El lujo de aparcar en casa
Lamentan que, con cada nueva obra que se ejecuta, se eliminan aparcamientos y el parking del parque de La Isla, a un kilómetro, «no puede ser la solución»
Los vecinos del centro
Todo el mundo quiere poder aparcar cerca de casa. En el extrarradio de Plasencia, no hay problema, pero cuando se habla del la zona centro, la situación se complica. Además, la asociación de vecinos Intramuros lamenta que «cada vez que se hacen obras en el centro, se van reduciendo los aparcamientos».
Ahora, lo están viendo con la obra del entorno de la puerta del Sol. La llegada de las máquinas ha eliminado ya plazas en una acera y, cuando terminen los trabajos, el global de plazas que había se verá reducido.
El ayuntamiento asegura que solo serán algunas que «ahora sobran», pero la asociación no lo ve así. Además, el recurso que les ofrecen es el aparcamiento de las huertas de La Isla, pero «está a un kilómetro de muchas viviendas. No nos pueden dar La Isla como solución. Una señora que tenga que salir a las dos de la mañana para trabajar cómo se va a ir a La Isla», señala el presidente vecinal, Julián Gutiérrez.
Ya con la anterior remodelación se perdieron plazas y con los aparcamientos rotatorios, más de cuarenta vecinos del centro solicitaron tarjeta de residente, como la que tenían con la zona azul. Algunas se han concedido. La asociación desconoce cuántas y el ayuntamiento tampuestas
La sangre del toro. La memoria ancestral del hombre frente a sus miedos. La liturgia del toro. La eucaristía del toro. La comunión del pueblo. La tauromaquia.
Porque la fiesta nacional es, ante todo, una fiesta de cuchillo, tenedor y hasta de cuchara. Los hierros de la fiesta. No hay fiesta sin la fiesta de comer. La de todos, la compartida. Así fue desde el principio de los tiempos y, en la medida que deje de serlo, dejará de ser fiesta la tauromaquia. Será arte, será cultura… pero no será fiesta. La fiesta de la muerte y la resurrección. El rito, la zarabanda y la copla…
La lidia del toro termina en caldereta. O, al menos, así terminaba en los albores de la historia. Se trataba de matar al tótem sagrado para saciar en él todas nuestras hambres. Así desde que hay memoria del fuego, del toro y del hombre. No es que se aproveche la carne del toro tras su lidia, es justamente al revés. El banquete da sentido a la lidia. Llámese banquete, «caridades» o
Obras en la puerta del Sol, que ya han eliminado aparcamientos. poco ha dado esa información.
Con todo, aplauden los nuevos aparcamientos en Eulogio González, Velázquez y el futuro desdoblamiento del de La Isla, pero «esos son estratégicos, están bien para el que viene a la ciudad y para los que viven al lado, pero no es válido para alguien que viva en la calle del Rey o en la Calle Cartas».
Propuestas
La asociación tiene varias proCalderas»
y también ha realizado alegaciones al nuevo Plan de Movilidad Urbana Sostenible que se está ultimando para la ciudad, centradas en esta falta de aparcamientos para los vecinos del centro. Plantea habilitar plazas para residentes en la avenida Juan Carlos I, El Salvador o Santa Ana o también buscar pequeños huecos como la plaza del museo etnográfico o en las calles Ancha, Trujillo o aledaños.
Otra idea es dejar diáfanos locales municipales para habilitar plazas y estudiar la posibilidad de crear algún aparcamiento subterráneo. Todo para tener las mismas opciones que cualquier otro vecino. «Los residentes del centro también pagamos impuestos. Queremos lo mismo que el resto de ciudadanos, no más. Hoy por hoy, cada vez tenemos menos plazas para aparcar», zanja Gutiérrez.
Hllegado el solsticio de verano, o las de Calasparra el «Sábado de Calderas» y, así, un sinfín de ellas.
Es el convite del toro. Antes y después del festejo. Dentro y fuera de la plaza. Sin él, la tauromaquia está desnortada, cuando no herida de muerte. No se concibe una tarde de toros sin el convite del toro o, al menos, sin su remedo presente. Sea toro o sea otro manjar, pero sea cual sea, siempre en honor del animal noble y bravo que hoy muere (para resucitar) y del hombre que arriesga su vida por la nuestra. Hay una ruta de la buena mesa en torno a cada plaza de toros, un sinnúmero de capillitas sagradas del buen yantar alrededor de cada templo. Y hasta se come dentro del templo. De manera orgiástica en Pamplona, carne magra con tomate; de manera festiva en Murcia, pasteles de carne. Sea como fuere, carne. O su remedo. El pan eucarístico de acción de gracias. La danza. El amor. Y el éxtasis.
Contaba Néstor Luján -nadie mejor que él para hablar de estos asuntos del comer y del torearque tenía oído que, en su ciudad natal, en Barcelona, en una de sus tres plazas, probablemente en Las Arenas, al arrastre del quinto toro se servían pepitos, obviamente de carne, obviamente de carne del primero. El mismo Luján dejaba entrever que tal vez no pasara de ser una leyenda, pero no deja de ser una leyenda trufada de sentido y verdad. Sea como fuere, no se concibe el toro sin la eucaristía de sus carnes, sin la invocación, una vez muerta la res, a la bendición de su espíritu.
Y termino citando a André Viard (en general, los franceses entienden de toros más y mejor que nosotros los españoles, probablemente porque no creen saber por ciencia infusa, porque se compran libros de toros y toreros y, lo más sorprendente, porque se los leen). Termino. Ahora sí. «La sangre del toro es, desde la noche de los tiempos, el aliento universal de las civilizaciones primigenias». Pues eso. No lo olviden. La eucaristía del toro.
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