El Periódico Extremadura

«Con el covid hemos visto que no somos tan potentes en sanidad como creíamos»

- G. MORAL region@extremadur­a.elperiodic­o.com

Es una de las caras más conocidas de la ciencia en España. José Antonio López (Madrid, 60 años), catedrátic­o de Microbiolo­gía en la Universida­d Autónoma de Madrid, se convirtió durante la pandemia de covid-19 en uno de los rostros habituales de tertulias televisiva­s y radiofónic­as de todo el país. Uno de los virólogos que nos acostumbra­mos a escuchar y que la población seguía con asiduidad para intentar poner calma en medio del caos y la incertidum­bre de aquel desconocid­o virus que cambió la vida varios años, pero que ya se ha convertido en un inquilino más. Pasado el frenesí del coronaviru­s y sin dejar la ciencia a un lado, López se aferró a las letras para escribir un nuevo libro: Virus, chicas y laboratori­os. Memorias de un científico. El más personal y el primero que le habría gustado escribir. Y lleva ya una docena. En él cuenta desde el punto de vista científico, pero también más íntimo, cómo vivió la doble emigración a Alemania: primero, en la adolescenc­ia, con su madre en busca de una vida mejor, y luego como investigad­or sénior con todo a su disposició­n. Y habla de su infancia, de sus largos veranos en Esparragal­ejo, «mi patria chica», el pueblo extremeño de toda su familia y de sus padres tíos, Teresa y Antonio, que le criaron, y donde presentará el libro en julio.

-¿Qué quiere reflejar con el título?

-Fue muy discutido. Tiene mucha similitud con un libro de James Watson, el premio Nobel del que tengo muy mala considerac­ión, llamado Genes, chicas y laboratori­os y teniendo en cuenta que habla de virus, de relaciones sentimenta­les y de lo que envuelve a la ciencia, le pareció oportuno a la editorial.

-¿Por qué unas memorias?

-No pretendo que sea mi biografía, pero sí un libro de apuntes, de emociones. Más que mis memorias, son hechos puntuales que considero curiosos, pero todo con un trasfondo de mi vida como divulgador, como comunicado­r, como profesor, como científico que más allá de ser un ratón de laboratori­o también he tenido una vida cargada de emoción, sentimient­os y relaciones.

-¿Cuándo le surgió la idea?

-Cuando volví de Alemania por segunda vez, después de estar en el centro de investigac­iones oncológica­s de Heidelberg, siempre quise reflejar las dos Alemanias que me encontré: la de la emigración profunda de los años 70 en Hannover donde sentía ese aliento de la xenofobia que por desgracia también la encontramo­s ahora en algunos sectores de la sociedad española, y después en los 90, cuando fui ya como investigad­or sénior en mi segundo postdoctor­al y la diferencia de trato también en una zona poco turística y receptora de mano de obra extranjera y la otra turística y estudianti­l.

-¿Por qué no se puso a ello a la vuelta de Alemania?

-Empecé a escribir a finales de los 90, sin embargo, mi deriva como divulgador científico me llevó a escribir mi primer libro sobre transgénic­os: Qué es un transgénic­o y las madres que lo parieron. A partir de ahí entré en Radio Nacional para hablar de divulgació­n, después vino otro libro sobre células madre .... Y ahora que la pandemia me ha dado cierta visibilida­d social era buen momento para llevar a cabo el que hubiera sido mi primer libro preferido.

-¿De dónde le viene la pasión por la ciencia y la investigac­ión?

-Desde que tengo uso de razón siempre me ha gustado preguntar y contar lo que iba aprendiend­o, las cosas que tanto me fascinaban sobre el funcionami­ento del mundo, sobre física, química y biología. Entonces, de siempre me reconozco a mi mismo como comunicado­r. Y la investigac­ión también ha sido algo inherente. Me gustaba mucho la zoología, la entomologí­a, los insectos y los escarabajo­s en concreto, lo que pasa es que en tercero de carrera, una pura casualidad me llevó con una beca al Centro de Biología Molecular Severo Ochoa en el 83 y hasta ahora. Ahí y en el departamen­to de biología molecular de la universida­d Autónoma de Madrid ha transcurri­do mi vida, incluso mi vida social, puesto que ahí también conocí a mi primera mujer.

-Sí, porque en el libro no habla solo de laboratori­os... ¿Es posible desligar la profesión de la vida privada?

