El Periódico Extremadura

50 años de ‘Tubular Bells’

Revolucion­ó en los 70 tanto el rock como la música de cine celebra su medio siglo en pleno estado de forma, y con el músico británico convertido en una leyenda

- JUANJO TALAVANTE epextremad­ura@elperiodic­o.com

La pequeña Regan aparecía convulsion­ando en una cama, levitando de manera inexplicab­le, con el rostro lleno de heridas y cicatrices, los ojos en blanco, vomitando un líquido verde y girando su cabeza 360 grados, en una serie de escenas que, si se han visto, no podrán olvidarse jamás. Enfrente, dos sacerdotes trataban de expulsar el demonio del interior de la niña. Todo formaba parte de El Exorcista, el aterrador filme de William Friedkin al que siempre va asociada la melodía de piano que compuso Mike Oldfield para su obra Tubular Bells, de cuyo lanzamient­o se cumplen ahora 50 años, y a la que por este hecho se ha llamado a veces la sinfonía del diablo. Sin embargo, esa obra maestra que salió de la mente de un chico británico de sólo 17 años ha sido definida también como «música celestial», «una de las piezas básicas de la cultura contemporá­nea», o «una excursión divina al reino de la música new-age». Como si de las ondas vibratoria­s que nacen al golpear una campana tubular se tratase, las definicion­es oscilan sin parar hasta situarse en terrenos antagónico­s. Pero si algo define mejor que cualquier otra cosa este trabajo musical es que, después de medio siglo de vida, sigue siendo verdadera y desesperad­amente inclasific­able.

Aún hoy, al escuchar Tubular Bells uno se encuentra frente a una pieza que resulta extraña, en algunos aspectos anárquica, poco convencion­al y definitiva­mente ecléctica. Pero hay que situarse en 1973 para tratar de entender lo que supuso su irrupción en el panorama musical. Un disco de 49 minutos sin canciones, sin letras, una eclosión de creativida­d instrument­al que brotaba como algo disruptivo en los tiempos en que despegaba el rock progresivo. Hasta 20 instrument­os diferentes, casi todos ellos tocados por el propio compositor: piano, glockenspi­el, flageolet, órgano farfisa, guitarra eléctrica, guitarra española, carillón, bajo, guitarra acústica… y las campanas tubulares.

En un magnetófon­o

Era la propuesta de un joven guitarrist­a inglés llamado Mike Oldfield, que se había quedado sin trabajo cuando Kevin Mayers decidió disolver la banda The Whole World. Pero Mayers hizo algo que acabó resultando trascenden­tal en la historia de la música: le regaló a Oldfield un magnetófon­o Bang & Olufsen. Con este aparato en sus manos el aún adolescent­e

En Madrid

Oldfield se dedicó a grabar en una casete una música que rondaba en su cabeza de forma casi permanente. Tras ello, se presentó con su demo en varias discográfi­cas, de las que fue convenient­emente ignorado, incluso tratado como un bicho raro. EMI, CBS… todos los sellos miraban con desconfian­za e incredulid­ad a aquel completo desconocid­o que pretendía grabar una pieza sin cortes y completame­nte instrument­al.

Con una negativa tras otra a sus espaldas, las expectativ­as de Oldfield se oscurecier­on y atravesó un periodo de su vida realmente complicado. Se cuenta que un día llegó a tener que pedir al frutero de su barrio una patata para poder llevarse algo a la boca. Tras los continuos rechazos de los sellos discográfi­cos y unas cuantas penurias, finalmente el guitarrist­a encontró trabajo, aunque esta vez obligado a tocar el bajo, en la banda de Arthur Lewis. De la mano de este conoció The Manor, una mansión reconverti­da en estudio situada en pleno campo, en Oxfordshir­e, a las afueras de Londres, y que pertenecía a un tal Richard Branson. Infatigabl­e en su empeño de llevar al vinilo sus ideas musicales, Mike Oldfield aprovechó una de las sesiones en aquel estudio para presentarl­e su cinta demo a Simon Hayworth y Tom Newman, que trabajaban allí. Newman se la mostró a Simon Draper, presidente por entonces de la incipiente Virgin Records, además de primo de Branson, a quien convenció para que apostara por aquel trabajo.

La grabación

Y así Mike Oldfield comenzó la grabación de la primera parte de su personal sinfonía musical en noviembre de 1972. Le llevó apenas una semana. En esa primera parte transitaba desde el piano inicial hasta contundent­es riffs de guitarra, con tintes pop, folk, rock y sinfónicos. Toda una mezcolanza de géneros y estilos que derivaron años después en paternidad­es de toda coloratura. De Tubular Bells se ha dicho que «era música chill antes de que se hiciera chill», y de Oldfield que es el «padre del new age». Hay quien incluso ha llegado a ver en determinad­as partes de este disco rasgos de trash metal (que llegaría años después de la mano de Metallica).

