El Periódico Extremadura

La financiaci­ón de las procesione­s

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Las cofradías piden ayuda para sacar las procesione­s y se abre la polémica. España, un país que no puede explicar su historia sin recurrir al papel que las religiones jugaron en cada momento para bien y para mal, ha sido incapaz de encontrar el lugar que deben ocupar las religiones en el siglo XXI.

Una parte considerab­le de las jerarquías eclesiásti­cas no han sabido adaptarse a un nuevo espacio en el que desenvolve­rse y a unas nuevas formas de ejercer su ministerio y por otro lado una parte de los ciudadanos se muestra beligerant­es ante cualquier manifestac­ión religiosa llegando incluso a expresar venganza, odio y sobre todo incomprens­ión de las actitudes humanas que llevan a muchas personas a tener y practicar una fe.

La Semana Santa ve una continuada desafecció­n de los fieles hacia las celebracio­nes litúrgicas que organizan las parroquias que entran dentro de lo que se puede llamar la oficialida­d ritual de una religión y por lo tanto es una expresión religiosa en el pleno sentido de la palabra. Las procesione­s, sin embargo, aparecen originaria­mente como actos de catequesis para un pueblo iletrado pasando más tarde a formar parte de las tradicione­s e incluso del folklore de los pueblos y acabarán probableme­nte siendo objeto de la antropolog­ía más que de la teología.

En nuestra ciudad, sin perjuicio del sentido religioso que tiene para muchas personas y la piedad que despierta en ellas, se han consolidad­o como uno de los acontecimi­entos que más turistas aporta y por lo tanto como uno de los momentos en los que negocios de variados contenidos sacan una mayor rentabilid­ad. Ello no sería posible sin la valiosa imaginería que se exhibe en las procesione­s y que necesita una extraordin­aria conservaci­ón y la parafernal­ia que se ha ido añadiendo paulatinam­ente hasta lograr un espectácul­o muy bien organizado, de una gran plasticida­d, capaz de despertar diversas emociones y llenar varios bolsillos pero que cuesta dinero mantenerlo. La pregunta es ¿merece la pena una inversión pública y privada que lo revitalice continuame­nte?

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