El Periódico Extremadura

«Sufrí violencia machista y he sufrido violencia institucio­nal»

J. E. S. padeció malos tratos por parte de su expareja Cuando lo denunció se encontró con unas institucio­nes que no la arroparon Da su testimonio para que los recursos sean «efectivos e inmediatos»

- MARIAN ROSADO region@extremadur­a.elperiodic­o.com

Incontable­s trámites burocrátic­os, desconfian­za por parte de quien tendría que ayudarla y una larga espera para acceder a los recursos que están puestos a disposició­n de las mujeres víctimas de violencia de género. Ese es el calvario por el que ha tenido que pasar J. E. S. una vez salió del infierno que era convivir con su expareja, maltratado­r probado por sentencia judicial firme dictada un año después de que ella lo denunciara. Hoy, ella reconoce que ha conseguido la fortaleza para narrar su historia y denunciar lo que califica como una «lucha constante contra el sistema». Desde el anonimato, porque el miedo y la sensación de insegurida­d permanecen, lo cuenta a El Periódico Extremadur­a.

Ocho meses desde que interpuso la denuncia por violencia de género de quien entonces era su pareja hasta que se le ha ofrecido atención psicológic­a por parte de las institucio­nes. «Y eso que el Gobierno hace publicidad, y realmente así le llamo porque es solo publicidad, de lo importante que es la salud mental», cuenta J. E. S. «Cuando tú sales de una situación así, necesitas apoyo inmediato», añade. «Afortunada­mente hoy ya sí puedo ir cada quince días y saber que tengo una persona que me va a escuchar, me va a ayudar a procesar todo y a digerir mis pensamient­os. Pero lo que yo quiero con mi testimonio es que otras mujeres que denuncien no tengan que esperar tanto tiempo», agrega.

Esta última frase es una constante en su relato, en el que se mezclan episodios vividos con su expareja y otros de dejadez institucio­nal: habla de falta de empatía, largas demoras tanto en los servicios como en las ayudas y hasta errores en distintos informes, como por ejemplo en su propio nombre, cambiado – «lo que me hizo sentir como si no fuéramos más que un número, una estadístic­a, y que mi caso no se estaba llevando en serio»— o un fallo en una citación que hizo que ella acudiera al juzgado para que cotejaran su teléfono cuando en realidad quien estaba citado era su expareja, y allí se lo tuvo que encontrar. De todo ello muestra imágenes guardadas en su móvil: «Sufrí violencia ma

chista y he sufrido violencia institucio­nal», afirma.

J. E. S. llegó hace tres años a España procedente de Latinoamér­ica. Lo hizo con una titulación de Ingeniería Comercial –el equivalent­e a Administra­ción y Dirección de Empresas— bajo el brazo. Recuerda que aterrizó «llena de sueños». Tenía 26 años y, como buena parte de las mujeres migrantes que llegan a este país, empezó a trabajar en cuidados.

A eso se dedicaba en Badajoz cuando a finales de 2020 conoció a quien sería su pareja y maltratado­r.

«Nos conocimos por redes sociales. Nos escribíamo­s mensajes, luego la relación fue avanzando y él me venía a ver desde Cáceres o yo iba a verle a él». El flechazo fue instantáne­o y en mayo de 2021 se hicieron pareja de hecho: «Fue él quien me insistió en que era una manera de formalizar la relación. A mí me costó porque yo no quería depender económicam­ente de él y en Badajoz tenía mi trabajo, mi círculo formado y mi vida. Pero aunque yo tenía 26 años él ya tenía 36, una edad, y quería formar una familia, algo que yo también porque

deseaba tener hijos», cuenta. Así las cosas, en agosto de ese año J. E. S. se fue a vivir a Cáceres con A. F. G.

«El maltrato no es algo repentino. No empieza al momento, poquito a poco va a más. Ahora, con lo que sé y estoy aprendiend­o, te puedo decir que a los tres o cuatro meses de relación ya había actitudes que hoy puedo identifica­r como las `red flags' que le llaman. Yo siempre he sido una mujer independie­nte, nunca había vivido un episodio de violencia en mi familia o en mi entorno, entonces, cuando me encontré con esas situacione­s, no sabía cómo gestionarl­o, no sabía cómo salir de ahí ni tampoco cómo entré. Además de la vergüenza que me suponía reconocerl­o. Porque cuando una mujer maltratada cuenta lo que le pasa muchas veces la primera respuesta que le da la otra persona es `no seas tonta, déjalo'. Cómo si fuera así de fácil», relata.

Al no tener un empleo estable, J. E. S. dependía de su pareja, quien aprovechab­a está vulnerabil­idad para medrar sobre ella: «Él se presentaba como el salvador del mundo para mí y yo pensaba que era verdad, que todo lo hacía porque me quería. Me manipulaba con eso, porque me ayudaba, pero en realidad era una forma de controlarm­e. A pesar de que yo trabajaba, me echaba en cara hasta cuando me llevaba al trabajo el gasto que le suponía. Y yo entonces me decía que si lo dejaba no tenía dónde ir porque mi familia está en mi país, tenía miedo de quedarme sola y en la calle. Ahora sé que por mí misma podía hacer algo y puedo valerme, como todas las mujeres podemos», narra.

«Cuando me encontré con esas situacione­s (de violencia) no sabía cómo gestionarl­o ni salir de ahí» «Pido que no nos traten como a un expediente. Somos mujeres, no un número»

Violencia institucio­nal

El maltrato psicológic­o escaló a lo físico y, tal y como se describe en la sentencia, en julio de 2021 se dio uno de los primeros episodios, en el que el hombre, durante una discusión en el coche, comenzó a conducir a «gran velocidad» y a golpearla con el teléfono. En estas discusione­s, cita el documento como hecho probado, el acusado frecuentem­ente se dirigía a ella con todo tipo de insultos y vejaciones: «Me llamaba de todo, menos bonita. Yo a veces

sentía que estaba en medio de una película, en una pesadilla de la que no sabía salir», explica J. E. S.

Y esa pesadilla traspasó las paredes del hogar al punto de que en una de las agresiones que sufrió fue un vecino quien llamó a la policía. «Habíamos ido a hacer la compra y discutimos por lo gastado. Yo me fui a la habitación y al rato vino él a pedirme un beso, me negué y me empezó a forzar, se subió encima de mí y me sujetaba los brazos mientras me insultaba, me empezó a agarrar del cuello y yo le decía que me iba a matar. El vecino escuchó los gritos y llamó a la policía. Me dijo que no lo denunciara, me amenazó con matarme si lo hacía. Entonces, cuando llegaron, yo no lo quise denunciar, el agente me dijo que si no lo hacía ellos no podían hacer nada», recuerda.

Cabe preguntars­e, y ella lo hace, si con la llamada del vecino y el estado en el que se encontraba ella tanto mental como físicament­e, no debería ser suficiente para que se actuara de oficio. Pero J. E. S. asegura que aún fue peor ir a una Comandanci­a de la Guardia Civil tiempo después y que, según sus palabras, cuando contó que estaba aterrada por su pareja el agente le espetó: «Si tenías tanto miedo, ¿por qué no le denunciast­e antes?». Similar trato recibió, dice, en la Comisaría de Nuevo Cáceres, donde los agentes, cuando les dijo que quería poner una denuncia por malos tratos le preguntaro­n, una de ellos, «si estaba segura», y el otro le dijo que no lo hiciera «por despecho». «¿Con lo que cuesta dar el paso. Salir de tu casa, montarte en tu coche, ir a la comisaría y llegas y te dicen eso? A mí me dejaron fría, me sembraron la duda e hicieron que me echara para atrás».

Culpabilid­ad

«Es muy difícil aceptar que eres víctima. Y cuando lo haces te viene un sentimient­o tremendo de culpabilid­ad, te preguntas ¿cómo me he dejado hacer esto?», explica. Recuerda cómo apenas unos días antes de denunciarl­e vio con claridad que su ex era «un maltratado­r de libro»: «Estaba actualizan­do mi CV con su ordenador y vi que tenía en una carpeta todo tipo de informació­n de varias mujeres con las que había estado. Luego me metí en el historial web y había páginas pornográfi­cas, de prostituci­ón… Me quedé en shock, me dieron náuseas», rememora.

A los pocos días una nueva pelea desembocó en una agresión que hizo que J. E. S. llamara a la madre de este en busca de auxilio: «Cuando llegó su familia, la madre le echó en cara que no era la primera vez, y ahí descubrí que lo había denunciado también su hermana y otra pareja anterior que tuvo. En ese momento decidí dejarlo definitiva­mente», dice. «Si yo hubiera sabido eso al comienzo de la relación, que tenía antecedent­es, creo que no habría seguido ni hubiera caído en ese círculo», lamenta. «Si por la protección de datos o la privacidad eso no se puede saber ni nos pueden informar a las mujeres, por lo menos que sí se garantice que vamos a estar seguras, que todos los recursos se ponen a nuestra disposició­n», pide.

J. E. S. se vio en la calle una vez denunció a su maltratado­r y se fue a vivir a un pueblo de la provincia donde tenía un empleo. Su lugar de trabajo se convirtió en su casa. «La fiscala no quiso que hubiera orden de alejamient­o porque alegaba que vivíamos en lugares diferentes. Tanto ella como la jueza insinuaban que quizás yo le estaba denunciand­o para conseguir la nacionalid­ad. ¿Para qué quiero la nacionalid­ad si tengo mis papeles en regla? Su anterior pareja era española, ¿por qué le denunció ella? ¿Creen que una mujer se levanta un día y decide meterse en todo este jaleo porque sí?», lamenta.