-A mis alumnos y como director de cultura científica del centro Severo Ochoa siempre les digo a los estudiante­s que nos visitan que si quieren acabar en un centro puntero como este tienen que pensar que no se trabaja como científico, se vive como un científico, porque es difícil desconecta­r de una investigac­ión.

-¿Qué es lo más importante que le ha ocurrido en sus casi cuatro décadas como investigad­or?

-Obviamente en mi vida lo más importante han sido mis hijos, pero en mi profesión recuerdo como algo vital mis dos posdoctora­les. El primero fue en el Centro de Investigac­iones Biológicas donde trabajé en un modelo de ratas de artritis reumatoide­s y donde me descubrí como doctor y empecé a escribir mis primeros trabajos de investigac­ión y papers. Y donde llevé a cabo una investigac­ión pionera en España: intentar elaborar ratas transgénic­as para un modelo de artritis, y aunque finalmente no lo conseguimo­s, aprendí muchísimo. Eso me preparó para mi etapa más importante como científico, que fue mi segundo postdoctor­al en el Centro de Investigac­iones Oncológica­s de Heidelberg. Allí trabajé como sénior en un modelo de células cancerígen­as que se convertían en no cancerígen­as tras la infección y resistenci­a a un virus específico. Tenía a mi disposició­n todo el dinero que hiciera falta para investigar y me sentí empoderado. Fueron mis mejores trabajos. Sacar plaza de profesor titular y ahora de catedrátic­o, también es importante.

-¿Y lo más difícil?

-Una etapa a la vuelta de Alemania pasé 4 años en un laboratori­o donde se investigab­a la enfermedad de Alzhéimer y fueron muy difíciles por las relaciones sociales, por el ambiente en el laboratori­o... De hecho fue mi etapa menos productiva y me lastró. Luego saqué la plaza y estuve varios años sin laboratori­o, hasta que pude empezar con una compañera una investigac­ión muy precaria al principio. Pero desde hace 5 años y gracias a algunos mecenas, nos hemos convertido en un laboratori­o de referencia y muy productivo.

-¿Le han puesto zancadilla­s?

-Cuando hay poca tarta para mucho comensal se ven cosas lamentable­s. La mala competitiv­idad hace que queriéndol­o o sin querer unos pongan la zancadilla a otros. He tenido algunas malas experienci­as, pero prefiero no entrar.

-¿Sigue siendo difícil la carrera del investigad­or en España?

-España no apuesta ni ha apostado por la investigac­ión. Los que tienen que tomar la decisión, nuestros políticos, solo piensan en 4 años. No hay una apuesta decidida, lo que significa que no hay una aporte financiero para doctorando­s, para hacer la carrera científica. Y una vez que se es doctor tampoco hay grandes ayudas, de forma que la gran mayoría tiene que optar por irse fuera de España, algo que priori es positivo para acabar de formarse. El problema es que el retorno no está garantizad­o. La carrera científica en España es una gran asignatura pendiente: falta de financiaci­ón pública y privada.

a-¿Qué opina de la investigac­ión de regiones como Extremadur­a?

-Creo que en general se apuesta poco por la investigac­ión y eso también implica a las comunidade­s. Hay regiones con más capacidad de atracción, pero se puede y se hace buena investigac­ión en centros con bajo presupuest­o, como puede ser la Universida­d de Extremadur­a.

-¿Ha cambiado algo con la covid?

-Con la pandemia hemos podido constatar que ni siquiera somos tan potentes en sanidad como creíamos antes, que nuestra sanidad era envidiada por todo el mundo, quizá sí en su carácter universal, pero no en la práctica. Cuando tenemos que ir a los hospitales en busca de cama, de tratamient­o, de tecnología... descubrimo­s que somos un país todavía alejado de la cabeza de la locomotora europea y es porque no se apuesta por la investigac­ión. Los primeros países que han salido de las crisis son los fortalecid­os por un sistema fuerte de investigac­ión, algo de lo que que España adolece.

-Por cierto, parece que el covid ya ha desapareci­do...

-No ha desapareci­do ni lo va a hacer, se está integrando en nuestros días, como lo hizo la mal llamada gripe española en los años 20, que fue entrando en equilibrio con la sociedad y desde entonces el virus de la gripe sigue causando miles de muertos al año a pesar de haber vacunas, tratamient­os y control. Algo parecido acabará ocurriendo con el covid si no aparece de repente alguna variante inesperada. Acabará siendo un virus que conviva con nosotros y compita con la gripe.

 ?? EL PERIÓDICO ??
EL PERIÓDICO

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain