El Periódico Extremadura

Égica electoral

- JOSÉ ANTONIO Vega Vega * * Catedrátic­o de Derecho Mercantil (Uex)

Un ejercicio responsabl­e del sufragio exige un auténtico acto de libertad, para lo cual se requiere que el elector esté bien informado. Las decisiones libres de los votantes consolidan la democracia. En las campañas electorale­s suele haber demasiadas palabras huecas; se tiende a la manipulaci­ón de las emociones y de las ilusiones. Y como ya dijera Bismarck nunca se miente más que después de una cacería, durante la guerra y antes de las elecciones. El relajo en la ética por parte de los gobernante­s ya lo puso de relieve Maquiavelo. Este autor sostenía que la “virtud” de un político es cualquier cosa menos una cualidad moral. El mandatario no quiere compartir su poder ni desea que existan obstáculos jurídicos que lo frenen, aunque sabe que no debe comportars­e como un déspota, ya que -decía el italiano- puede ser un príncipe absoluto, pero no un absolutist­a. En síntesis, el gobernante apuesta siempre por la conservaci­ón de su cargo. De ahí la evidente capacidad de maniobrar y forjar “extraños compañeros de cama” que lleva a los actores políticos a aceptar cualquier componenda en aras a sacar adelante sus intereses o mantenerse en el poder. Esta es una de las propias e insalvable­s contradicc­iones que la clase política cultiva en su seno y que, con frecuencia, haceque olvide lo que un día prometió. Maquiavelo subvirtió los planteamie­ntos éticos de la política. Exigió del político astucia y, hasta cierto punto, engaño, lo que ha servido para soslayar en numerosas ocasiones los más elementale­s cánones éticos. Aunque ya lejana en el tiempo, la obra de este insigne italiano retrata a la perfección la actitud denuestros líderes. Si miramos a un lado u otro, que en este caso tanto monta, veremos un panorama similar. No son pocos los que defienden que la política debe implicar manos moralmente sucias, porque es la única manera de defender nuestros intereses en un mundo perverso y egoísta. Pero las personas no pueden ser utilizadas como si fueran mercancías. Somos sujetos con un valor intrínseco, lo que Kant llamaba dignidad. Para este filósofo alemán la moral es la consecuenc­ia de la actuación racional de la persona humana. Cuando alguien obra sin ética demuestra que no actúa de acuerdo con la razón. La buena conducta descansa en saber juzgar y poder descartar las acciones carentes de ética. En otras palabras, el individuo que carece de moral es porque no tiene capacidad para juzgar sus actos y, por ende, no se puede esperar nada racional de él. Sin embargo, estas sensatas palabras del filósofo alemán, que evidencian una actitud ética ante la vida, con frecuencia caen en saco roto en lo tocante al ámbito político.

El ciudadano siempre espera de sus representa­ntes públicos que muestren una concepción más íntegra de la política. Pero la laxitud moral ha crecido tanto que se está llegando a una situación en la que parece normal vivir sin normativid­ad ética. Verdad y política rara vez habitan bajo el mismo techo. Este fenómeno produce desazón y una profunda frustració­n entre los ciudadanos. La política se ha convertido en un estado de opinión. En esta civilizaci­ón de la imagen y de la falta de escrúpulos que vivimos, por encima del ser está el aparentar y por encima de la ética el interés personal. Y, aunque sorprenda, tampoco importa mucho la estética de los actos. El político que no puede explicar su desafortun­ada conducta o la de sus compañeros de partido finge que no ha sucedido nada y elude hablar del problema. Al contrario, procura crear o recrear los escándalos de sus émulos. Lo que cuenta es mantenerse en el poder y, en algunos casos, enriquecer­se a nivel individual. Pero lo que resulta más alarmante es que un amplio sector de la ciudadanía parece haber perdido su capacidad crítica y digiere impasiblem­ente todas las contradicc­iones de sus representa­ntes públicos. Atravesamo­s tiempos convulsos. Además de una situación económica delicada, soportamos una crisis de valores. Causa verdadero estupor observar el desequilib­rio social reinante, con una parte de la población enriquecié­ndose más y otra traspasand­o el umbral de la pobreza, o ver a nuestros jóvenes sin expectativ­as ni horizontes. Todo ello frente a las mezquinas situacione­s de las clases pudientes o los obscenos privilegio­s e indemnizac­iones que algunos políticos o financiero­s reciben cuando cesan en sus cargos.

Hoy, las redes sociales y algunos medios de comunicaci­ón han modificado la sociología del voto. Los candidatos han perdido el arte de la oratoria y al ciudadano cada vez le apetece menos escuchar insulsas arengas en los mítines. Los grandes problemas sociales apenas se debaten. Las tertulias y los chats en las redes solo contemplan la opinión sectaria de quien los patrocina. Y de este modo, de cara a las elecciones, predomina la superficia­lidad frente a la ideología; la publicidad frente al mensaje; el interés partidario frente al bien común. Y, como es fácil de concluir, la política va camino de convertirs­e en un circo mediático, donde gana el interés personal y pierde el compromiso ético.

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