Entre la pedofilia y la conspiranoia
Orquestó una vida excéntrica habitada por el abuso a menores, el misticismo, la exhibición erótica y las teorías de la conspiración Fue un niño bien que de menor tuvo un amigo invisible, un ángel de la guarda ★
Polémico, criticado, discutido, contradictorio... Estos y muchos otros adjetivos se pueden aplicar al currículo, tanto profesional como personal, de Fernando Sánchez Dragó.
Infancia angélica. Niño bien del barrio de Salamanca, hijo de periodista republicano asesinado durante la guerra civil aunque la familia fuera conservadora, cultivó desde sus primeros años una imagen excéntrica. De pequeño, tuvo un amigo invisible, pero no uno cualquiera sino un ángel de la guarda, Jai, cuyas andanzas explicaba con mucho detalle para pasmo de los suyos.
Estudiante díscolo.
Fue alumno aplicado en el Pilar, fábrica de prohombres del momento, aunque su rebeldía le condujo a conseguir un carnet del PCE, lo que le llevó tres veces a prisión y, en 1964, a un exilio más bien dorado que lo paseó por media Europa y sobre todo por Asia, una de sus grandes querencias. Con el tiempo, rechazó la ideología comunista por demasiado gregaria y propugnó un anarquismo individualista.
A orillas del Ganges.
En 1968, en las escaleras hacia el río en Benade rés, bebido y drogado, sufrió una epifanía, una caída del caballo que lo transformó en un hombre espiritual. Sus creencias eran un batiburrillo de religiones orientales que usó para crear el libro que lo convirtió en el bicho raro más famoso del tardofranquismo: Gárgoris y Habidis.
Negacionismo vocacional.
De vuelta a España, convertirse en un personaje televisivo le ayudó a popularizar una figura con la que se dedicó a jugar a la contra con un punto de cinismo, sin importar que aquello se aviniera mal con su espiritualidad. Lo que importaba era llamar la atención. Defensor
la tauromaquia, opositor del progreso tecnológico y el aborto, y partidario de mil y una teorías de la conspiración. Pero el gran momento de su trayectoria como presentador está ligado al impagable programa de RTVE El mundo por montera, sobre todo la entrega en la que invitó a un Fernando Arrabal beodo desatado a hablar del fin del mundo.
«Mi verga es mi patria». En realidad la frase no tiene el menor interés pero fue una de las favoritas del autor, padre de cuatro hijos de cuatro mujeres, que llegó a jactarse de haber tenido sexo con dos niñas japonesas de 13 años.