Amigos para siempre
Rosa María
y apenas recuerdos, sobre todo de la etapa inicial. Acompañados de cuadernos Rubio estivales, que ofrecían aburridas series de bucles y frases para conseguir una elegante escritura que, con el tiempo, inevitablemente adaptamos y casi perdemos, personalizando los caracteres a nuestro antojo. Luego, Bachillerato ocupó más cajas de libros de texto, pues los de lectura seguían siendo un lujo que no se contemplaba y, con suerte podía adquirir su préstamo en las bibliotecas del centro o pública o de familiares o amigos. Eran otros tiempos… Aunque las vías de acceso aumentaban su presencia en casa.
La independencia del núcleo familiar y la tardía llegada a la universidad me ofrecieron la oportunidad de ir adquiriendo mi propia biblioteca personal, permitiéndome disfrutar de todo el proceso, desde entrar en algún sagrado templo del saber, para localizar un ejemplar (afortunadamente, también para ejercer temporalmente como bibliotecaria), hasta
una librería donde perderte sin tiempo y regalarte los que más te apetecieran en ese momento.
Si hubiera sabido de pequeña cuánto bien me harían y que serían la mejor compañía, hubiera destinado la paga de los domingos a ellos.
Ahora las facilidades y posibilidades son infinitas. Desde antes del nacimiento de un niño, las futuras mamás escriben durante su embarazo el que será su primer libro, con datos y fotografías de los cambios que conforman su vida; hasta las memorias de un anciano, cuyos ojos habrán leído las páginas de cientos; pasando por los diarios infantojuveniles, acompañados de aventuras, amor… Hoy en día, quienes no leen es porque no quieren. Ya puedes dar ejemplo haciéndolo a diario, que obligarles, no puedes, han de descubrir el placer por sí mismos. Mientras, ellos se lo pierden.