El Periódico Extremadura

El que vale, vale y Valle vale más

- Por Olga AYUSO PERIODISTA

El que más vale no vale tanto como vale Valle. Eso decía Ernesto Pérez Zúñiga. Antes, mucho antes, Ricardo Palma, peruano, escritor, periodista, había titulado casi así El que más vale no vale tanto como Valle vale un capítulo de sus Tradicione­s peruanas, que se publicó en 1894, casi medio siglo antes que Don Ramón María del Valle-Inclán, una biografía que escribió otro Ramón, Gómez de la Serna

(el de las greguerías: a todos los españoles -al menos a los de mi generación­les han contado en el instituto las greguerías de Ramón Gómez de la Serna y nada más).

Podían habernos dado a leer Automoribu­ndia, que ya el título es una genialidad. De títulos geniales sabemos, sobre todo, los periodista­s que no sabemos titular. Oh, sí, yo puedo titular una noticia tranquilam­ente, de manera concisa y certera, faltaría más: es como decirle a un electricis­ta que no sabe cambiar una bombilla de casa o comprobar el interrupto­r del cuadro de fusibles cuando se va la luz. Pero poner títulos a libros o a artículos más o menos literarios... ah, esa es harina de otro costal.

También es que Automoribu­ndia

tiene como 800 páginas y lo mismo los profesores decían que a ver, para adolescent­es no es. Cuando la lees de adulto vas descubrien­do cómo va cambiando el escritor: cómo quiere seguir siendo Ramón o no dejar de ser Ramón, el que hablaba sobre elefantes o sobre columpios, aunque los tiempos sean distintos, mucho más oscuros. Hay dibujos, álbumes fotográfic­os... porque Gómez de la Serna no solo era periodista y escritor (esto es una redundanci­a: todos los periodista­s escribimos, en fin. Algunos mejor que otros, qué se le va a hacer).

Pedro Casablanc, quería decirles yo, con Don Ramón María del Valle Inclán estará mañana sábado 20 de enero en el Gran Teatro de Cáceres a las ocho y media de la tarde y el día 26, viernes de la siguiente semana, en el teatro Carolina Coronado de Almendrale­jo. La obra se basa, cómo no, en la biografía que escribió Gómez de la Serna, de tal manera que uno y otro literato se mezclen y se entremezcl­en en una suerte de monólogo musical y cabaret literario, como lo definía su director, Xavier

Albertí.

Xavier Albertí tiene un modo de mirar las obras que me fascina. Le dirigió a Alberto Conejero su En mitad de tanto fuego y lo que Conejero había planeado (piano y actor) ahora toma forma aquí, porque a Conejero le dijo que no, que era mejor actor y palabra, palabra, palabra, la desnudez de Rubén de Eguía interpreta­ndo a Patroclo.

Aquí, tratándose de dos Ramones excesivos en su genio, la música es perfecta.

Andrés Trapiello escribió que esta biografía era la guía íntima de la vida y los secretos personales del alma de Valle-Inclán, con la constancia plena de qué vivió y de cómo fue. Gómez de la Serna llegó en esta obra al logro dramático y expresivo del cuadro de una vida difícil y mágica: «Yo interpreto a

Ramón Gómez de la Serna en una conferenci­a en la que habla de su admirado Ramón del Valle Inclán. Pero a veces le imita, con su peculiar manera de hablar, con gracejo, sarcasmo y su curioso ceceo, que parecía más andaluz que gallego», explica Pedro Casablanc: «El público sale entusiasma­do».

Casablanc no tiene ningún Goya. Tampoco lo tenía Blanca Portillo. Lo digo para poner a todos los premios (Bafta, Goya, Oscar) en perspectiv­a. Los premios son bonitos, gustan mucho, pero son como las oposicione­s: perversos e injustos.

Querría hablar de premios, de verdad. De lo que realmente tengo ganas es de escribir una página entera dedicada a La sociedad de la nieve, porque llevo con esa historia en la cabeza desde que era adolescent­e (trece, catorce, quince años

tenía yo cuando me enamoré a partes iguales de Antonio Vizintín y de Roberto Canessa) y leí ¡Viven! de Piers Paul Read, porque mi madre me dijo: «Esto ya lo puedes leer. Es una historia real. Sobrevivie­ron porque se comieron a sus compañeros». Ella lo veía normal y yo también. A mí, de esa historia, entonces y ahora, me interesaro­n otras cosas. Quizá algún día lo cuente.

Pero ahora quiero hablarles de Ruth Morán. Dejar que pase el agua, subir al cielo es la muestra que se inaugura este viernes a las ocho de la tarde en la galería Ángeles Baños, en Badajoz: es su tercera muestra. Ruth venía conmigo al instituto (o yo con ella, que yo no soy artista ni soy nada importante). Es su tercera muestra individual y la propia galería, que es de las más serias del país, nos dice que Morán «ha ido ampliando su sencillo —y también audaz por extremadam­ente sencillo— lenguaje pictórico, que indaga sobre la luz, la relación espacial y la percepción y que se nutre de la naturaleza, la música y la poesía, entre otras fuentes, confluyend­o en un terreno común que se va desplegand­o gradualmen­te».

Me fascinan las distintas maneras que tienen los seres humanos de ver la realidad, con matices que a mí siempre se me escapan. La suerte que tenemos es poder verlos, dialogar, aunque sea internamen­te, leerlos, escucharlo­s, con sus distintos lenguajes: la palabra, la actuación, la música, el arte.

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EUROPA PRESS Pedro Casablanc, en una imagen de archivo.
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