevar. O, ya puestos, que se muera. ¿Habrá algo más primario y cercano a la inconscien­cia, el cero y la nada? Digan lo que digan sus letras, el rock de Iniesta y los suyos desde luego que no.

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