JOSEP CUNÍ
probando el sabor agridulce de sentarse frente a Jordi Évole y la acaba saboreando las mieles de José Félix Tezanos. En su horizonte, siempre, sus colegas de Podemos resumidos en la persona de Pablo Iglesias, que el domingo se acostó intentando digerir una ensalada de hostias.
En el primer encuentro, la vicepresidenta pretendía vender su propuesta de Sumar pero no quedó claro si acabó restando. El propio entrevistador ha reconocido que perdió una ocasión de oro para darla a conocer mejor. Ella se enredó en querer aparentar carácter bajo una sonrisa seductora que se le fue desdibujando a medida que no encontraba salida al callejón al que la empujaron. Pero tan cierto es que la felicidad dura poco en la casa del pobre como que si reduces la desgracia a simple molestia, el accidente no llega a catástrofe. Al ser todo tan fugaz, el jueves el CIS vino a revertir la imagen de la vicepresidenta y ministra de Trabajo manteniéndola en el número uno del pódium de valoración política y otorgándole dos millones y medio de potenciales votos si las elecciones fueran hoy. En el mientras tanto, silencio declarativo. Discurso en la ONU incidiendo en sus habituales relato y gesto y aplauso a sus compañeras de filas y ministras cuando, vestidas de morado, estas se abrazaban en la bancada azul para compartir el dolor que el Congreso infligía a su tozudez legislativa por la ley del solo sí es sí ya contrareformada.
Quienes la aprecian, admiten que Yolanda Díaz es calculadora, paciente y poco impulsiva. Quienes la detestan la presentan como un caimán capaz de cambiar de piel para sobrevivir en el pantano. En cualquier caso, como Roberta Flack, suavemente va matando con su canción. Para sumar y para restar.