Nombre «horribilis»
Nadie puede imaginar como me ha marcado un nombre horrible sin paliativos y cargado de tristeza
Me llamo Jerónima con todas sus letras y su combinación de vocales en las que solo falta la «u» y nadie se podrá imaginar nunca como me ha marcado este nombre horrible sin paliativos y cargado de tristeza.
Mi madre se llamaba Jerónima injustamente por un amigo de mi abuelo con el que se comprometió, en un momento y en un lugar en el que los nombres importaban poco, a que el próximo hijo que tuviera se llamaría como él.
Así ella se convirtió en la primera Jerónima de Torreorgaz (Cáceres), un pueblo cuajado de jerónimos hombres que reciben el diminutivo de Momi.
Mi madre murió el 17 de diciembre de 1965, cuando yo nací, con tan solo 29 años, así es que mi otro abuelo, una de las personas que más me ha cuidado y a las que más he querido y querré mientras viva, decidió que lo lógico y lo justo era que yo me llamase como ella y así acudió él solo a inscribirme en el registro, mientras el resto de la familia se disponían a pasar la Navidad más triste y desolada de su vida.
De esa forma comenzó mi existencia bajo la denominación de Jeronimita, Jerónima, Momita, Momi y Jero, una esquizofrenia nominal que siempre se vio como normal en mi pueblo y en mi familia, pero que también me ha marcado y encima nunca ha conseguido arreglar, ni siquiera un poco, la fealdad rotunda de mi nombre.
Todo empeoró cuando me vine a vivir a Mérida y empecé a crecer en sus calles, donde puedo afirmar que viví un «bullying» onomástico en toda regla, en el que Momi se convirtió en momia y todo lo relacionado conmigo tenía que ver con un personaje muy famoso de películas de la época, el indio Jerónimo, el jefe apache que no solo fue la pesadilla de México y Estados Unidos sino también de una indefensa niña al otro lado del Atlántico.
En el colegio de monjas en el que pasé mi infancia siempre fui Jerónima a secas sin ninguna otra opción y con el reproche continuo de que San Jerónimo fue un gran santo que en ningún momento merecía mi animadversión hacia él.
Nunca olvidaré mi llegada al instituto cuando en un polideportivo lleno de adolescentes mi nombre resonó en los altavoces y tuve que recorrerlo para colocarme en el lugar que me correspondía en medio de murmullos y risas.
Luego llegaron mis años de facultad, más empoderada nominalmente, aunque con Liborio Barrera de compañero y con la gente pensando que en Extremadura todos debíamos de tener nombres rancios, y después empezó la firma periodística, que arrancó con Jerónima pero que con los años empezó a diluirse en seudónimos de todo tipo que lo único que hacían eran complicar aún más mi confusa identidad.
Si algo bueno me ha aportado llamarme así, ha sido el humor, esa tabla de salvación para todo: el ser Momificación para algunas de mis amigas, después de que una se pensara al conocerme que esa era mi verdadero nombre; o los innumerables ratos de juego que he pasado con mis hijas, Rosalía y Laura, en los que ellas se empeñaban en buscar nombres contundentemente feos para hacerme reconocer que el mío era más bonito. Como pocas veces lo conseguían, a excepción de Dominga y poco más, optaron por inventarselos y así se hizo famoso en nuestro ranking de risas el escatológico nombre de «Diarreosa» como lo peor que me podría haber ocurrido.
A mediados de los 90 los Mojinos Escozíos sacaron la canción «Jerónima» y en este caso, aunque tiendo a valorar el humor, agradezco a todos los dioses habidos y por haber que aquel tema no se hiciera famoso para no echar más leña al fuego, como pasó en su día con la Ramona de Fernando Esteso.
Al llegar internet, descubrí que hay otras muchas jerónimas y momis por el mundo y me pude sentir algo más acompañada en mi desgracia onomástica, que nunca ha recibido consuelo, a pesar de que siempre me han animado a ello por el hecho de que hace algunas décadas se pusieran de moda las vanesas, jennifer o jessicas.
En España viven 3.861 mujeres que se llaman como yo, el 0,00878% de la población, con un promedio de edad de 65 años, lo que da idea del envejecimiento del nombre y, por suerte, de sus pocas posibilidades de renovación.
Ya tengo decidido que en mi lápida figuraré como Jero -Jerónima es un nombre terrible incluso para un cementerio y no quiero más chanzas con Momi (a) después de muerta- y si hay otra vida, me pido llamarme Ana, Carmen, Rosa, Isabel ..... Jerónima «Nunca Mais».
Jeronimita, Jerónima, Momita, Momi y Jero, una esquizofrenia nominal que siempre se vio como normal