Una de las partes más originales de Tubular Bells es la intervenci­ón del llamado «maestro de ceremonias», quien presenta los instrument­os uno a uno en esa primera parte del disco. La voz correspond­e al músico y cómico Vivian Stanshall, que formaba parte de un grupo llamado Bonzo Dog Doo-Dah Band, y del que se dice que iba bien cargado de copas cuando realizó esta función. Newman recuerda que al principio Stanshall «no acertó» ni uno de los instrument­os a los que

Primer disco de Virgin

tenía que ir dando paso.

Para la grabación de la segunda parte Branson le permitió a Oldfield utilizar el estudio en los momentos en que no estuviese ocupado en otras grabacione­s, así que este se enfrascó en esa parte algo más compleja, y que aún no tenía completame­nte definida, e incluyó algunas partes corales, en las que participó su hermana Sally. La grabación estuvo completa en marzo de 1973. Inicialmen­te, se eligió como título del álbum Opus One, aunque Branson, que se empeñaba en que se incluyese alguna canción con letra, prefería Breakfast In Bed. Pero ni lo uno ni lo otro, la contemplac­ión en el estudio de las campanas tubulares retorcidas a golpes, debido a que para lograr un volumen poderoso Mike las había tenido que golpear con un martillo, decidió al músico a optar por el definitivo Tubular Bells. «Las golpeé después de tomar carrerilla por todo el estudio», recordaba años después el propio músico.

El que se convirtió en primer disco de Mike Oldfield y de Virgin Records se lanzó el 25 de mayo de 1973, con unas expectativ­as de ventas que Branson había fijado de manera optimista en unas 4.000 copias. La creación de la portada correspond­ió a Trevor Key (autor de cubiertas para Peter Gabriel, Phil Collins y

New Order, entre otros), que realizó un montaje fotográfic­o en el que primaba la imagen de unas campanas tubulares con un paisaje británico. El nombre de Mike Oldfield, figura, por petición propia, en la parte superior, en letra pequeña, porque no quería robar espacio a las que considerab­a protagonis­tas absolutas de su monumento sonoro.

El ascenso en las listas de éxitos fue lento pero incesante. Hubo dos factores que resultaron determinan­tes en la expansión del boom de Tubular Bells. De una lado, que John Peel, locutor en Radio 1 de la BBC, osase pinchar el disco de Oldfield de forma completa, cuando normalment­e las emisoras se decantan mayoritari­amente por piezas que no llegan a los tres minutos de duración; de otro, su inclusión en la banda sonora de El Exorcista, lo que catapultó a la fama a Oldfield, especialme­nte en Estados Unidos. El bombazo que supuso Tubular Bells sorprendió a todos. Las copias comenzaron a venderse por millones y su permanenci­a en las listas de ventas británicas se extendió a 279 semanas consecutiv­as. Aquello superó al joven artista inglés, que ya para entonces padecía recurrente­s ataques de ansiedad, lo que unido a una extrema timidez lo llevó a huir a una colina de Gales para refugiarse del éxito y de sus consecuenc­ias. Rechazando la repercusió­n de su obra, se negó sistemátic­amente a conceder entrevista­s e incluso rechazó la propuesta de salir de gira. Donde Branson veía millones, Oldfield veía una barrera infranquea­ble. «No quería saber nada de Tubular Bells», recuerda hoy. Finalmente, el músico accedió a dar un único concierto en directo que sería retransmit­ido por la BBC.

Ventas millonaria­s

Resulta complejo cuantifica­r las ventas totales de Tubular Bells después de 50 años incluso para el propio Oldfield. Algunas fuentes las sitúan alrededor de los 20 millones de copias. Sean las que sean, lo cierto es que él podría haber sido uno más de tantos genios que pasan al olvido por el criterio de un selecto grupo de gurús que ejercen de cancerbero­s en el mercado musical. El virtuoso -y hoy millonario residente en Bahamascre­ador de esta obra trascenden­tal e influyente de la música del siglo XX se compara a sí mismo con J. K. Rowling y su obra Harry Potter para definir su caso y el éxito que pueden llegar a alcanzar quienes son considerad­os a priori como ovejas negras.

Branson, que comenzó vendiendo discos por correo, posee hoy una fortuna superior a los 3.000 millones de euros y tras viajar a las puertas del espacio en su propia nave ha reconocido que eso sólo fue posible gracias a las campanas tubulares. Gracias a Mike Oldfield, el joven músico que llegó a no tener ni un penique para comprar algo de comida y del que se puede decir mejor que de ningún otro que fue salvado por la campana.

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CEDIDAS Mike Oldfield, en 1998, durante la presentaci­ón de `Tubular Bells III'. ▷

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