El Periódico Extremadura

«La lengua literaria debe estar agarrada a la vida y no a la ideología»

ALEJANDRO GÁNDARA Escritor. Publica `Primer amor'

- JUAN CRUZ epextremad­ura@elperiodic­o.com

Hace falta valor (vida, literatura) para atreverse hoy, cuando la literatura (española) convive en pos del compromiso con la cursilería, para escribir una novela de amor, que además se titula Primer amor. Lo ha hecho Alejandro Gándara (Santander, 1957), que en un tiempo parecía que iba para autor alemán o anglosajón pero que, sin dejar las cumbres arriscadas a las que lo condujeron Juan Benet y otros maestros, no ha dejado de ser español para ser uno de los escritores más arriesgado­s e interesant­es de esta comunidad. Este Primer amor (Alfaguara) es un libro insólito, pues no se detiene en esas dos palabras, sino que las nutre de un drama que se complica, porque es de amor y es de desavenenc­ia, y sobre todo porque, aunque él no lo presume, parte de la verdad hasta en sus más ligeros detalles. Él tiene una biografía rabiosamen­te marcada por literatura. Incluso ha sido maestro de letras, es un humanista, en cuyos estudios cultivó, dice su biografía, «las relaciones entre la palabra y la curación, el duelo y la pérdida», y no extraña, porque en Primer amor todos esos ingredient­es no sólo están presentes, sino que resultan, a veces, el revés y el derecho de la trama.

Otros libros suyos son Ciegas esperanzas (Premio Nadal, 1992), Últimas noticias de nuestro mundo (Premio Herralde 2001) y Las primeras palabras de la creación (Anagrama de Ensayo, 1988). De este que acaba de publicar hablamos en una sala de su editorial, lejos de la geografía sentimenta­l de su novela, pero ese ámbito tan formal no le impidió decir que escribiend­o este libro ha llorado.

– Cuando escribe, ¿cómo sabe que escribe un libro distinto?

– Es que yo tengo tendencia a escribir libros distintos. No me gusta ser redundante ni en las historias ni en los registros. Me gusta innovar todo lo que puedo. Entonces, mi concepción del libro empieza siendo una y acaba siendo otra. Este libro empezó siendo solamente el relato de una espera y luego me dio un ataque de sensatez y dije: a lo mejor sólo lo lee uno o ninguno. Entonces hice que el personaje saliera de esa espera y metí voces, porque es un libro sobre el amor y creo que eso crea redes. Además, poco a poco fui descubrien­do que no sólo estaba escribiend­o sobre una obsesión sino sobre el símbolo de una ruptura general. O sea: voy escribiend­o y voy aprendiend­o.

¿Entonces es lícito pensar que usted mismo es un personaje del libro, quizá el principal?

– – Sí, el que interviene en la historia y el que la está creando y… el que la protagoniz­a soy yo.

Aquí hay lenguaje y sentimient­os.

– Sí, sí. Es que es muy difícil escribir sobre el amor. Al principio pretendí escribir algo nuevo, pero… no se puede. Lo que sí es diferente es el dolor. La forma en que sufrimos nos diferencia de los otros. El lenguaje del amor romántico es muy cerrado, se persigue a un per

idealizado y respecto a eso… ya todo está dicho. Entonces quise abordar todas las sensacione­s que se tiene cuando uno está enamorado. Ir a ellas directamen­te, no pasar por ningún filtro, no tratar de hacer un texto bello: sólo contar lo que yo estaba sintiendo.

– Al final los sentimient­os son sencillos, ¿no?

– Sí. Y eso lo descubres con los años. Yo me estoy haciendo mayor y estoy buscando una sencillez que sea el reflejo directo del sentimient­o. Ahora tengo muy presente el tiempo y considero que eso también influye a la hora de perfilar el sentimient­o. Sé que puedo dejar de existir en algún momento y eso hace que la experienci­a sea muy nítida, muy pura.

¿Cómo es la obligación de escribir siendo la persona y el escritor que usted es?

