El Periódico Extremadura

Un taller de confianza

Llevo más de seis décadas viviendo en este mundo y todavía no tengo un taller de confianza

- RAMÓN Gómez Pesado* *Ex director del IES Ágora de Cáceres

Confieso mi sorprenden­te inutilidad y torpeza a la hora de encontrar un taller mecánico de confianza. El otro día me quedé parado con mi vehículo en plena carretera e inmediatam­ente procedí a abrir el capó del coche, eché un vistazo como hago siempre que me veo en estos casos y, efectivame­nte, también como siempre, después de mirar el motor como si de un entendido en la materia se tratara y no tener ni idea del asunto, decido llamar al seguro para que me envíen una grúa.

Yo siempre he achacado esta falta de conocimien­tos de la mecánica, a que no se nos exigía en el examen teórico cuando nos examinábam­os del carnet de conducir. Y eso que creo que, aunque ahora sí se exige, a los que han aprobado les recomienda­n no meter las manos en sitios que no se conocen bien y aconsejan llamar a un mecánico que, de verdad, entienda para que nos solucionen el problema. No había hecho más que colgar el teléfono móvil solicitand­o la grúa a los de mi seguro, cuando recibí un mensaje en el teléfono diciéndome que, en una media hora aproximada­mente, llegaría el profesiona­l que me retiraría el vehículo.

Hasta aquí todo fenomenal. Pero lo peor de todo fue cuando recibo una nueva llamada de los del seguro y me preguntan que por favor les dijera un taller de confianza. «¡Dios mío! ¡Qué pregunta! ¡Un taller de confianza! ¡Y tenía que responder al momento! ¡Qué vergüenza!», pensé. Llevo más de seis décadas viviendo en este mundo y todavía no tengo, de entre todos los talleres que conozco, uno que, de verdad, yo pueda decir que es de mi confianza.

El aprieto, pues, en que me ponía el que me hablaba desde el otro lado del teléfono era morrocotud­o. Con que comencé a pensar rápidament­e en talleres de la ciudad, y os aseguro que no sabía por el que decidirme realmente. Tan nervioso me puse que le pedí al que me llamaba que, por favor, me diera diez minutos más para pensarlo. Y allí, en plena carretera, con el chaleco reglamenta­rio enfundado que me daba un aspecto más cercano a un francés con el maillot amarillo que a un pobrecito español con el coche averiado, volví con celeridad a dar un repaso a los talleres que conocía.

El primero que me vino a la mente fue uno en el que me cambiaron la tapa de delco tres o cuatro veces mientras adivinaban cuál era la razón por la que mi coche se negaba a arrancar, a pesar de tener la batería nueva. Estaba claro que la tapa no tenía la culpa de aquello, pero, por si acaso, ya se la habían cambiado, aunque luego sacaron el fallo del arranque en un manguito de la bomba de la gasolina.

Enseguida pasé a otro que, al principio me parecía muy bueno, hasta que una vez en un simple cambio de aceite, me trastocaro­n el tornillo del depósito y, desde entonces, guardaba en casa un cartón para ponerlo debajo cuando aparcara. Al pedir explicacio­nes del asunto en el taller, me dijeron que ya estaba el tornillo así cuando lo llevé, posiblemen­te por un golpe que yo le habría dado.

Después recordé otro, que, en un cambio del automatism­o del elevalunas eléctrico, me desmontaro­n la puerta trasera izquierda y, al terminar su trabajo, todo parecía correcto a primera vista. Cuando le dabas al botón de subir el cristal, subía, y si pulsabas el de bajar, bajaba, pero desde que me hicieron aquel arreglo, cada vez que accionabas la palanca del agua del limpiapara­brisas trasero, salía un chorro de agua por la goma del cerco de la parte superior de la puerta trasera izquierda del coche.

Se me acababa el tiempo y ya me exigía el del seguro que le dijera el nombre de un taller de confianza donde llevara la grúa mi coche averiado. Tuve que reconocerl­e que yo, a mi edad, todavía y para mi desgracia, no tenía ningún taller de ésos que él decía. Enseguida me dio él el nombre de uno que colaboraba con ellos. Me monté en la grúa y allá que nos fuimos el conductor, mi coche y yo, con la esperanza y la confianza de, al fin, poder encontrar esta vez ese preciado y ansiado taller.

Me monté en la grúa y allá que nos fuimos el conductor, mi coche y yo

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