Ana García Obregón, o el poder
No es un asunto privado, se trata de una cuestión política y de gran interés
Apesar de la propaganda liberal que intoxica constantemente a la población mediante los medios de comunicación de masas, lo acontecido recientemente en torno a Ana Obregón no es un asunto solo privado. Se trata de una cuestión política, y de gran interés, por varias razones.
Primero, porque —en coherencia con su «modus vivendi»—, ella misma lo ha sacado de la esfera privada, y no de cualquier manera, sino afirmando cosas como que «si hay opiniones en contra, yo no aguanto ninguna, ni voy a admitir ninguna». Segundo, porque no la implica solo a ella sino, al menos, a: la madre biológica de la niña, su hijo fallecido como donante del esperma y el padre de su hijo fallecido. Y en tercer lugar, y más importante, porque la cuestión de raíz, el uso de vientres de alquiler, es uno de los debates más relevantes del feminismo contemporáneo.
Para analizar este asunto políticamente es necesario partir de la idea de que Ana García Obregón pertenece a la clase privilegiada. A pesar de que le gusta decir que «he trabajado toda mi vida», la mayor parte de su fortuna —como ocurre con casi todas las fortunas— proviene de cuna, y por partida doble. Su padre, Antonio García Fernández, con apenas 40 años, puso encima de la mesa 350 millones de pesetas de 1969 para comprar los terrenos sobre los que se construiría La Moraleja. La otra mitad la puso el abuelo materno de Ana, el empresario Juan Obregón Toledo, cuya hija, Ana María Obregón Navarro, madre de Ana Obregón, era hija única. Se calcula que la fortuna de Ana Obregón estaría en torno a 250 millones de euros, lo que significa que los 170.000€ que le habría costado alquilar el útero donde nació su nieta biológica supondría el 0,07% del capital, es decir, más o menos lo que le cuesta un café a alguien que tiene 2.200€.
Lo segundo importante que hay que saber es que, según el último informe de la ONU, muere una mujer cada dos minutos por complicaciones durante el embarazo y el parto. Otras muchas padecen en su transcurso desde presión arterial alta hasta diabetes gestacional, pasando por infecciones, preeclampsia o ansiedad. Hasta el 7% de las mujeres en España tienen parto prematuro, con los riesgos que este conlleva. Después del parto, se calcula que entre el 10% y el 55% de las mujeres, según las fuentes, sufren depresión. No es necesario decir que cuanto peor es la situación social y económica de la madre, más riesgo hay de todo ello, desde la muerte hasta la depresión posparto.
¿Qué tal ha ido el embarazo de la madre biológica del nieto de Ana Obregón? A nadie le importa. Ni una sola línea, ni un recuerdo. A la feliz abuela le preguntaron si fue parto por cesárea o natural («Ni idea. Yo solo sé que me llamaron y yo me fui para allá»), cómo fue el momento del parto («No entré. No me atreví, pero estaba en la puerta de al lado») y si fue difícil («Muy difícil. El embarazo no se produjo al primer intento, ni mucho menos; han sido varias veces y cada vez que no salía me llevaba un disgusto horrible [...]).
Las declaraciones de Ana Obregón lo dicen todo porque las clases privilegiadas tienen muy interiorizada su omnipotencia. La razón principal que da para justificar lo que ha hecho es que como no pudo salvar a su hijo de la muerte («Le juré que lo iba a salvar y no pude salvarlo»), qué menos podía hacer que regalarle la vida de una hija biológica póstuma. ¿De qué me vale tanto dinero si no puedo evitar la muerte? Para comprar vida. ¿Existe una expresión más certera de la infinita ansia de poder de las élites?
No debemos olvidar que las dos cosas que ha hecho Obregón (pagar por un embarazo para apropiarse de su fruto y donar el esperma de un fallecido sin ser su pareja) son ilegales en España. Pero, ¿qué es la ley, quién es el pueblo español en el que se inspira la ley, para poner límites a los deseos de la élite? A ella no le hace falta la ley. Lo hace porque puede. Porque tiene poder.
El día que Ana Obregón entre por la frontera sin que nada ocurra, y su nieta y ella se vuelvan a instalar cómodamente en La Moraleja, habremos constatado de nuevo, como lo hacemos cada día, la impotencia absoluta de la política para suturar, aunque fuera higiénicamente, el abismo que separa a quienes pueden comprarlo todo de quienes no les queda más remedio que vender su alma y su cuerpo.
A la protagonista no le hace falta la ley. Lo hace porque puede. Porque tiene poder