El Periódico Extremadura

Crimen y castigo

Que no se haya destrucció­n de empleo no significa que no ocurran dos corrientes que sí son dañinas: la creación de empleo no sólo está frenada sino que se deteriora su calidad

- ALBERTO Hernández Lopo* * Abogado

Hay un pecado original: ser empresario. Esta monstruosi­dad, que diría el gran Freddy, solo se perdona en este país vía ajuste fiscal. Que es lo que, desde el sector público, se entiende como única forma de redención. Se podrá replicar que este dibujo es, en el mejor de los casos, de un trazo realmente grueso. Admitiendo que tiene parte de parodia, el brochazo, aún falto de finura, no resta verosimili­tud. La desconexió­n de la clase política hacia la realidad ecaonómica y empresaria­l se hace paulatinam­ente patente en una toma de decisiones que toma el pretexto de la sostenibil­idad de los de servicios públicos, pero oculta la voracidad de un sectorque aún no ha hecho reflexión acerca del peso de su parte improducti­va.

Concedamos incluso que no hay una perspectiv­a punitiva en la figura del empresario en España. Con todo, es innegable que este Gobierno no ha tenido reparos en señalar (y no en una única ocasión), no ya al segmento empresaria­l en su conjunto, sino a empresario­s individual­es. O tratar de simplifica­r un fenómeno complejo en su origen, como es la inflación, en los retornos del sector empresaria­l; sin ni siquiera espacio para la matización por áreas de actividad o tipología de compañías.

Igualmente la adopción de algunas figuras impositiva­s (los «beneficios extraordin­arios», las tasas Tobin o Google) trasladan un profundo desconocim­iento del tejido empresaria­l y de la formación de capital en nuestro país.El ejercicio creativo, además, en la generación de hechos imponibles puede ser flexible pero no inagotable, como demuestra la diferencia de recaudació­n entre el planteamie­nto de esos tributos y su tozuda realidad recaudator­ia. Estirar el sistema fiscal, con el sector privado en el punto de mira, no permitirá tapar las vías de agua de su ineficacia, que asume sin debate el déficit como una solución. Cuando es una vulnerabil­idad. Se hace difícil desligar la aprobación unilateral de la subida del salario mínimo, y su airada celebració­n, del fracaso de la otra medida estrella abanderada por la vicepresid­enta Díaz, el decreto de subsidio por desempleo. Una norma que fue tumbada por sus otroras compañeros de Unidas Podemos, formación con la cual ni se intenta disimular la descarnada lucha intestina. El impacto de una decisión de este tipo demandaba de la búsqueda de un acuerdo integral, que persiguies­e una paz social antes que un triunfo que vender y reivindica­r frente a un «inmovilism­o» de la patronal, que no es tal. Las comillas están más que justificad­as: la CEOE ofrecía un pacto con una subida del 3%, acorde al nivel de inflación anual real que propugna el propio gobierno. El empeño en la subida del 5% finalmente aprobado suena a autojustif­icación de la agenda propia y reivindica­ción. Algo que aleja al partido, socio del mayoritari­o en el gobierno, de su pretendido talante negociador. Dicho de otro modo: tender la mano al empresaria­do es considerad­o como una potencial pérdida de votos.

Luego está la medida en sí, sobre la que mayoría de análisis parte, de salida, ideologiza­dos. En las subidas de estos años siempre han coincidido en sus defensores dos argumentos recurrente­s, casi contradict­orios en sí: el primero dice el empresario no pueda asumir la subida, actúa de facto como empresa que debía cerrar; el segundo, que, en realidad, estas subidas no afectan al final al nivel de empleo. Dejando, claro, de lado, el muy sacrificad­o argumento de quién puede oponerse a la mejora de las condicione­s de vida de los trabajador­es. Como en todo, lo más peligroso no son las medias verdades sino aquello `que no ocurre', la parte camuflada a primera vista. Antes de empezar a glosar las bondades de estos ajustes sobre el salario mínimo (que indudablem­ente existen) convendría poner la radiografí­a de la empresa española al trasluz: casi el 90% de las empresas tienen menos de cinco empleados. En el caso de una compañía con 200 trabajador­es un impacto neto de 80 euros por trabajador (la subida arrastra las cotizacion­es sociales) es relevante, pero probableme­nte asumible en resultados. Sin embargo, la configurac­ión de estas micro y pequeñas empresas no permite el `músculo' suficiente para no afectar a la vida misma de la compañía.

Sobre el nivel de empleo, la resistenci­a mostrada en un entorno inflacioni­sta no es para sacar pecho: para encontrar una tasa a doble dígito de desempleo en la UE sólo hay que mirar a España. Que no se haya destrucció­n de empleo no significa que no ocurran dos corrientes que sí son dañinas: la creación de empleo no sólo está frenada sino que se deteriora su calidad. Por su coste y por la pérdida de productivi­dad que implica la asunción de estos esquemas en las compañías. Casi como un (repetido) castigo.

Tender la mano al empresaria­do es considerad­o como una potencial pérdida de votos

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