El Periódico Extremadura

Ilimitado silencio

- MARIO Martín Gijón* * Escritor

COtro maldito cáncer, pero en este caso sin tiempo para despedirse del mundo ni para asumir algo tan inaceptabl­e

ada vez único, el fin del mundo. Así tituló Jacques Derrida un libro en el que recogía los textos que escribiera con motivo del fallecimie­nto de amigos y pensadores a él cercanos. Puede parecer exagerado, pues la muerte es ley de vida, pero a la vez, nada hay más cierto: con cada persona que se extingue desaparece un mundo de recuerdos y relaciones, una perspectiv­a única sobre lugares y épocas. Por eso la muerte siempre nos conmociona, venga de repente o tras una larga agonía. Hace algo más de un mes moría Marta Agudo (Madrid, 1971 – 2023), poeta y crítica literaria, tras una larguísima lucha contra el cáncer. Aunque solo coincidí con ella un par de veces, bastó para que se hiciera un lugar en mi mundo personal de simpatías. Una mujer tan vivaz y entrañable, irónica y directa, aparte de una poeta notable, cuya desapa- rición colmó de dolor a mucha gente, como mostraron los cientos de textos que la homenajear­on.

Esta semana me comunicó Joseba Buj, vasco-extremeño de Benquerenc­ia, profesor en la Universida­d Iberoameri­cana de México, el fallecimie­nto del poeta y traductor Iván Méndez González (Santa Cruz de Tenerife, 1981 – Ciudad de México, 2023), tras un «cáncer fulminante». Otro maldito cáncer, pero en este caso sin tiempo para despedirse del mundo ni para asumir algo tan inaceptabl­e como que alguien muera a los 42 años.

Conocí, primero por e-mail, a Iván, en 2014. Me escribió porque un amigo común, el poeta tinerfeño Rafael-José Díaz, le había hablado del congreso sobre Paul Celan que andábamos planeando en Cáceres. A Iván, que había estudiado Filología Hispánica en La Laguna y Salamanca, y realizado una estancia de postgrado en Berlín, le interesaba indagar en las conexiones entre Celan y ciertos poetas hispanoame­ricanos, pero desde México, donde estaba realizando su tesis doctoral sobre la poeta Coral Bracho, no sabía aún si podría venir. Al final no pudo, pero entablamos correspond­encia a propósito de diversos proyectos. Así, participó en el dosier sobre literatura austriaca que Aníbal Campos y yo coordinamo­s para la revistaQui­mera en 2016, con traduccion­es y un ensayo sobre Gamoneda y Trakl.

No conocí en persona a Iván hasta octubre de 2017, en México, la única vez que he estado en ese país por unos días, invitado por la Universida­d Iberoameri­cana. Iván fue un excelente guía por Coyoacán, donde vimos el Museo de Frida Kahlo y Diego Rivera, aunque casi pasamos más tiempo en la librería Escandalar, por donde Iván se movía como pez en el agua, mostrando su amplísimo conocimien­to de la literatura hispanoame­ricana. También me acompañó Iván en la inolvidabl­e presentaci­ón del libro Lecturas de Paul Celan en la librería Herder.

Después de esa visita mantuvimos durante unos años el contacto epistolar, aunque este se fue espaciando. Supe que, sin llegar a defender la tesis, había roto con la universida­d y empezado a trabajar en un colegio, donde asumió el cargo de coordinado­r de lengua, lo que suscitó envidias y tensiones. En sus últimos mensajes me contaba de la tensión que le provocaba esa situación, sumada a un problema degenerati­vo de la espalda. «Sé que me estoy alienando en este trabajo», reconocía. Por otra parte, había encontrado el amor, casándose con una bisnieta del filósofo mexicano Antonio Caso, y eso explicaba que alguien que hubiera podido enseñar español en Alemania, decidiera quedarse en un entorno tan difícil. Tenía, dicen, un poemario inédito, que hubiera sido el primero de alguien tan atento a la poesía de los otros. Para colmo, el blog de traduccion­es que mantenía, Delimited silence, donde ofrecía traduccion­es de poetas como Ingeborg Bachmann, Paul Celano Friederike Mayröcker, fue también eliminado, como si no hubiera querido mitigar con nada ese injusto silencio ilimitado.

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