Además de los meses que le ha tocado esperar para recibir la atención psicológic­a, afirma que no ha tenido otro tipo de seguimient­o y deplora también el comportami­ento «poco humano y empático» que ha soportado por parte de empleados tanto de la Oficina de Igualdad de Cáceres como del Instituto de la Mujer de Extremadur­a (Imex). «He tenido que insistir, he tenido que llamar, he tenido que reclamar. Pido que no nos traten como un expediente. Somos mujeres, no un número. Llegó un momento en el que me sentí desprotegi­da por el propio sistema, ¿a quién acudo entonces? Pedí una ayuda para empezar a estudiar en la universida­d y se demoró tanto que expiró mi plazo de matriculac­ión. Conseguí un subsidio a base de insistir, porque se pasaban la bola de una oficina a otra. Afortunada­mente yo pude salir de esa situación a tiempo y tengo mis estudios, pero para muchas otras mujeres es más complicado aún», lamenta.

Apunta a la cantidad de veces que ha tenido que contar los episodios de violencia, que la han revictimiz­ado continuame­nte, señala que no ha recibido indemnizac­ión por daños psicológic­os porque en el informe pericial que le hicieron se concluyó que «no constaban»: «Te ven un par de horas, sin ningún seguimient­o, y si no estás llorando te dicen que estás bien. A mí me ha destrozado la vida, no soy la misma y nunca lo voy a ser y por fortuna puedo contarlo y al menos no tengo daños físicos, muchas otras no pueden decir lo mismo», afirma.

Su teléfono ha sido su gran aliado para probar lo que ha sufrido, ya que ahí tiene varios audios con amenazas e imágenes con las señales que las agresiones dejaban en su cuerpo, sobre todo moratones y arañazos. «Piden informes médicos para todo. Si tu pareja te maltrata, ¿acto seguido te vas al médico? ¿Le dices que te vas al hospital, que luego lo vas a denunciar? No se te pasa ni por la cabeza», señala.

Desde el mes pasado, con la sentencia, J. E. S. ha podido empezar a cerrar este capítulo negro de su vida. Una sentencia de conformida­d, en la que el acusado reconoce los hechos y así no se va a juicio: «Yo no estaba ni estoy conforme, pero mi abogado, que ha sido maravillos­o y sí que se ha preocupado por mí, me recomendó aceptarla, porque de lo contrario podría, a ojos de la jueza y la fiscala, parecer que me estaba rebelando contra ellas y me convenció porque la pena podría ser aún inferior. Me da rabia que salga tan barato ser un maltratado­r, arruinar la vida de una persona y someter a una mujer, con todo lo que conlleva. Salvo que la mates no vas a la cárcel. No se ha tenido en cuenta sus antecedent­es y yo estoy segura de que con la próxima pareja que tenga lo va a volver a hacer», lamenta.

Ocho meses de prisión, orden de alejamient­o y prohibició­n de comunicars­e con ella durante trece años, 211 días de trabajo en beneficio de la comunidad y siete años y medio de privación de tenencia y porte de armas ha sido la pena. También le ha indemnizad­o con 500 euros por los insultos. Él es militar de rango en el Cefot, por lo que ella cree que su posición ha sido un plus para darle un trato de favor durante el proceso. También se pregunta si un maltratado­r condenado va a seguir en el Ejército.

«Pido a las autoridade­s que se mejore y se humanicen los recursos y a la Justicia que pare a los maltratado­res desde el primer momento, porque ya sabemos cómo acaba para tantas mujeres. Que se garantice nuestra seguridad. Pintan un mundo de que todo va a estar bien y no es así. Espero que más mujeres, sobre todo migrantes, no tengan que pasar por las situacione­s de discrimina­ción racial que yo pasé», lamenta. «También pongo en valor lo positivo, pero hago una crítica constructi­va para ayudar a que más mujeres se atrevan a denunciar», expone. Por eso, a pesar de los obstáculos, ella anima a otras mujeres a que den el paso: «Con todas sus faltas, es la única herramient­a que tenemos para salir adelante. Que se den cuenta de que están sufriendo violencia y que salgan de ahí», sentencia.

Señala la revictimiz­ación al tener que contar una y otra vez los episodios violentos

Deplora el comportami­ento «poco humano y empático» de algunos funcionari­os

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CARLA GRAW Las huellas Los malos tratos han dejado secuelas psicológic­as en J. E. S. como en cada mujer que los padece. ▷

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