Responsabilidad
Rosa María
poseer la capacidad de observancia positiva ante la lección vital que ayuda a dar el siguiente, el aprendizaje, que debería de llevar a la rectificación y cambio de conducta futuros, conociéndonos en el proceso, diferente en cada individuo, pero con el objetivo claro de ser mejores y más sabios que ayer y con el coraje y resiliencia necesarios para afrontar las encrucijadas de la vida, intentando no repetir los mismos errores.
Ardua tarea no apta para todos las personas, cuando ello conlleva pérdidas colaterales de compleja asunción, como la madurez a todos los niveles implica la pérdida de la inocencia, que no de nuestro niño interior.
Y la más difícil, sin duda, es la responsabilidad afectiva, propia de la inteligencia emocional. Ese equilibrio entre conseguir lo que uno quiere y no dañar a los demás, desde la consciencia de que nuestras emociones son tan válidas como las suyas y las injusticias generadas por nuestro comportamiento afectan a quienes, supuestamente, queremos.
Aunque quienes somos viene determinado por la suma de la herencia, la educación y las experiencias vividas, nada justifica hacer daño gratuitamente a otros cuando creemos que es lo necesario para protegernos.
La clave puede ser una sana comunicación sostenida con empatía suficiente para comprender y ser comprendidos, escuchar y ser escuchados, teniendo en cuenta las heridas de la infancia propias y ajenas, sin buscar culpables, para mejorar nuestras relaciones afectivas en cualquier ámbito.
Y esto, sobre todo, requiere de un voluntario trabajo de introspección, siempre desde el amor y la humildad y con el objetivo de que intentarlo ya es avanzar en el proceso que únicamente puede realizar uno mismo. Por nosotros y quienes queremos y nos quieren bien, aunque cueste.