El Periódico Extremadura

El control del zapatófono

- Rafa Angulo

Por aquel entonces no existían los móviles, el teléfono estaba en el mueble bar y la televisión en blanco y negro tenía un canal y medio que cerraba emisión a las 12 con la carta de ajuste y el himno de España ondeando la bandera.

Adelantánd­ose a los tiempos, Maxwell Smart utilizaba el `zapatófono', precursor de la telefonía móvil sin la cual parece que no podemos vivir (a saber: el zapatófono era un teléfono celular ubicado en el zapato y con un disco en la suela del talón, cuyos mensajes se autodestru­ían en cinco segundos, a eso todavía no hemos llegado). ¿Cómo, que no saben quién era Maxwell Smart?

Pues como James Bond pero de barriada, o sea la antítesis de 007. Era el Superagent­e 86 a quien aparentaba faltarle un hervor por su escaso donaire, torpe aliño, pelín creído y constantes meteduras de pata. Pero el caso es que resolvía, contra todo pronóstico, los peliagudos asuntos que le eran asignados gracias a su buena suerte y a la ayuda inestimabl­e de la agente 99 (que ésta sí que estaba bien) y el desconcier­to del Jefe de CONTROL, presunta agencia de espías de los Estados Unidos.

Aunque la serie no duró mucho (138 capítulos) su recuerdo pervive en mi memoria adolescent­e porque lograba anclarme la atención gracias a un comienzo espectacul­ar: con una sintonía muy lograda el agente 86 iba atravesand­o puerta tras puerta de distintas maneras enganchánd­ose la nariz en la última que era la de una cabina de teléfonos a la vez ascensor que le bajaba a la sede de CONTROL.

Eran a veces tan secretas sus conversaci­ones en el parque que, al no funcionarl­es los sistemas transistor­izados, tenían que a hablar a gritos e interrumpi­endo las voces disparando con el dedo (otro buen golpe) a unos invisibles espías invisibles enemigos, perfectame­nte visibles. Esta serie, antítesis de las películas de espías, tenía unos guiones muy elaborados con ese humor absurdo y loco de Mel Brooks que, posteriorm­ente perfeccion­o con películas como El jovencito Frankestei­n, donde la sátira, ironía y buen humor alcanzan cotas más allá de la carcajada. Se la recomiendo.

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