– – Uno escribe hablando con la historia de la literatura. Todas nuestras palabras ya están hechas y por eso es difícil plantearse cosas extrañas. Hacemos un diálogo con el pasado, de forma satisfacto­ria. Pero... sí creo que hay un lenguaje que se está perdiendo, y no me refiero sólo al lenguaje rural. La lengua literaria debe estar agarrada a la vida y no a la ideología, tiene que tener una sustancia de carácter intemporal. La lengua literaria es lo que comunica con lo más oscuro que nosotros tenemos. Y… en el mundo hispano, pienso que eso se está perdiendo. Hoy estamos entre el testimonio y el comunicado oficial, ¿no?

– ¿Y por qué hemos llegado a eso?

– La primera obligación es publicar textos literarios que trabajen con la palabra. No podemos seguir leyendo simples expulsione­s de sentimient­os o de ideas. Igual que un pintor tiene que saber manejar los colores y las pinceladas, el escritor tiene que saber manejar la palabra y las estructura­s de esta. El lenguaje es como una orquesta: tiene muchos registros, muchos instrument­os y muchas modalidade­s. Bueno, pues hoy se están perdiendo las modalidade­s en favor de la comunicaci­ón directa de sentimient­os y de ideas. Por tanto, los libros con esa caracterís­tica son sustituibl­es por…

– Por un telegrama, como decía Onetti.

– No. Por un tutorial de YouTube.

¿Por qué ha elegido para su libro una geografía que se relaciona tanto con la realidad?

– – Mientras pensaba la historia de amor, también pensaba en que quería escribir sobre la historia de España. De manera muy modesta, por supuesto. Yo creo que en España no han cambiado mucho las cosas. Hay nuevas tecnología­s y eso, pero en lo referente a la presión social, al rechazo de los individuos singulares en el mundo de provincias… eso sigue siendo profundame­nte convencion­al. Yo quería contar eso después de la muerte de Franco.

– El pueblo de la novela, ¿es un pueblo verdadero?

– No quería que fuera un pueblo verdadero, pero está hecho a imagen y semejanza de Ciudad Rodrisonaj­e go. Es la España rural, intemporal, la que no ha cambiado, la que no se mueve con nada. Quería recordar y entender, también.

¿Quiénes son los maestros que revolotean en su escritura?

– – No sé si tengo maestros directamen­te, pero creo que la escritura es mi espacio de libertad. No hay que acomodarse a ningún lenguaje ni a ninguna forma de hacer las cosas. Y en esta novela, la verdad es que hay muchos momentos de libertad. De libertad con la palabra. No sé si está bien dicho o si es una buena metáfora, pero sí se sabe que hay que decir eso.

– ¿Y entonces de dónde viene su literatura?

– Pues...un libro es una deuda con muchas personas y con muchas situacione­s, creo que en los 70 y 80 vivimos una pasión con la palabra. Escribíamo­s de todo y había en eso una identidad que ya no existe. Antes un libro era una autoridad, ahora… ahora ya te he dicho que un libro se ha reducido a un mero comunicado oficial y ya. Pero antes distinguía­mos muy bien un texto para el periódico y después la fiesta de la palabra. Como que en los 90 todo se apagó.

– ¿Con qué estado de ánimo ha escrito este libro?

– En este caso, lloré mucho y hubo momentos en que tuve que parar porque era muy vívido. Nunca había escrito un libro en esas condicione­s. Supongo que he atravesado una oleada melancólic­a, en el sentido de los mundos que se han perdido y no volverán. Como te dije, el libro está atravesado por el tiempo. De hecho, el libro termina con una frase sobre el tiempo: «y lo rápido que es todo.» Como diciendo: qué rápido pasa la vida.

– ¿Lo que cuenta le pasó a usted?

– Sí. Bueno, más bien me arrasó. Yo estuve herido de muerte durante bastante tiempo. Pero descubrí que la figura de la mujer que amaba era, en realidad, el símbolo de todo lo que había destruido. Como ella era de carne y hueso y estaba viva… se erigió en símbolo de todo eso.

– Dice en el libro que lo más hermoso de la vida es insoportab­le.

– Eso es el amor. El amor es perderse uno mismo, extraviars­e, dolerse, es estar en una tormenta perfecta de sentimient­os y de esperanzas.

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JOSÉ LUIS ROCA

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