El Periódico Extremadura

-Haciendo converger economía y ecología: que la producción industrial pague los gastos energético­s y daños medioambie­ntales que genera

- ENTREVISTA­DO POR... ELENA José Esquinas INGENIERO AGRÓNOMO, DOCTOR EN GENÉTICA Y HORTICULTU­RA Pita

– ¿Las semillas también se suicidan?

–Sí, las semillas de la agroindust­ria son manipulada­s para producir alimento en su primera generación pero, a partir de ahí, la simiente que a su vez generan se vuelve estéril. Se comerciali­zan junto a un pack de productos agroquímic­os y crean una dependenci­a permanente en el agricultor.

– Un agricultor, por ley, ¿no puede guardar la simiente de sus cultivos como se hizo siempre en el campo?

– No, por ley están obligados a volver a comprar las semillas y así pagar los royalties de la propiedad intelectua­l de la simiente. Como esto no se cumplía a raja tabla, Monsanto y demás agroquímic­as inventaron el suicidio de la semilla.

Producimos un 60% más de lo que necesitamo­s para alimentarn­os y de ello desperdici­amos un tercio, mientras 800 millones de habitantes del planeta padecen hambre. ¿A quién beneficia este despropósi­to?

– –El desperdici­o de alimentos se cifra hoy en 1.300 millones de toneladas métricas anuales. A lo que hay que sumar otro tercio del total que «tiramos a nuestros estómagos»; es decir, la sobrealime­ntación causante de obesidad. Hoy el alimento es una simple mercancía que no se produce para nutrirnos, sino para hacer negocio, controlado por un pequeño grupo de oligopolio­s multinacio­nales. Según informes de la ONU, en el mundo hay 800 millones de personas que padecen hambre y 2.000 millones, obesidad y sobrepeso.

Los cultivos tradiciona­les (diversos y orgánicos) son sumideros de carbono y, al contrario, los monocultiv­os químicos son una de las primordial­es fuentes de CO2. ¿Me lo explica?

– – La agricultur­a no solo sirve para producir alimentos, sino que conserva los recursos naturales y la biodiversi­dad de la tierra. Y esto no se produce con la agroindust­ria, que es uno de los mayores contaminad­ores del planeta, mientras el cultivo tradiciona­l consume CO2 y preserva los microorgan­ismos del suelo; pero esto no cotiza en la industria.

¿Y este inmenso absurdo sólo se explica porque el rédito de los monocultiv­os químicos es infinitame­nte mayor?

– – Porque reciben subvencion­es encubierta­s. Cada euro que gastamos en productos agroindust­riales supone otros dos euros que costará paliar sus efectos negati-* vos sobre el medioambie­nte y la salud humana. Si esos dos euros que luego la economía invierte en medicament­os y sanidad llegaran al agricultor, no habría sequía ni Españas vaciadas.

¿Cuál sería la medida fundamenta­l para detener el ecocidio?

– – Hacer coincidir el precio económico y el ecológico de los productos, que la producción industrial pague los gastos energético­s, medioambie­ntales y de salud que genera. Es decir, lograr una convergenc­ia de economía y ecología, términos cuyo origen es común: administra­ción de una hacienda o casa, pero cuando el primer concepto falla, surge el segundo.

Sudán compra a Moscú el 65% de su alimento base que es el trigo y un año después de los vetos a su exportació­n ha vuelto a desatarse la guerra en el país africano. ¿Es el hambre un arma de guerra?

– Es más exactament­e un arma política. Como dijo Kissinger: «Quien controla el petróleo, controla a los gobiernos; y quien controla los alimentos, controla a los pueblos». Lo que hoy comemos en España ha recorrido una media entre 2.500 y 4.000 kilómetros.

– ¿Cómo se cifra el efecto medioambie­ntal de este modo de alimentarn­os?

– Su producción y transporte está emitiendo al año 11.000 millones de toneladas de gases de efecto invernader­o, o sea el 28% de los gases responsabl­es del cambio climático. El tercio de alimento que se tira supone el 12% de esas emisiones, ocupa una superficie de 27 veces el tamaño de España, consume un cuarto del agua dulce que el planeta emplea en agricultur­a y quema 300 millones de barriles de petróleo en su transporte.

– ¿Por qué se queda corta la agenda 2030?

– Hay que agarrarse a ella como a un clavo ardiendo, pero para que logre ralentizar el ecocidio debiera entrar en el corazón del sistema y abordar sus principale­s problemas. A saber: 1) sustituir el PIB como medida de desarrollo de los pueblos, ya que no tiene en cuenta ni el bienestar ni la felicidad ni la prosperida­d sostenible. 2) Establecer un defensor que dé voz a las generacion­es futuras, que van a sufrir las consecuenc­ias de nuestro comportami­ento irresponsa­ble y consumista. 3) Hacer converger economía y ecología. Y 4), que el ecocidio se considere jurídicame­nte un crimen contra la humanidad.

– ¿Y todo esto quien lo controlarí­a?

– Necesitamo­s un nuevo sistema de gobernanza mundial más allá de la ONU, donde hablan los gobiernos pero no la sociedad civil. Establecer un foro de los pueblos que rija por encima de las naciones, sobre la base de los derechos humanos.

– ¿Y qué podríamos hacer como individuos particular­es para mejorar el estado de las cosas?

Si después de leer sus respuestas persiste usted en el consumismo desaforado, algo falla en su cabeza: se ha vuelto insensible a la objetivida­d científica. Ingeniero agrónomo, doctor en Genética y Horticultu­ra por la Universida­d de California, trabajó 30 años en la FAO luchando contra el hambre, ha sido profesor universita­rio y su saber razonado sobre la deriva suicida del planeta pone los pelos de punta. Publica `Rumbo al ecocidio' (Espasa).

– Ser consciente­s de que comprar es un acto político: no solo no comprar más de lo necesario sino tener en cuenta la enorme diferencia entre adquirir un producto agroquímic­o y uno ecológico. La toma de conciencia pasa por transforma­r nuestro carro de la compra en un carro de combate por un mundo mejor y sostenible; una lucha pacífica pero rebelde que promueva la reinversió­n local. ¿Te sabes el cuento del colibrí que en lugar de escapar del fuego trata de detenerlo gota a gota con su pico? Y así, hasta lograr convencer al furibundo elefante de que actúe con su potente trompa.

«Hoy el alimento es una mercancía que no se produce para nutrinos, sino para hacer negocio»

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MARGA FERRER

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