El Periódico Extremadura

-Son asuntos muy diferentes: a mí me fascinó descubrir que la historia de la indumentar­ia es la antropolog­ía del vestir

-¿Moda o indumentar­ia? ¿Vestir al ser humano o que el mercado lo vista?

- ENTREVISTA­DO POR... ELENA Manuel OUTUMURO FOTÓGRAFO Y DISEÑADOR GRÁFICO Pita

Una niñez pisando bosta de vaca ¿marca para siempre?

– – Por supuesto, y además me evoca una de las etapas más felices y enriqueced­oras de mi vida. Y ello pese a que me crié sin padres, emigrados en Venezuela.

Es el único español que ha ganado el Premio Lucie. ¿Un poco de justicia poética, siendo nieto de la emigración de sus abuelos en la gran metrópoli?

– – Algo de eso hay. Lo primero que recuerdo de mi abuelo era que cuando se enfadaba me decía: «Manoliño, portáte ben o enviote ao subway para que saibas o que é o inferno» (pórtate bien o te envío al metro para que sepas lo que es el infierno). Allá se fueron en el 29 con contrato oficial de emigración; pasaban la cuarentena en Ellis Island y después los colocaban donde hicieran falta, y a él le tocó la construcci­ón del metro, línea 6, norte-sur de Manhattan.

Nueva York también fue decisivo en su carrera. ¿Hay que ser muy humilde para rememorar aquella primera etapa limpiando mesas en lugar de hablar de su trabajo textil con Elsa Peretti? ¿Qué lugar ocupa la humildad entre sus valores?

– –Fue lo que conté al auditorio del Carnegie Hall cuando me dieron el premio en octubre. No soy consciente de esa humildad. Me comporto como me enseñaron, son los valores que me transmitie­ron mis abuelos y tías a la edad en que se imprime el carácter.

Outumuro, ¿moda o indumentar­ia? ¿Vestir al humano o que el mercado lo vista?

– – Son dos asuntos muy diferentes. En mi trayectori­a, que empieza al final del franquismo con la revista Por favor, junto a Vázquez Montalbán y Marsé, mi indumentar­ia era el jersey Camacho (los cuellos cisne del líder comunista), y la moda me resultaba algo frívolo y poco interesant­e. Luego aprendí muchísimo de Elsa Peretti y, sobre todo, de Richard Martin, director del Fashion Institute of Technology y curador del Costume Institute del Metropolit­an. Descubrí que la historia de la indumentar­ia es la antropolog­ía del vestir, y aquello me fascinó.

– ¿Y de Elsa Peretti, qué fue lo más preciado que aprendió?

– Éramos amigos, los dos teníamos casa en Sant Martivell (Girona). Cuando llegué a Nueva York, me enseñó la ciudad y trató de seducirme para unirme a su trabajo en Tiffany, algo que por suerte no hice. Luego diseñé y comisioné su gran retrospect­iva en Nueva York, 1990.

Otro de los legados que se trajo de Nueva York fue su paso por Studio 54. ¿Volvió de allí por miedo al sida?

– – Por la tristeza. Fue tremendo, no sabíamos lo que era, se decía: si vas a tal bar, te pica un mosquito o algo parecido que te hace perder la musculatur­a y luego te mueres. Afectaba a los más malditos. Cuando el sida llegó aquí, en el 82, al menos ya tenía un nombre. Yo me considero un supervivie­nte, porque además en aquel entonces éramos muy promiscuos. Ahora reivindico que me salvé por la inmunidad que me dio la mierda de vaca.

– Regresemos a la infancia. Con 10 años sus padres vuelven y se instalan en una Barcelona desarrolli­sta. Asegura que le costó adaptarse, ¿los hijos de emigrantes no eran una avanzadill­a en aquella España tan gris? * – Sí, pero éramos de pueblo. Cierto es que ser hijo de emigrantes te abría a un mundo sin fronteras: el mundo estaba más allá de Vigo. Todo te llegaba de más allá del Atlántico: el afecto, el futuro, el bienestar, las noticias. Pero Barcelona supuso salir de una burbuja que era el pueblo y el internado de los Maristas para hijos de emigrantes. La ciudad era agresiva, y además teníamos unos padres a quienes descubrir. Y yo tuve miedo a perderlos antes de ganarlos.

– ¿Cómo dio con la Massana?

– Mi inquietud era claramente artística, era el solista del coro, cantaba en la catedral de Ourense los domingos; era el primero en clase de dibujo, en patinaje artístico, en humanidade­s. En Barcelona fui un inadaptado hasta entrar en la Massana.

– Sus primeros pasos como diseñador gráfico giran en torno a la Gauche Divine, en Bocaccio. ¿Cómo se introduce un gallego desconocid­o en aquel mundo tan selecto?

– Porque había un portero vecino de mis padres que me dejaba entrar aunque fuera menor. Y era el perfecto voyeur: no hablaba con nadie, bailaba y, si podía, ligaba. Y cuando salió el número uno de la revista de Bocaccio allí me fui con mi porfolio: me recibe Vázquez Montalbán y me dice que adelante, que buscan ilustrador para una nueva sección, y luego montaron Por favor,

y me ofrecí para hacer humor gráfico.

– Hasta que un día, siendo director artístico de La Vanguardia­Mujer, un fotógrafo no se presenta y usted tira de su cámara. ¿La casualidad existe o la fotografía era la síntesis de todo lo que había hecho?

– Según Isabel Coixet, todo en mi vida había sido una preparació­n para ser fotógrafo. No soy consciente, pero sucedió en un momento muy oportuno.

– «La mirada es lo más esencial de un personaje», dice. ¿Y la fotogenia?

Es un fotógrafo internacio­nal con los pies clavados en una charca de barro y bosta. nació en A Merca, Ourense, 1956. Es también el único español que ha merecido el Premio Lucie (el Oscar de la fotografía). Su trabajo será el plato fuerte del próximo festival Revela't, la gran cita fotográfic­a en Vilassar, Barcelona. Su biografía es un cuento agrio que su memoria relata con dulzura porque, por encima de todo, Outumuro es un excelente fabulador

«La cámara ama la autenticid­ad, por lo que hay que limpiar al personaje de sus ideas preconcebi­das»

– Tal vez no exista, todo depende de cómo te iluminen: la luz saca el alma a relucir. Un retrato es una labor de dos: tiene que haber una comunicaci­ón y a partir de ahí, hay que limpiar al personaje de todas sus intencione­s preconcebi­das, porque lo que la cámara ama es la autenticid­ad, no lo impostado. Laura Ponte sería para mí el animal perfecto, y lo peor, cuando el personaje pretende dar una imagen de intelectua­l.

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AUTORRETRA­TO OUTUMURO

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