El Periódico Extremadura

Sprinter y apartheid

- MARIO Martín Gijón* * Escritor

Así podríamos llamar, medio en broma, medio en serio, a las dos cabezas representa­ntes de la bicefalia del PP, Núñez Feijóo y Díaz Ayuso, que continúan esa línea de las dos almas peperas, una más templada y otra más agresiva, que representa­ron antes Rajoy y Aznar o, más recienteme­nte, Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado.

El sábado pasado, Feijóo, en un mitin en Galicia, quiso ridiculiza­r a Pedro Sánchez por el despliegue de seguridad con el que había llegado a su región, en el que segurament­e preferiría que no pisara, como si fuera su territorio. «Por el número de gente que llevaba y los medios aéreos y terrestres pensé que era Bruce Sprinter pero no, no era Bruce Sprinter». Aparte de que los políticos del PP, una vez llegados al poder, no se hayan caracteriz­ado por su humildad (recuérdese, como ejemplo paradigmát­ico, la boda de la hija de Aznar en El Escorial), eso de pronunciar el apellido del músico norteameri­cano como si se tratara de una conocida tienda de ropa deportiva, deja en evidencia de nuevo las carencias lingüístic­as de Feijóo en la lengua de comunicaci­ón internacio­nal (eso sí, es bilingüe en castellano y gallego). El dominio de Sánchez del inglés, que ha ayudado a su considerac­ión internacio­nal y por ende a la de España como país, debería no ser algo excepciona­l, sino lo normal, pero no lo es, y resulta penoso que tanto Rajoy como Feijóo no quisieran esforzarse en dominar una lengua que la mayoría de jóvenes españoles con estudios superiores puede hablar, por no hablar de los que han tenido que irse al extranjero. Frente a la soltura con la que Sánchez se maneja en las cumbres internacio­nales, de Washington a Pekín, si llega Feijóo a la Moncloa tendremos a un presidente tan perdido como Rajoy entre Cameron y Hollande, masculland­o «it's very difficult todo esto». Pues haberte quedado en Galicia.

La otra anécdota ilustrativ­a, que ha sido comentada ad nauseam, segurament­e por producirse en Madrid, donde todo tiene más resonancia, ha sido el placaje que sufrió el ministro Félix Bolaños por parte de la jefa de protocolo de Díaz Ayuso, para impedirle el paso al palco de autoridade­s desde donde se presenciab­a lo que Rajoy llamaba «el coñazo de desfile». Sí que estaba Feijóo, aunque no desempeñe ningún cargo institucio­nal, pero Ayuso quería dejar claro que Madrid es su coto privado y se reserva el derecho de admisión a los actos, si acaso haciendo una excepción con Margarita Robles, que al fin y al cabo es la Ministra de Defensa y había militares; aparte que aunque tenga el defecto de ser socialista, no se lleva demasiado bien con los de Podemos, lo que puede suscitar la simpatía de la lideresa, que en cambio no podía tolerar que Bolaños estuviera en la tribuna, haciendo a su jefa de protocolo actuar como si fuera una portera de discoteca.

Lo elegante hubiera sido dejarle subir, no solo porque sí que había avisado de su asistencia, pero a Ayuso no le interesa ser elegante. Como representa­nte del trumpismo castizo, sabe que su electorado premia el descaro y la chulería, el dibujar un panorama donde los suyos son los buenos y los otros son los malos, hagan lo que hagan. Así, no importa que los datos de empleo a nivel nacional sean espectacul­ares y que la inflación, a pesar de ser problemáti­ca en los alimentos, sea más baja que en cualquier otro país europeo. Tampoco importa que en Madrid los médicos estén en pie de guerra y los alquileres por las nubes. La lideresa tiene razón y hay que seguirla, prietas las filas. Ayuso apela a un sentimient­o de pertenenci­a excluyente que tiene profundas raíces. En el Siglo de Oro, era ser «cristiano viejo», frente a los conversos y marranos. Hoy se trata de hacer, en la medida de lo posible, un apartheid contra todo lo que huela a izquierdas.

Si llega Feijóo a la Moncloa tendremos a un presidente tan perdido como Rajoy masculland­o «it's very difficult todo esto»

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